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  1. ¿Y si te digo que te quiero?

    jueves, 26 de mayo de 2011



    Nota: La autoría de este fic se atribuye a Lau.

    - La pregunta es sencilla, tú a mi me quieres?- Piti la miraba directamente a los ojos, esperaba una respuesta, ella intentaba apartarle la mirada pero sentía el peso de sus ojos caer sobre ella, obligándola a darle la respuesta, la única respuesta que sabía estaba esperando. El los estaba observando desde el otro lado del salón, sabía que estaba ahí, lo había visto entrar y decirle a Estela que ya se encargaba él de colgar el cartel, lo había estado mirando de reojo de vez en vez y había notando como él también la miraba cuando creía que no lo veía. Ahora estaba muy cerca de él, probablemente había escuchado la pregunta de Piti.
    - Claro que te quiero, Piti- intentó sonar casual – eres... muy especial para mí, ya te lo he dicho, te tengo mucho cariño, eres… eres el papá de mi bebé
    Una vez estuvo dicho se odio a sí misma, ella sabía perfectamente que Piti la quería, la quería de verdad, estaba enamorado de ella; el mismo se lo había confesado lo que no dejaba lugar a duda alguna, y ella había decidido adoptar el papel de tonta que no se enteraba bien de lo que estaban hablando diciéndole que le tenía cariño; para una persona que te abre su corazón decirle algo así podría herirlo profundamente y lo último que quería era herir a Piti. Quedaban muy pocas personas en el mundo por las que realmente se preocupaba y él era una de ellas, lo último que quería era hacerlo infeliz.
    Antes de que todo aquello pasara le habría dicho que si sin pensarlo, lo habría hecho porque Piti había estado ahí desde el principio, la había apoyado e instado a tirar para adelante cuando sentía que le mundo se le venía encima, querer a Piti no estaba mal, era lo correcto, lo más fácil; pero desde que todo había pasado, y no sabía decir exactamente cómo ni cuándo, si desde la primera pajarita, el primer beso o aquella conversación, pero en algún punto todo había cambiado. Hubo un momento en el que se empezó a descubrir a si misma buscando pajaritas de papel entre los libros y buscando un solo rostro entre todos los que veía cada mañana al entrar al comedor. Ese día se dio cuenta de que las mañanas eran más alegres y aquel fin del mundo era solo el comienzo de algo más.
    - Ya Vilma, pero yo necesito saber qué me quieres como yo, que tu corazón también se acelera cuando me tienes cerca, y que sientes ese dolor en el estómago cuando piensas que no estás conmigo, porque eso es lo que me pasa a mi Vilma, cuando pienso que no te tengo se me hace un nudo aquí y cuando te tengo cerca– para mayor explicación Piti tomó la mano de Vilma y la puso sobre su pecho, su corazón latía con fuerza.
    Vilma quería que aquel barco se hundiese antes de tener que darle una respuesta a Piti, porque todo aquello que le decía, todas esas palabras la ponían cada vez más lejos de donde él intentaba llevarla, de un mundo en el que ella simplemente lo amara. Sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas, joder putas hormonas, odiaba llorar delante de la gente. Antes su sorpresa Piti sonrió.
    - Si, se que puede sonar cursi, pero es lo que siento Vilma, y ya no tengo miedo de decirlo, nunca más. Porque cuando vi a Palomares besarte fue como si el mundo me estuviera gritando que tenía que hacer algo, y tenía que hacerlo ya.
    La mención de su nombre hizo que involuntariamente diera un paso lejos de Piti apartara la mano, el no pareció notarlo, había pensado que sus palabras la habían conmovido al punto de arrancarle las lágrimas. – Yo te quiero Vilma, y sé que tú también me quieres aunque no estés lista para decírmelo. Quiero ser el padre de ese niño y te lo demostraré. – Se fue con una sonrisa y sin decir nada más, y sin esperar que ella dijera nada más. Ella se volteó luego de cercarse las lágrimas, había sido cobarde, había dejado que Piti se fuera esperanzado solo para ahorrarse el tener que decirle la verdad, había elegido callar y eso la hacía odiarse, pero una vez que se giró se encontró con su rostro y ya no pudo pensar más, él estaba ahí, al otro lado del club, más lejos de lo que ella había calculado y, por primera vez en semanas, la estaba mirando, directamente a los ojos, sentía como esos ojos la atravesaban y no era capaz de adivinar si había escuchado la conversación o no. El tiempo que duró el contacto visual hizo que se tambaleara por dentro, de repente el corazón se le empezó a acelerar y dejo caer el rollo de pegatina que llevaba en la mano, quería con todas sus fuerzas aferrarse a ese momento. Dios él había estado siempre ahí, como era posible que no lo viera antes?


    De repente él se dio la vuelta y se fue y sin que se lo propusiera, sin que lo hubiera planeado, su cuerpo tomo la decisión que ella misma fue incapaz de tomar y salió en su búsqueda. Lo alcanzo en el pasillo quizás camino de su camarote.
    - Palomares – lo llamo más alto de lo que hubiera sido necesario, estaban solo a mitad del pasillo, hacía rato habían dejado atrás el ruido y a la gente. El se giro a verla, una vez más ahí estaban esos ojos, cuando la miraba sentía que se quemaba, como era posible que solo ahora lo viera así? Habían vivido tantas cosas juntos. En ese momento se dio cuenta de que no tenía nada que decirle y se sintió tonta, estaban parados a mitad del pasillo, ella lo había seguido, lo había llamado y ahora el esperaba que le dijera algo, pero que le podía decir? – necesito ayuda… en el club, ahí un par de cosas que.. bueno que no puedo hacer… es que yo…. ya sabes.. bueno en realidad…
    Vale, estaba titubeando, y no era para menos, necesito ayuda? en serio? eso es lo mejor que se le podía ocurrir? En el club había más de diez hombres, no colaba que saliera a buscarlo justamente a él. Si antes quería que se hundiera el barco ahora quería que el pez gigante pasara por debajo y se la tragara entera. Tenía que pensar rápido. – En realidad solo quería hablar contigo, hace mucho que no hablamos y.. bueno… - aquello no mejoraba mucho su posición pero se sentía más cómoda diciéndole la semiverdad
    - Sí, bueno, justo iba a hablar contigo pero es que estabas con Piti y no quise interrumpir – le respondió él, mientras hablaba se había pasado dos veces la mano por el pelo, pensar que estaba nervioso hacia que su corazón se acelerara aún más.
    - Me preguntó si le quería- antes de que se diera cuenta las palabras ya habían salido solas, definitivamente su cuerpo la estaba llevando por un camino que ella misma nunca habría tomado, ni en un millón de años una Vilma cuerda habría soltado aquello así, a bocajarro. La reacción de él le hizo ver que no era una noticia, no se veía sorprendido, de hecho había bajado la mirada y pronunciado un casi silencioso “ya” – Quiere que le diga si siento lo mismo que él. – Esta vez sí era consciente de lo que estaba diciendo, pero ya había entrado en el terreno y no le quedaba de otra, hablar de Piti era solo rasgar la superficie de todo lo que tenían por aclarar
    - Si bueno, pensaba que ya lo sabía, se nota un montón que os queréis y bueno, igual deberías darle una respuesta para que se quede más tranquilo, ya sabes cómo es Piti. – podía ser la falta de práctica pero no se estaba esforzando mucho por ocultar cuan al tanto estaba de lo que habían hablado, sabía que ella no le había dado una respuesta.
    - Ya no me dejas pajaritas – aunque sentía que temblaba por dentro se mantenía firme por fuera, lo miraba a los ojos, se le acercaba poco a poco, dando pasos lentos, no tenía prisa. – Ya no quieres que sonría?
    - Si... sí, claro que quiero… yo – sabia que lo estaba haciendo bien, el no había esperado tocar aquel tema, que ella fuera tan directa lo desubicaba y eso le daba la ventaja de llevar las riendas de la conversación. – ya no necesitas esas pajaritas para sonreír, se que eres feliz.
    - Piti me ha preguntado si le quiero, y no he podido decirle que si, no he podido solo sonreírle y decirle que si, a alguien se le quiere o no se le quiere y yo he tenido dudas, como puedo saberlo Palomares? Como puedo saber si le quiero? – con cada palabra que le decía se acercaba más y más a él, el corazón latía con mucha fuera, sentía que se le salía por la boca, tenía miedo de que él pudiera escuchar sus latidos pero no podía parar.
    - Hum… yo… le preguntas a la persona equivocada, Vilma, yo de esto no es que sepa mucho… pero supongo que eso se sabe y ya está, se siente dentro, cuando le ves, cuando te habla, cuando le tienes cerca…
    - …cuando le ves sonreír- le interrumpió, ya estaba demasiado cerca, sentía miedo de estar ahí, de lo que podía pasar después. – Por qué, Palomares? Por qué me besas y luego desapareces, por qué me dejas pajaritas pidiéndome que sonrías, por qué me dices que tienes dudas de ti, por qué me dices que te gusta verme sonreír? Necesito que me digas por qué, necesito que me expliques por que ahora no hago más que buscarte y pensar en los sitios donde puedes estar, y las cosas que te pudiera decir si te tuviera cerca, necesito que me des un motivo, un solo motivo para no cometer el error más grande de mi vida, un motivo para no estar con él.


    El silencio los rodeo el tiempo que Palomares tardo en asimilar sus palabras, ahí estaba, lo había dicho, había soltado todo lo que llevaba por dentro y mas, había abierto la puerta y ahora solo quedaba esperar si el decidía entrar en ella, los segundos se hicieron largos, eternos.
    - El puede hacerte feliz, es un buen chico y me consta que haría lo que fuera por ti. – De repente sintió un dolor en el estómago, no la había detenido, no le había dicho lo único que había querido escuchar; el corazón dejo de latir rápido, solo quería estar sola. Palomares le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja y el contacto fugaz con su piel hizo que se estremeciera. – Siempre supe que Piti acabaría enamorándose de ti. Tenéis mucha suerte de haberos encontrado, el te cuidara, os protegerá a ti y vuestro bebe, se encarga de hacerte reír cada día y yo, yo estaré aquí.
    - Te estás equivocando – el nudo que tenía en la garganta le atoraba las palabras – no va a haber una familia feliz, ni besos de amor ni atardeceres en cubierta cogidos de la mano. Ojala me hubiera enamorado de Piti, todo fuera mucho más sencillo si pudiera salir ahí fuera y decirle que lo quiero, que no hay nada en este mundo que me importe más que estar con él.
    - La tierra a desaparecido, Vilma – era difícil decir si el tono de su voz era tristeza o pura frialdad, nunca lo había oído hablar así, era posible que en realidad no la quisiera, que en realidad solo deseara verla con Piti? – Quedan muy pocas probabilidades de que los sobrevivientes podamos llevar una vida normal, ser felices, tú tienes esa oportunidad, no deberías desaprovecharla.
    - A qué coño llamas tú ser feliz, Palomares? A dar gracia por estar vivos en un mundo donde y no queda nada, a poner la otra mejilla, o quizás a conformarse solo con que te quieran, renunciando a querer, a ser feliz, a sentirte vivo, a sentir la adrenalina correr por tus venas, esas ganas de equivocarte, de correr riesgos? Dime que quieres que me vaya con él, mírame a los ojos y dime que no te importa y lo haré – estaba furiosa, las lágrimas salían otra vez, ya no sabía si lloraba de tristeza, o de impotencia.
    - Deberías irte con él – otra vez era frio, la miraba a los ojos pero ya no lo podía ver a él, había destruido cualquier ápice de esperanza, había cortado de raíz los que todavía estaba por nacer.
    - Chicos, estáis bien?- la voz de Ainhoa rompió la tensión que había quedado entre ellos, Vilma limpió las lágrimas con el dorso de su mano, espero un par de segundo antes de virarse. Ainhoa los miraba extrañada, quizás solo había alcanzado a oír la voz de Vilma sin entender muy bien la situación
    - Todo bien – le dijo sonriendo a medias – iba para el club que necesitan que les echemos una mano con las decoración. Vienes?
    - Claro- Ainhoa pasaba la vista de Palomares a Vilma y viceversa, no se hacia una idea de lo que había pasado pero era más que claro que no era el momento de hacer preguntas- Vienes Palomares?
    - No, yo… no – Las chicas se fueron y él se metió en su camarote, se tiro en la litera y estuvo ahí un buen rato, con la mirada clavada en el techo, solo pensando. Se había mantenido fiel a su promesa, se había apartado de Vilma, había asegurado que ella eligiera a Piti tal y como le había prometido a su amigo. Piti la quería, se había enamorado por primera vez, había prometido cuidarla y hacerla feliz, ahora el sentía un vacio enorme, como si le hubieran arrancado un pedazo de sí, pero era lo mejor, eventualmente ella tomaría la decisión correcta, estaría con Piti, serian felices y el quedaría a un lado, apartado, observándolos desde el silencia, simplemente conformándose con verla sonreír.

  2. Para Deb. Espero que disfrute leyendo esta historia tanto como yo he disfrutado escribiéndola.


    Andrés Palomares esperaba de pie en el andén a que el metro llegase, justo en el lugar donde sabía que paraba el vagón más cercano a las escaleras. Miró el cartel luminoso que indicaba los minutos que quedaban y se alegró de ver que en un minuto estaría ya allí. Esa mañana se le habían pegado las sábanas e iba un poco tarde, aunque en el fondo no le importaba, casi siempre iba a esa hora y tenía una razón para ello. Como el cartel había predicho, el metro llegó y Andrés subió a él y se colocó de pie junto a la puerta porque no quedaban asientos libres, pero no le molestó. Le gustaba viajar en metro, observar a la gente que montaba en él e imaginarse historias sobre cómo serían sus vidas, y desde donde se encontraba podía observarlos mucho mejor. El metro se puso en movimiento y dejó la estación para internarse en ese túnel de oscuridad que recordaba a sus pasajeros que viajaban bajo las calles de Madrid.
    El chico se colocó bien las gafas y se apoyó en la barra que había junto a la puerta. Antes acostumbraba a leer en el metro pero desde hacía tiempo había dejado de hacerlo, prefería mantener su vista ocupada en otras cosas en vez de en las páginas de un libro. Tras unos minutos el metro llegó a la estación que él estaba esperando, y cuando las puertas se abrieron y empezaron a subir los nuevos pasajeros no pudo evitar estar atento a sus caras buscando lo que buscaba todas las mañanas, pero no lo encontró. Los rostros de la gente que subía al vagón le eran vagamente conocidos pero no conseguían llamar su atención. Las puertas empezaron a pitar anunciando que se cerrarían de un momento a otro, y entonces lo vio. La vio. La chica de la sonrisa bonita. Su melena rubia se agitaba mientras ella corría atravesando el andén hacia las puertas del metro lo más rápido que podía, pero éstas se empezaron a cerrar demasiado pronto. Andrés reaccionó enseguida y pulsó el botón de la puerta, consiguiendo que se volviesen a abrir y la chica pudiese entrar de un salto antes de que volviesen a cerrarse. Ella frenó en seco y se inclinó colocando las manos sobre sus muslos, jadeando levemente mientras recuperaba el aliento. Tardó unos segundos en reponerse, y entonces se puso erguida y lo miró.
    Gracias. —Una sonrisa cubrió su cara, y Andrés no pudo evitar sonreír de vuelta y asentir levemente con la cabeza a modo de respuesta.
    La chica se agarró a la barra de metal que había en el otro lado de la puerta porque era demasiado bajita para alcanzar la barra del techo sin ponerse de puntillas, él lo sabía perfectamente porque la había visto intentando hacerlo en otras ocasiones, y no lo había conseguido. Lo sabía casi todo de ella, llevaba semanas observándola todas las mañanas cuando subía al metro para ir a la universidad con su abrigo rojo y su carpeta forrada con recortes de revistas, con la nariz ligeramente colorada por el frío y esa sonrisa que lo volvía loco. Siempre sonreía, siempre, daba igual si fuera tronaba o caían chuzos de punta, si llegaba tarde, si sus ojeras denotaban que apenas había dormido... La chica siempre sonreía, y Andrés no había podido evitar fijarse en eso.
    La vio sacar una barrita de cereales de su bolso como hacía todas las mañanas; probablemente no le daba tiempo a desayunar. El metro volvió a parar en una estación, y muchos viajeros bajaron de él haciendo que el asiento que estaba al lado de Andrés quedase libre. La chica de la sonrisa bonita lo miró, y él le sonrió y señaló el asiento con la cabeza dándole a entender que se sentara, así que ella volvió a sonreírle como agradecimiento y se sentó. Él sabía lo que venía ahora, ella abriría su bolso y sacaría un libro, probablemente de Paulo Coelho, y comenzaría a leerlo con pasión en la mirada; y así lo hizo, paso por paso. Otras mañanas, sin embargo, la chica sacaba una cámara de fotos y se dedicaba a fotografiar todo lo que veía, cosas que a simple vista no tenían nada en especial pero ella parecía encontrarles el encanto. Cuando utilizaba la cámara de fotos su cara mostraba una concentración absoluta, torcía levemente la boca y se colocaba el pelo detrás de la oreja para que no le molestase. A veces Andrés se asustaba al darse cuenta de todo lo que sabía de ella, de cómo la conocía, pero le faltaba un detalle: no sabía su nombre. La letra V que lucía una de las esquinas de su carpeta le hacía pensar que su nombre empezaba por esa letra, pero no podía saber cuál era. ¿Victoria? ¿Verónica? ¿Quizá Vanesa? No había logrado descubrirlo. Todas las mañanas se bajaban en la misma parada, pero después sus caminos se dividían y la perdía de vista hasta el día siguiente, cuando volvían a encontrarse. Verla se había convertido en una rutina para él.
    Sin embargo una mañana las cosas no ocurrieron como sucedían habitualmente. El metro llegó a su estación y la chica de la sonrisa bonita subió a él como de costumbre, vestida con su abrigo rojo y con la carpeta en la mano. Su nariz estaba roja, aunque más roja de lo normal, y algo había cambiado. No sonreía. Andrés la observó atentamente durante todo el trayecto, como siempre, pero no pudo disfrutar de su sonrisa ni una sola vez. La mirada de la chica se había apagado y sus ojos vagaban por las letras salidas del puño de Coelho sin prestar demasiada atención; habían perdido esa chispa que los caracterizaba. Había algo que la atormentaba, que oprimía su corazón y que le estaba absorbiendo la energía, la vida que la había recorrido siempre. La sonrisa. Al día siguiente Andrés volvió a coger el metro a la misma hora con la esperanza de que ella hubiera recuperado la vitalidad, pero no fue así. Esta vez ella ni siquiera sacó un libro para leer del bolso, simplemente se sentó y cerró los ojos echando la cabeza para atrás. Sin sonreír ni un momento.
    Él estaba sentado enfrente de ella, pensando qué podía haberle pasado mientras sus manos jugueteaban con un papel que le habían dado a la entrada del metro, doblándolo nerviosamente. Tras unos minutos dirigió sus ojos hacia el papel, y entonces una idea cruzó por su mente. Rápidamente comenzó a doblarlo de forma consciente, con conocimiento de lo que estaba haciendo, hasta que lo que antes había sido una mera hoja de papel se había convertido en una pajarita. La dejó un momento sobre su pierna, hurgó en su mochila unos segundos hasta que encontró lo que estaba buscando, un rotulador, y le quitó la tapa. Tras ello, cogió la pajarita de papel y en letras mayúsculas escribió: “SONRÍE POR FAVOR”. No es que fuese mucho, además había quedado a la vista parte del texto que ya venía escrito en el papel, pero había sido un impulso. No podía dejar que la chica de la sonrisa bonita perdiese su mayor tesoro, y si con eso conseguía hacerla sonreír un sólo segundo habría valido la pena. El metro llegó a su parada, y ella se levantó pesadamente y se colocó delante de la puerta esperando a que se abriese. Andrés se situó justo detrás de ella, y con mucho cuidado para que no lo notase le introdujo la pajarita en el bolsillo de su abrigo rojo, deseando que, más tarde, ella la viese y sonriera.
    Los días pasaron y Andrés seguía dejándole una pajarita en el abrigo cada mañana. Utilizaba justo el momento antes de salir del metro para hacerlo, y las mañanas que el vagón iba muy lleno aprovechaba la muchedumbre y la cercanía de unos pasajeros con otros para colocar la pajarita en su bolsillo. Ella no parecía darse cuenta y seguía con esa mirada triste en sus ojos, pero Andrés había visto sobresalir un par de pajaritas de su carpeta y eso le había dado una pequeña esperanza de que cada día, al encontrarla, sonriese un momento. Por eso no había dejado de enviárselas. Las preparaba en su casa, doblando cualquier papel que encontrase disponible, y siempre con la misma frase escrita a rotulador negro para que destacase sobre el resto.
    Una mañana la chica de la sonrisa bonita entró al metro hablando por el móvil bastante alterada, y se sentó justo en el asiento que estaba junto al de Andrés. Aunque ella no hablaba muy alto la cercanía le permitía escuchar todo lo que estaba diciendo.
    ¡Que me dejes en paz! No quiero nada de ti, ¿entiendes? ¡Olvídame de una puñetera vez!
    La chica colgó justo cuando el metro comenzaba a moverse y abrió el bolso con rabia para guardar el móvil dentro. Estuvo revolviendo entre sus cosas, buscando seguramente la barrita de cereales que Andrés tan bien conocía, pero no la encontró. Cerró el bolso, se quedó quieta un momento y entonces empezó a llorar, las lágrimas comenzaron a surcar sus mejillas silenciosamente y Andrés no lo pudo aguantar. Cogió su mochila, la cual tenía a sus pies, sacó del bolsillo delantero un paquete de galletas oreo y se las ofreció. Ella lo miró dubitativa, pero él insistió y finalmente cogió el paquete que le ofrecía.
    Gracias. —Cuando la palabra abandonó sus labios éstos se curvaron en una sonrisa, aunque la alegría no le llegó a los ojos. A pesar de eso Andrés no pudo evitar la suya propia; llevaba días esperando verla sonreír.
    Unas galletas siempre vienen bien para alegrarse, ¿no?
    Ella fijó su mirada en el paquete de galletas mientras lo abría.
    Creo que voy a necesitar muchas galletas para superar esto. —Sorbiendo sus lágrimas, la chica cogió dos galletas y le pasó el paquete a él con una cara que denotaba que no iba a aceptar un no por respuesta, así que él cogió las dos galletas que sobraban. Los dos estuvieron masticando en silencio unos minutos, mientras ella terminaba de secar sus lágrimas. Entonces la chica volvió a hablar.
    ¿Nunca tienes la sensación de que hay días que no deberías haberte levantado de la cama?
    Pues claro. —contestó él. —Pero siempre hay una razón por la que merece la pena haberse levantado. —Como haberte vuelto a ver sonreír, pensó. Pero eso no iba a decírselo.
    Te puedo asegurar que hoy no. El día ha empezado fatal y no creo que pasarlo entero en la universidad lo mejore.
    Andrés se recostó más en su asiento cavilando. No eran más que dos extraños, dos desconocidos, aunque él se sentía como si la conociese desde siempre, y no podía hacer nada para influir en su vida de una forma determinante. No podía, ¿no? Sacudió levemente la cabeza. Quizá no podía mejorar su vida, pero sí era capaz de intentar que se olvidase de todo durante un día, que sólo se acordara de sonreír de forma sincera. Una sonrisa cruzó su rostro a la vez que tomaba una decisión y el metro entraba en una nueva estación dejando el túnel de oscuridad por el que viajaban. Andrés cogió su mochila y se la colgó del hombro mientras se levantaba, y entonces se puso frente a la chica de la sonrisa bonita y le tendió la mano. Ella lo miró con un interrogante en sus ojos.
    ¿Confías en mí? —le dijo él. La duda y el temor de su mirada desaparecieron y ella le agarró fuertemente la mano mientras las puertas del metro se abrían. Se levantó, y los dos salieron corriendo justo cuando las puertas se cerraban, todavía cogidos de la mano.
    Subieron las escaleras que conducían a la superficie despacio, sin prisas, como si tuviesen todo el tiempo del mundo. Y en silencio. Ni una sola pregunta por parte de ella, ni una sola explicación por parte de él. Cuando salieron a la calle el sol brillaba con fuerza en el cielo y el sonido de los coches llenaba el ambiente, Andrés se dio la vuelta y miró el letrero de la boca del metro; ni siquiera se había fijado en qué estación se habían bajado. Entonces los dos miraron al mismo tiempo sus manos entrelazadas, y se soltaron levemente avergonzados. No se habían dado cuenta de que seguían cogidos de la mano.
    Bueno... —La chica lo volvió a mirar a los ojos. —¿Y ahora qué?
    Andrés pestañeó unos segundos.
    Pues la verdad es que no lo sé. Ni siquiera sabía dónde nos habíamos bajado.
    Los dos permanecieron en silencio unos segundos y entonces rompieron a reír a carcajadas. La risa de ella esta vez sí que llegó a sus ojos y eso sólo hizo que Andrés sonriese con más fuerza. Vencer su timidez, hablar con ella y arrastrarla fuera del vagón de metro en un impulso había valido la pena sólo por verla reír de esa forma. Cuando por fin dejaron de reír Andrés volvió a hablar.
    Bueno, vamos a dar una vuelta, ¿no?
    Ella asintió con fuerza y los dos comenzaron a caminar por la acera uno junto al otro. Se perdieron por calles desconocidas de Madrid, vagando entre sueños por delante de los escaparates de las tiendas. Las aceras eran transitadas por gente que iba a trabajar, hombres y mujeres que habían salido temprano de casa para ir a comprar o que llevaban a sus hijos al colegio, mientras ellos paseaban sin rumbo fijo simplemente disfrutando de esa espléndida mañana. Las pocas nubes que había en el cielo no parecían una amenaza a simple vista para ese soleado día que tenían por delante. Los dos llegaron a la puerta de una librería que estaba medio escondida entre una cafetería y una tienda de zapatos, y tras mirarse en silencio y sonreír abrieron la puerta y entraron. Era una librería pequeñita, con dos pasillos repletos de estanterías a rebosar de libros de todos los colores y tamaños y las paredes de color café decoradas con carteles que anunciaban tertulias literarias del pasado.
    La chica se adentró en uno de los pasillos ojeando los libros mientras pasaba el dedo por sus lomos, y finalmente cogió un par de ellos y se sentó en el suelo para verlos, dejando su carpeta y su bolso junto a ella. Andrés la observó atentamente, pero ella estaba tan concentrada que no se dio cuenta. El chico fue entonces al otro pasillo y recorrió las estanterías con la mirada hasta que sus ojos se posaron en algo que reconoció inmediatamente. Cogió dos libros y volvió donde estaba sentada ella.
    ¿Cuál me recomiendas?
    Ella levantó la mirada y la sorpresa cubrió su rostro por un momento. Andrés sabía que era porque estaba sujetando, precisamente, dos libros de Paulo Coelho. Ella se quedó pensativa un segundo y después habló con convicción.
    Para ti, El alquimista. Tienes pinta de que te va a gustar.
    Tras un gesto de agradecimiento él fue a dejar el otro libro en su sitio y volvió al pasillo donde estaba ella, sentándose a su lado con la espalda apoyada en la estantería. Andrés tenía sus ojos posados en las páginas del libro pero podía ver de refilón la cara de ella y controlar todos sus gestos sin que se notase, y las miradas de reojo que la chica le dirigía de vez en cuando no habían pasado desapercibidas para él. Era una situación muy extraña. Llevaba semanas observando a una chica en el metro, llevaba días dejándole pajaritas de forma furtiva en el bolsillo del abrigo y ahora los dos estaban sentados en el suelo de una librería escondida en un rincón de Madrid. En ese momento se dio cuenta de algo más extraño aún: todavía no sabía su nombre, y sin embargo, eso no le importaba lo más mínimo. Para él seguía siendo la chica de la sonrisa bonita. Tras un rato ensimismados cada uno en la historia que leían la voz de ella rompió el silencio que los rodeaba.
    Creo que deberíamos irnos. El dependiente no nos está poniendo muy buena cara, piensa que somos unos aprovechados.
    Andrés miró al dependiente y vio que ella tenía razón, así que se levantó de un salto y le tendió la mano a ella para ayudarla, quien la tomó con gusto mientras se incorporaba.
    Pues yo éste me lo llevo, que me ha convencido. —dijo la chica.
    Y yo me llevo éste. Buena recomendación. —Tras decir esto le guiñó un ojo, y ella soltó una pequeña risa ante el gesto.
    Los dos se dirigieron al mostrador que había junto a la puerta y dejaron los libros que habían escogido sobre él. Ella comenzó a abrir su bolso, pero Andrés fue más rápido, sacó su cartera del bolsillo trasero el pantalón y cogiendo un billete se lo tendió al dependiente.
    Cobre los dos de aquí.
    La rubia lo miró con el ceño fruncido.
    No pienso dejar que me pagues el libro.
    Te he sacado a rastras de un vagón de metro sin ningún tipo de explicación y sin conocerte de nada. Si he hecho eso, creo que puedo pagarte un libro.
    Ella sonrió ante la explicación y pareció quedar conforme porque no puso ninguna pega más. Andrés cogió la bolsa con los libros y las vueltas de lo que había pagado y los dos volvieron salir a la calle bañada por el sol de Madrid. Siguieron caminando sin rumbo, simplemente disfrutando del día y de la gente que andaba a su alrededor con apariencia de tener más prisa que ellos. Apenas hablaban; era como si no les hiciese falta. La chica de la sonrisa bonita se frenó entonces, y él paró a su lado.
    ¿Qué pasa?
    Este sitio me suena. Hay una heladería al final de la calle, ¿te apetece? —Andrés asintió con la cabeza. —¡Pues el último que llegue paga!
    Lo empujó levemente dándole un toquecito en el hombro y salió corriendo calle abajo, sin darle tiempo para reaccionar.
    ¡Eh! ¡Eso no vale!
    Andrés salió corriendo detrás de ella escuchando cómo la chica se reía unos metros más adelante. El final de la calle no estaba lejos y él era bastante rápido corriendo por lo que no tardó en alcanzarla justo antes de que llegase a la heladería, la agarró por la cintura y la levantó en el aire sin esforzarse apenas, y ella terminó riendo a carcajadas en sus brazos.
    ¿A dónde creías que ibas, eh? —Andrés entró en la heladería con ella todavía en brazos y la sentó en uno de los taburetes que había en la barra. —Ha sido un empate, hemos entrado los dos a la vez.
    Paguemos a medias, pues.
    Los dos pidieron una tarrina de helado de chocolate y se lo comieron mientras bromeaban, pringándose más de lo normal con el chocolate. La chica de la sonrisa bonita se manchó la nariz y él le estaba quitando el chocolate con el dedo cuando de repente le sonó el móvil. Ella miró la pantalla y automáticamente la sonrisa desapareció de su cara; colgó la llamada y volvió a guardar el teléfono en el bolso, pero la sonrisa que la había acompañado durante toda la mañana no volvió a asomarse a sus labios. Estuvo unos minutos en silencio, dando vueltas al helado con la cucharilla sin fijar la mirada en nada concreto. Andrés no pudo soportarlo más, así que volvió a hablar.
    Se supone que el chocolate alegra las miradas.
    Ella lo miró un momento y sonrió tímidamente, pero volvió a girar su cabeza y fijó la vista en la cucharilla con la que seguía dando vueltas al helado.
    ¿Por qué la gente se empeña en decepcionarte? —Andrés no dijo nada, pero se colocó en el taburete mostrando sus intenciones de seguir escuchando. —Llevo días sospechando que mi novio, bueno, ahora exnovio, me engaña con otra. Ayer lo confirmé, sólo que descubrí algo más: me engaña con mi mejor amiga. Y se piensa que con una disculpa le voy a perdonar, que los voy a perdonar. Van listos.
    Él lo comprendió todo. Llevaba días observando su semblante triste, sin un ápice de alegría, sin una sonrisa, y ahora entendía por qué. Su mente no podía encontrar la razón por la que un chico que podía disfrutar de ella, que tenía el privilegio de estar con ella, podía tratarla así y engañarla con otra. No entendía cómo podía atreverse a borrar esa sonrisa. Volvió a mirarla y notó que las lágrimas amenazaban con salir de sus ojos en cualquier momento, así que sin dudarlo se acercó más a ella y la abrazó. La chica se aferró a él como si fuese lo único que quedaba en el mundo y lloró amargamente sobre su pecho, descargando todo lo que había pasado esos días y toda la pena que inundaba su corazón. No eran más que dos desconocidos, dos extraños que ni siquiera conocían el nombre del otro, pero allí estaban, uno junto al otro, como si se conociesen desde siempre. Tras unos minutos así ella se separó de él secándose las lágrimas y se colocó erguida en su asiento.
    Lo siento. No te conozco de nada y estoy aquí atosigándote con mis problemas.
    Hay veces que lo que necesitas es contarle lo que te pase a alguien que precisamente no conoces, no te preocupes.
    Ella sonrió, con una sonrisa de verdad que llegó a iluminarle levemente la mirada.
    Hace días que no disfrutaba tanto como hoy. Gracias, de verdad.
    Andrés hizo un gesto de que no tenía importancia antes de contestar.
    Pues todavía queda mucho día por delante y no lo vamos a pasar aquí metidos. Venga, vamos a dar una vuelta.
    Los dos acabaron su helado rápidamente y volvieron a salir a la calle para seguir disfrutando de la mañana. Las pocas nubes que había antes en el cielo habían ido avanzando poco a poco pero no habían llegado a cubrir el sol del todo por lo que todavía podrían disfrutar de esos rayos de luz. Andrés miraba a la chica de vez en cuando, cavilando qué estaría pasando por su cabeza en esos momentos. A pesar del momento de debilidad que había tenido antes, ahora se mostraba decidida e irradiaba esa fuerza que solía tener normalmente. El chico no podría arrepentirse ni un momento de haber seguido un impulso tonto y haberla sacado de ese vagón de tren, no cuando veía esa sonrisa asomar a sus labios. Estuvieron andando más de una hora, hablando de todo y nada a la vez. Hablaron de sus aficiones, de su vida, de su familia. Hablaron de las cosas más importantes y más triviales a la vez, y lo hicieron de forma sincera y sin encontrar ningún tipo de barrera entre ellos. Hablaron como si llevasen tiempo necesitando encontrar a alguien y comportarse de la forma en la que se estaban comportando.
    Al final acabaron en un parque, apoyados en la barandilla que rodeaba un lago que había en el centro. Corría un poco el aire y sus cabellos se agitaban golpeando su frente pero sin llegar a ser molestos, las nubes habían conseguido terminar de tapar el sol pero la temperatura no había bajado tanto como para que no siguiese siendo agradable. Se quedaron un momento en silencio, simplemente mirando el horizonte.
    Espera un momento, no te muevas. —La chica abrió su bolso y sacó de él su cámara de fotos, esa que la acompañaba siempre, y empezó a hacerle fotografías a Andrés desde todos los ángulos. Él se mantuvo quieto, con la mirada fija en la otra orilla del lago, dejando que ella lo retratase como quisiese. Podía ver de refilón cómo ella volvía a torcer los labios y se colocaba el pelo detrás de la oreja, igual que la había visto hacer en el metro tantas veces cuando utilizaba su cámara de fotos. Después de unos minutos sonrió satisfecha y volvió a guardar la cámara en el bolso.
    ¿No piensas enseñármelas? Que yo soy el modelo.
    Éstas me las guardo para mí. Ya veré si te las enseño algún día...
    Andrés rió con fuerza; esa última frase mostraba sus intenciones de seguir viéndolo después de esa mañana que habían compartido. La chica volvió a colocarse junto a él apoyando sus brazos en la barandilla, donde había estado hasta hace unos minutos, y entonces el agua del lago, que estaba en calma, reveló las pequeñas gotas que empezaban a caer del cielo.
    Espera, tengo un paraguas en la mochila. —Andrés abrió la cremallera de su mochila y sacó de ella un paraguas de color amarillo, pero al hacerlo algo cayó al suelo y la chica de la sonrisa bonita se agachó para recogerlo. Era un papel. Una pajarita de papel, la que tenía preparada para depositar en su bolsillo esa mañana. Ella se quedó mirándola un momento y luego levantó la mirada hacia sus ojos.
    Llevo encontrándome estas pajaritas en el bolsillo del abrigo desde el día que empecé a sospechar que mi novio me engañaba, y siempre conseguían sacarme la única sonrisa del día. Eras tú... ¿Por qué?
    Él miró un momento hacia otro lado, no pensaba que iba a ser descubierto y ahora ella lo sabía todo. Seguro que pensaría que estaba mal de la cabeza, que la acosaba o algo así... Como no sabía cómo contestar a su pregunta lo hizo de la forma más simple que encontró, con la simple verdad que lo acompañaba desde el primer día que la había visto en el metro.
    Porque me gusta cuando sonríes. Eso es todo.
    El tiempo pareció detenerse durante un segundo. El paraguas, la pajarita, la mochila, todo cayó al suelo que comenzaba a mojarse con la fina lluvia que desprendían las nubes cuando ella se lanzó a sus brazos. Sus labios se unieron en un beso, al principio lento, que pronto se tornó en algo más desesperado, como si se estuviesen comiendo el uno al otro. Ella tuvo que ponerse de puntillas para poder alcanzarlo a él, y al final el chico terminó alzándola en el aire a la vez que la lluvia se convertía en un chaparrón repentino que empezaba a calarles hasta los huesos. Ella sonrió contra los labios de él con fuerza, e incluso así, sin verla, él sabía que era la sonrisa más maravillosa del mundo. Cuando sus pulmones se agitaron pidiendo un poco de aire los dos se separaron y el chico volvió a depositarla en el suelo.
    Por cierto, me llamo Vilma. —Una rápida imagen de la V que decoraba su carpeta pasó por la mente de él. Vilma. Nunca se le habría ocurrido, pero le gustaba.
    Yo soy Andrés, encantado de conocerte.
    Rompieron a reír a carcajadas antes de volver a unir sus labios, sin importarles que posiblemente al día siguiente los dos tuviesen una pulmonía del demonio o que la gente que quedaba en el parque los estuviese mirando con curiosidad. Sólo les importaba el hecho de que estaban besándose el uno al otro y de que eso podía significar el principio de algo que ambos llevaban buscando mucho, mucho tiempo.

  3. Enamorado

    lunes, 16 de mayo de 2011

    Para Deb, porque ella, también es especial

    Esa carta de San Pablo a los Corintios, esa carta lo resumía todo, la sabía ya, por completo, la había leído miles de veces, sin comprender apenas su significado. Ahora la entendía, ahora sabía lo que significaba.

    Pertenece a ese tipo de cosas que una vez aprendidas te acompañan durante el resto de tu vida, aunque no lo quieras, porque sabes, que son especiales. Eso era lo que era esa lectura para él, era especial.

    En su mente se dibujaban lentamente las palabras de la carta, tan verídicas tan reales. Ahora podía comprenderlas.

    “El amor es paciente, comprensivo” porque lo que él esperaba es que ella no lo odiase, esperaba y deseaba que lo considerase su amigo.

    “El amor es servicial y no tiene envidia” Siempre pensando en ella, preocupándose porque ambos estuviesen bien, velando por ellos, siempre en la lejanía.

    “El amor no es presumido ni se envanece, no procede con bajeza, ni busca su propia interés” Porque amarla no era ser egoísta, porque cuidarla y querer verla feliz no era ser egoísta, no lo era.

    “No se irrita, ni guarda rencor” porque sabía que las palabras que habían salido de sus labios no eran las mejores, pero ella estaba sufriendo al igual que todos, se habían quedado sin familia.

    “No se alegra con la injusticia, sino que se regocija con la verdad, el amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor nunca deja de ser.”

    Tanto tiempo recitando esa lectura, estaba enamorado de ella, quería a Vilma.

    Y no le importaba que ella no lo quisiese a él, porque él quería su felicidad, quería su seguridad, que nada le pasase, que nada le faltase. Como aquel momento en el que había robado leche de la bodega para dársela a ellos, sabía que obraba mal pero eso no le había impedido llevársela, si así conseguía arrancarle una sonrisa.
    Porque la veía con Piti y aunque su corazón se rompía en pedazos comprendía que ella lo quería a él, que con Piti era feliz.

    Porque el amor es comprensivo, el amor es servicial y no tiene envidia; el amor no es presumido ni se envanece; no es mal educado ni egoísta; no se irrita ni guarda rencor; no se alegra con la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, soporta sin límites. El amor nunca pasará.

    Estaba enamorado de ella, la amaba.

    - ¿Por qué? ¿Por qué me la mostraste, porque me dejaste sentir esto por ella? ¿Por qué Señor, por qué?!

    Dios mío, ¿Por qué haces que la ame tanto, que la desee? , te lo suplico ayúdame a olvidarla.
    Tú, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de mí, tú que quitas el pecado del mundo, impídeme amarla.
    Dame una señal Señor, sólo pido eso, una señal, ¿es demasiado pedir? Dame una señal, impídeme quererla, desearla.

    Agarró con firmeza la cadena en forma de cruz que reposaba sobre su pecho, esa que le había regalado su abuela al entrar en el seminario. Esperaba una señal, pero no la hubo, no hubo señal alguna.

    Oyó como tocaban a la puerta, Ainhoa entró en el camarote buscándolo con la mirada. El chico se secó rápidamente las pocas lágrimas que le quedaban.

    - Siento molestarte. De la Cuadra me envía, te ha puesto turno de cocina, me ha dicho que tienes que ayudarle a Salomé con la comida.

    - Por lo menos, no me ha tocado turno de letrinas – le respondió el chico con una carcajada – Por cierto, con quién me ha tocado?

    - Ah, si! Ya se me olvidaba… te ha tocado con Vilma, ahora mismo la iba a avisar. Hasta luego, que os sea leve!!

    El chico asintió con la cabeza, sonriendo. Una sonrisa que en ese momento podría haber iluminado toda una sala.

    Ainhoa cerró la puerta del camarote con suavidad. Esto de hacer de celestina se le daba de maravilla, vale, todavía le faltaba convencer a Vilma para que le cambiase el turno, pero no sería difícil, al fin y a cabo eran amigas. Y como amiga… debía de abrirle los ojos y hacerle ver lo que se estaba perdiendo, lo que ambos se estaban perdiendo. Vilma y Andrés se querían, sólo que no lo expresaban con palabras. Un pequeño empujoncito no les vendría nada mal, ¿no?

  4. Ella era preciosa, sabía que le dolía mirarla, pero no podía evitarlo. Y cada vez que la miraba, recordaba como lo había rechazado.

    Aquella vez, él se había armado de valor y la había besado de verdad. Si, de verdad, no como aquella vez en el comedor, ésta vez era distinto, la había cogido desprevenida en uno de los pasillos, nadie pasaba por allí, estaban solos... Agarrándola por la cintura impidiendo que se escapase, la había mirado a los ojos como tantas otras veces y la había besado con todo su corazón. En ese momento, nada había que temer, estaba decidido.

    Contrariamente a lo que había pensado, Vilma no detuvo el beso, sino que lo hizo más intenso, más profundo, acariciando su pelo mientras lo besaba.

    De pronto, Vilma se separó bruscamente, posando sus manos sobre el pecho de él, intentando detenerlo. Palomares depositó sus manos sobre las de ella.

    “Esto no puede ser... es imposible... yo... no siento lo mismo por ti” dijo ella mirándolo a los ojos.

    “Lo siento...” murmuró Vilma, casi inaudible, antes de separar sus manos de las de él, y salir de ese pasillo, dejando su corazón completamente roto.

    El tiempo pasó y Vilma comenzó a salir con Piti.

    Verla con su mejor amigo, día tras día, lo mataba lentamente.

    Sabía que en su condición de cura no podía ofrecerle más que su cariño y su ayuda como persona, pero él no sólo quería eso, él la deseaba, la amaba, la quería a ella.

    Y aunque sufría al verla con Piti, ella merecía ser feliz, y en el fondo de su corazón sabía que con él nunca podría llegar a serlo.

    Pero aún así, el seguía regalándole detalles, seguía mandándole pajaritas.... porque ella volvía a sonreír y a él, simplemente, le gustaba verla sonreír.

    Esa mañana se había despertado preocupado, bueno, no sólo esa mañana, últimamente había teniendo demasiadas pesadillas, se despertaba llorando sin recordar lo que había soñado. Y ese dolor lo acompañaba durante todo el día, como si supiese que algo malo iba a suceder.

    Intentando quitarle importancia, agarró su toalla y su neceser y se dirigió a las duchas.
    Pero cuando llegó allí pudo ver que ella se había adelantado. Siempre llegaba más tarde que él, como si le diese el tiempo justo para depositar la pajarita en su taquilla.

    Vilma estaba abriendo su taquilla, esa mañana no recibiría su pajarita.

    Palomares vio como algo caía al suelo y Vilma lo recogía rápidamente, era una pajarita.

    Todas las mañanas Vilma recibía una pajarita de Palomares, a pesar de lo que le había dicho, él no había dejado de enviárselas. Sin embargo, algo había cambiado esa mañana, la pajarita no tenía los bordes amarillos, eran rojos.

    La pajarita no ponía lo mismo que las demás, estaba escrita con distinta letra y en ella se podía leer: QUIÉREME, POR FAVOR.

    La pajarita no era de Palomares, no podía ser suya, él nunca le habría escrito algo así.

    - Buenos días preciosa!! ¿Cómo se han despertado hoy mis dos amores? – le saludó Piti con un beso en los labios y otro en la barriga. – ¿Te gusta? La he hecho yo, bueno, Ainhoa me enseñó, sabes que es experta en papiroflexia? Menudas flores que hace!

    Vilma todavía sostenía en la mano la pajarita de Piti – ¿Es tuya?

    - Si, si! Ya sé cuánto te gustan, a partir de ahora te regalaré una todos los días.

    Vilma guardó la pajarita en su taquilla, dándole las gracias a Piti se sentó un minuto en el banco.

    - ¿Te encuentras bien? ¿Necesitas algo? – preguntó Piti preocupado.

    Palomares se dirigió a su taquillas, pasando por delante de ellos pero sin mirarlos, se desvistió lentamente sin decir nada y se metió a las duchas.

    - Estoy bien Piti, en serio, estamos bien – dijo Vilma intentando sonreír.

    “QUIÉREME, POR FAVOR” ... Piti le estaba suplicando que lo quisiese, mientras que Palomares se preocupaba por verla sonreír, eran ruegos distintos, papeles distintos y personas distintas.

    - ¿Nos vamos? – le preguntó Piti ofreciéndole la mano.

    - Si, vamos – le respondió agarrándola.

    Una vez los vio alejarse, Palomares salió de las duchas, envuelto en la toalla, ¿Por qué había llegado tarde esa mañana? ¿Por qué? Piti había asegurado que a partir de ese día todos los siguientes, Vilma recibiría una pajarita suya.

    Palomares sabía que algún día llegaría ese momento, el momento en que Vilma ya no lo necesitase, el momento en que fuese Piti quién consiguiese hacerla sonreír.

    Terminó de vestirse y sacó la pajarita que tenía en el bolsillo: “TE QUIERO”.
    Le había escrito TE QUIERO, no podía creerlo, es como si hubiese sabido que nunca llegaría a dársela.

    Guardando la pajarita de nuevo en el bolsillo salió de los baños, si se apuraba, todavía podía llegar al desayuno.

    Piti y Vilma se habían sentado con Ramiro y Estela, estaba charlando animadamente. Palomares pasó de largo dirigiéndose a la mesa en la que estaban Ainhoa y Valeria, esa mañana no soportaría compartir la mesa con ellos.

    - ¿Me puedo sentar con vosotras? – les preguntó señalando el banco.

    - Eso ni se pregunta Palomares, desayuna con nosotras. – le respondió Ainhoa con una sonrisa.

    - ¿Hoy no desayunas con tus amigos? – preguntó curiosa Valeria.

    En ese momento, Vilma se giró como un resorte para oír la respuesta del chico.

    - Hoy no, hoy voy a desayunar con la chica más guapa del barco – le respondió Palomares guiñándole un ojo.

    Valeria rió divertida, arrancándole una sonrisa a todos los presentes. Ver reír a un niño era una de las cosas más hermosas de la vida.

    Vilma se preguntó si cuando naciese su bebé, Palomares lo trataría igual que hacía con Valeria.

    - Quiero el avión Palomares!! – dijo la pequeña, deslizándose de su banco y corriendo hacia el chico haciendo pucheros.

    - Ahora no Valeria, acabas de comer y ya sabes que no es bueno dar vueltas después de haber desayunado.

    - Más tarde ¿si?

    - Si, más tarde si. – dijo Palomares levantando a la niña y sentándola sobre sus rodillas. – ¿No comes más?

    Valeria negó con la cabeza - ¿Sabes que? Cuando sea mayor me casaré contigo!

    - ¡Valeria! – dijo Ainhoa alucinada.

    - No creo que eso sea posible Valeria, los curas no nos casamos.

    - Pues deja de serlo – dijo convencida Valeria.

    - Valeria, ya está bien! Deja tranquilo a Palomares!! Ven aquí anda!

    - No pasa Ainhoa, en serio.

    - Voy a preguntarle a Burbuja si él si se quiere casar conmigo – dijo la niña despidiéndose de Ainhoa y Palomares con un beso.

    - Qué rápido me ha cambiado por otro! – rió el chico.

    - Es una niña...

    - Dicen que los niños nunca mienten. – o eso decía su abuela.

    - Si, eso dicen... – dijo Ainhoa revolviendo la comida con el tenedor, sin probar bocado.

    - ¿Qué te pasa? ¿Te encuentras bien?

    - Si, no... es que, bueno, últimamente no estoy durmiendo bien.

    - Pues ya somos dos, ¿sabes algún remedio?

    - ¿Ser feliz? – demasiado tarde, ya lo había dicho, vale, ¿a que venía decir eso ahora? ¿Estaba loca? – Lo siento, yo... me tengo que ir... luego te veo.

    ¿Ser feliz? ¿Ser feliz? Él no podía ser feliz, tenía el corazón roto en mil pedazos.

    Giró sobre si mismo, observando la mesa de los chicos, como desayunaban, reían y se divertían. Se levantó sin hacer mucho ruido para no llamar la atención y abandonó el comedor sabiendo que algún día él tendría que olvidarla para poder ser feliz, aunque eso lo destrozase.

    Saliendo del comedor, se topó con Gamboa:

    - Padre, mire usted por donde va.

    - Lo siento, profesor, lo siento, no le vi. – dijo Palomares prosiguiendo su camino.

    Vilma lo vio alejarse mientras comía, sabía que no había querido sentarse con ellos por lo ocurrido en las duchas, sabía que él sufría al verla con Piti, pero también sabía que ella no lo merecía y jamás podría hacerlo feliz.

    - Creo que voy a subir un rato a cubierta, a tomar un poco de aire fresco. – se disculpó Vilma – A estas horas no suele haber nadie, voy a aprovechar.

    - ¿Quieres que te acompañe? – le preguntó Piti.

    - No, no. Vuelvo en nada, no te preocupes.

    Tenía tantas cosas en la cabeza que tomar un poco el aire no le vendría nada mal, quizás consiguiese despejarse un poco.

    La verdad es que el día no acompañaba mucho, las nubes impedían que el sol saliese del todo.

    Se puso a otear el horizonte... mar.... sólo se veía mar, mirase donde mirase el ancho mar la rodeaba, saber que ese barco sería lo único que vería de tierra en un largo tiempo le oprimía el corazón. Era como una lata de sardinas, convivir con personas a las que no conocía pero que ya se habían convertido en su familia, sabía que había más gente, pero no su gente, su familia y las de ellos habían muerto, y ahora ya no quedaba nada sólo mar, simplemente mar.

    Se encontraba agarrada a la barandilla cuando la puerta se abrió y Gamboa salió a cubierta.

    - Buenos días, señorita Llorente.

    - Buenos días profesor. – saludó Vilma, mirando nuevamente el horizonte.

    - ¿Sabe que es lo que pienso? – dijo Gamboa acercándose a ella.

    Vilma se lo quedó mirando, ¿que coño le pasaba a este tío ahora?

    - Creo que va siendo hora de pasar a la acción, después de tanto tiempo esperando... un barco, una embarazada, pocos alimentos... me sigue Señorita Llorente?

    Vilma se giró asustada, ¿acaso pensaba matarla? Gamboa era en verdad ¿un asesino? Intentó moverse más deprisa pero él le impidió el paso.

    - No corra Vilma, ¿A dónde cree que va? – susurró Gamboa al oído de la chica - ¿Sabe como va a acabar, no se resista, es tontería!

    - Déjame en paz idiota, quieres matarme, antes te mato yo! – dijo Vilma golpeándolo en la cara con su puño.

    - Tranquila!! – dijo Gamboa, agarrándola por los brazos y girándola sobre si, quedando la espalda de Vilma contra su pecho – Te voy a matar, lo que no quiere decir, que no lo podamos pasar bien antes.

    Una lágrima descendió por el rostro de Vilma, Gamboa tenía sus brazos agarrados con fuerza impidiendo que se moviese, mientras sus piernas permanecían pegadas a la barandilla imposibilitando sus movimientos. Estaba llorando de impotencia, le había dicho a Piti que subiría un segundo y que quería estar sola, por lo que no vendría a buscarla, los demás estaban con él, nadie más sabía que estaba en cubierta. Él no lo sabía, pensar que no volvería a verlo la hizo llorar con mucha más fuerza, pensar que su hijo moriría con ella la hizo estremecer, ella quería un futuro para su hijo y ahora ya no lo tendría.

    Gamboa recorría el cuello de Vilma con besos desesperados, mientras ella no podía evitar pensar en él, pensar en él mientras Gamboa la besaba, mientras la humillaba, mientras la amenazaba, porque cuando ya no le quedaba nada, ella pensaba en él, Vilma pensaba en Andrés.

    Pensar en él le daba fuerzas, porque él la quería a pesar de todo, porque seguía mandándole pajaritas a pesar de lo que le había dicho, porque él seguía preocupándose por ella aunque estuviese con Piti.

    ¿Porqué Dios le hacía esto? Ya les había separado, ahora la quería muerta.

    Las lágrimas seguían cayendo por su rostro cumpliendo la ley de la gravedad y ella se resistía con toda la fuerza que de la que era capaz.

    - ¿Qué pasa Vilma, no le gustan mis besos? ¿Va a decirme que Gironés besa mejor que yo? – dijo Gamboa agarrando con la mano izquierda las dos manos de Vilma, mientras que su mano derecha levantaba la camiseta de la chica para poder tocar sus pechos.

    - Ayúdame, por favor. – dijo Vilma en voz alta sin darse apenas cuenta.

    - ¿A quién le habla Vilma? ¿Acaso piensa que “Piti” va a venir a salvarla? ¿Si?

    - Él no, pero yo si, hijo de puta!!

    Vilma pudo ver como Palomares se abalanzaba sobre Gamboa, rodando ambos por el suelo.

    Era como un baile, un mal baile.

    Sin embargo, Gamboa consiguió levantarse y agarrando un cuchillo se lo colocó a Vilma en el cuello.

    - Maldita sea Padre, tenía que aparecerse! ¿No le explicaron lo de la otra mejilla?
    Señorita Llorente, debería estar orgullosa, es increíble hasta donde puede llegar un cura por usted.

    - Déjela Gamboa, por favor, suéltela – le suplicó el chico, mientras una lágrima caía por su mejilla.

    - Suéltame hijo de puta! Déjanos en paz!! – dijo Vilma soltando todo el odio que sentía.

    - Acaso piensan que soy idiota, si los dejo, no tardarán en contárselo todo al capitán y al imbécil del alcalde. Súbase a la barandilla Padre, o le clavo el cuchillo a la chica, usted decide.

    - Lo siento Vilma – Palomares sin darles la espalda, se dirigió a la barandilla, estaba decidido.

    Se iba a tirar por ella, pero... que idiota, ¿que pasaría en el momento en que él se tirase? La dejaría sola, se volvería a quedar sola con Gamboa.

    Palomares se detuvo mirándola, si algo salía mal, esa sería la última vez que la vería.

    Le guiñaría un ojo, esperando que ella lo entendiese, tenía que hacerse a un lado rápidamente, si, ella captaría el mensaje.

    - ¿Sabes que Gamboa? En casos como este, nunca estará bien poner la otra mejilla. – dijo el chico guiñándole un ojo a Vilma.

    Todo sucedió tan de repente, Vilma se apresuró a morder la mano de su captor, alejándose mientras él se quejaba de dolor. Fue en ese momento preciso en el cuál Palomares se abalanzó para robarle el cuchillo.

    Forcejeaban, intentando conseguir el cuchillo para si.

    - Ve a buscar ayuda!! – gritó Palomares.

    - No pienso dejarte aquí solo!! – respondió la chica, buscando algo con lo que pudiese darle a Gamboa.

    Fue tan sólo un segundo, sólo en un segundo, Gamboa sostenía por fin el cuchillo y se disponía a clavárselo al chico, mas no lo consiguió... Vilma pudo ver como las manos de Palomares se aferraban a la mano que sostenía el cuchillo y ésta se clavaba con fuerza en el cuello del profesor.
    Sólo se veía sangre.

    Pasaron, dos o tres minutos, quizá más, Palomares había arrojado con fuerza el cuchillo al suelo, como si le quemase en las manos. Se arrodillo y puso su mano en su boca, intentando no gritar.

    - Está muerto... está muerto... lo he matado, he matado a un hombre... No matarás, no matarás!!! – susurraba Palomares balanceándose hacia delante y hacia atrás como si de un loco se tratase.

    - Andrés, por favor. Por favor, mírame, mírame!!! – Palomares alzó su cabeza lentamente. – No fue tu culpa, ¿me has oído? No lo fue!!

    - Tengo las manos manchadas de sangre, ¿entiendes? Estoy manchado de sangre!

    Vilma lo abrazó como si nada más existiese ya en el mundo, como si él fuera lo único que quedaba en pie, como si supiera que si no lo hacía, se fuese a romper.

    - Andrés, tranquilo... tranquilo. – La chica intentaba que él volviese con ella, que su mente volviese con ella, le dolía verlo así, tan vulnerable...

    Se oyó un ruido.


    Estela y Ramiro estaban en cubierta

    Ramiro corrió hacia ellos, comprendiendo rápidamente lo que había pasado. - ¿Qué habéis hecho?!! Asesinos!!! – Vio sus manos, la manos de Palomares estaban llenas de sangre – Fuiste tú!! – dijo Ramiro llevándose las manos a la cabeza.

    No hemos hecho nada!! Él se lo buscó, toda la culpa la tiene él, Gamboa iba a matarnos, fue en defensa propia!! – gritaba furiosa Vilma.

    - Oh por Dios, no me hagas reír!! No te excuses Vilma, lo habéis matado y ésta vez hay cadáver, nadie os salvará de la horca. – Rió Ramiro descaradamente.
    - ¡Que dices Ramiro! Por favor, la horca no!! Otro juicio no!! – chilló Estela tratando de devolverle la cordura a su pareja.

    - Déjame en paz Estela!! Me voy a por el capitán, vigílalos!! – Ramiro señaló a los dos chicos, Palomares seguía arrodillado y Vilma continuaba aferrada a él.

    - Chicos, váyanse de aquí!! Huyan!!

    - Estela, no vamos a escapar, no tenemos lugar al que ir, todo lo que tengo está aquí en este barco. – dijo Vilma agarrándole la mano a Andrés.

    - ¿Por qué lo has hecho Palomares? ¿Por qué? – preguntó Estela intentando no mirar el cuerpo sin vida de Gamboa.

    - Por ella, lo hice por ella… - le respondió Andrés, apretando con fuerza la mano de Vilma.

    Ramiro llegaba con el capitán y con tres marineros más.

    Piti, llegó corriendo detrás.

    - Capitán, no lo haga por favor, ella no tiene nada que ver, él fue quien lo mató, no Vilma!!

    - No sabemos lo que ha pasado y no podemos asegurar nada lo siento, llegaremos al fondo de todo esto, llévenlos abajo.

    - No! por favor capitán, Vilma está embarazada. – chilló Piti.

    - Lo siento hijo, es La Ley del Mar. – le respondió el capitán.

    Dos de los marineros agarraron a Palomares, conduciéndolo hacia la puerta.

    Ramiro lo estaba esperando en la puerta… y al pasar por delante de él, lanzó un escupitajo al suelo.

    - Hijo de puta!! Que Dios y La Ley del Mar te castiguen por lo que has hecho!! Asesino!!

    Palomares no dijo nada, ni siquiera lo miró, ya se odiaba lo suficiente a sí mismo como para fijarse en cómo los demás se sentían.

    Ella tampoco dijo nada, le dolía todo, si cerraba los ojos, todavía podía sentir las manos de Gamboa recorrer su cuerpo y sus labios besar su cuello, hijo de la gran puta, ojalá estuviese en el infierno, si ese lugar en realidad existía merecía estar allí.

    Oía a Piti gritar en la lejanía su nombre, sabía que tarde o temprano tendría que hablar con él, tendría que explicarle como habían llegado a esos extremos. Pero todo carecía de importancia, porque lo único realmente importante para ella era Andrés, solo él.