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  1. Un para siempre

    domingo, 13 de mayo de 2012


    Esta idea lleva rondando mi cabeza unos meses y desde el primer momento supe que tenía que ser para ti, espero que lo disfrutes al menos un poquito ;) Feliz cumpleaños Deb, es el segundo año que tengo el placer de poder felicitarte y espero que sean muchos más. ¡Te quiero prome!


    Andrés Palomares había embarcado en el Estrella Polar apenas seis meses después de salir del seminario, así que podría decirse que apenas había tenido tiempo de ejercer como sacerdote de verdad. Pero aunque pareciese extraño, en aquellos seis meses le había dado tiempo a oficiar una boda. Había sido algo especial debido a quién era el novio de aquella boda: su hermano Rubén, que se había negado a casarse si la ceremonia no era oficiada por su hermanito pequeño, recién salido del horno. Había sido muy especial y emotivo para Andrés que su hermano fuese la primera persona a la que casase, y al final había terminado convirtiéndose en la única pareja que había unido en matrimonio. Tres meses después de subir al Estrella Polar, Palomares había dejado los hábitos de forma definitiva.
    Ya habían pasado otros cuatro meses desde aquella decisión, cuatro meses que había compartido con la persona que había motivado que abandonase el sacerdocio. Vilma y Andrés llevaban todo ese tiempo disfrutando de la compañía del otro, y él no tenía ninguna duda de que habían sido los meses más maravillosos de su vida a pesar de estar literalmente en un barco a la deriva. Antes nunca hubiera podido imaginar que estar enamorado y ser correspondido pudiese llenarte el alma y hacer que la felicidad rebasase sus bordes. Por eso Palomares había tomado una decisión aquella misma mañana, saltar al otro lado, y en ese momento se dirigía a buscar consejo sobre cómo llevarla a cabo. De lo que no estaba muy seguro era de si acudía al lugar adecuado para ello.
    Golpeó la puerta del camarote con los nudillos, sabiendo que ella no estaría allí en esos momentos, y el “adelante” que se escuchó desde el otro lado le invitó a abrir la puerta. Tras entrar la cerró rápidamente a sus espaldas, antes de que algún curioso se preguntase por qué Andrés Palomares entraba al camarote que su novia compartía con sus amigas cuando la primera tenía turno en la cocina de Salomé. Las otras tres chicas que dormían en esa estancia se encontraban allí; Estela miraba las musarañas tumbada en su cama, Ainhoa jugaba con Valeria sentada en la suya y Sol se encontraba escribiendo algo sentada en la silla del escritorio. Las cuatro féminas se giraron a mirar quién había entrado y lo saludaron con una sonrisa.
    —Vilma está en la cocina, hoy le tocaba con Salomé.
    El chico se acercó y se sentó en la silla libre que quedaba en la habitación, frotándose las manos con nerviosismo ante la atenta mirada de las mujeres.
    —Ya, ya lo sé. Venía... venía a veros a vosotras. Necesito que me ayudéis con algo, pero no podéis decírselo a nadie.
    Estela y Ainhoa cruzaron una mirada interrogante y Sol acercó más su silla a la que ocupaba Palomares, curiosa. Finalmente, las tres chicas que estaban en las camas se acercaron y se sentaron en el suelo delante de él, preparadas para escuchar lo que tenía que decir.
    —Dispara. —dijo Sol. Y él lo hizo. Lo dijo tan rápido que casi se atragantó con las palabras.
    —Quiero pedirle a Vilma que se case conmigo.
    La reacción fue instantánea. Sol abrió la boca en una expresión de sorpresa, sin saber qué decir. Valeria empezó a dar palmadas ilusionada y a pegar saltitos encima de su hermana, que se reía y miraba a Palomares casi sin creerse lo que acaba de escuchar. Estela directamente se levantó y se lanzó encima de Palomares.
    —¡Felicidades, felicidades, felicidades! ¡Vais a ser tan felices! Necesitará un vestido, y un anillo, y Valeria puede llevar las arras y...
    —¡Estela! —Palomares cogió a Estela por los brazos, que había enroscado en torno a su cuello, y la separó con cuidado de él, principalmente porque apenas podía respirar. —Para que todo eso ocurra primero me tiene que decir que sí...
    —¡Claro que te va a decir que sí! ¡Estoy segura!
    —De lo que yo estoy segura es de que si ahora mismo Vilma entrase por la puerta y te viese así te degollaría. —dijo Sol entre risas. Estela se dio cuenta de que estaba sentada encima de Palomares, y de que todavía estaría fuertemente abrazada a él si no la hubiese apartado, y rápidamente se levantó y volvió a ocupar su sitio en el suelo.
    —Perdón... Es que me encantan las bodas.
    —No hace falta que lo jures —añadió Ainhoa entre risas.
    —A ver, un momento. —Sol era la que más seria se había mantenido ante la noticia del chico. —¿Tú estás seguro de lo que vas a hacer? No lleváis tanto tiempo juntos.
    Palomares se colocó bien erguido sobre su silla, y tras mirar unos segundos sus dedos, que se movían inquietos, levantó la mirada hacia Sol.
    —Ya sé que apenas llevamos unos meses saliendo, y probablemente en otra situación no me plantearía hacer esto ahora, pero si de algo estoy seguro es de que la quiero. Estoy enamorado de ella, y sé que ella también me quiere. No sé cuánto tiempo más podremos aguantar en este barco si no encontramos tierra, y no quiero arrepentirme de las cosas que podría haber hecho y no hice en el caso de que se nos acabe el tiempo.—Palomares hizo una pequeña pausa y paseó su mirada por las caras de las cuatro chicas. — Sé que va a funcionar.
    La sonrisa tonta que Estela había tenido todo el tiempo en la cara se hizo todavía más grande, y la morena se limpió una lágrima que había empezado a caer por su mejilla.
    —¡Qué bonito! Me encantan las bodas —repitió.
    Sol rodó los ojos con la reacción de Estela y volvió a dirigirse a Palomares.
    —Bueno, pues si lo tienes tan claro, yo no te voy a decir que no lo hagas. —Ahora una sonrisa cubrió su rostro. —¿Para qué necesitas nuestra ayuda?
    Palomares sonrió y asintió brevemente agradeciendo la predisposición que las chicas estaban mostrando antes de volver a hablar.
    —No sé cómo hacerlo. Quiero que sea algo especial, y aquí, en el barco, no hay muchas posibilidades de hacer algo bonito...
    —¡Un momento! —Estela se levantó de repente y se acercó al armario, lo abrió y tras rebuscar durante un par de minutos volvió a donde estaba con un grueso libro en sus manos. —Este es mi libro para preparar bodas.
    Los presentes se quedaron atónitos durante un momento, y fue Sol la primera en reaccionar cogiendo el libro de las manos de Estela y hojeándolo.
    —¡¿Tienes un libro para preparar bodas?!  Espera, no sólo es eso, ¡¿TE LO TRAJISTE AL BARCO?!
    —Nunca sabes dónde vas a encontrar al amor de tu vida y cuándo te van a proponer matrimonio...
    Todos los que rodeaban a Estela rodaron los ojos, mientras Valeria sonreía contenta con todo lo que estaba pasando.
    —De todos modos, lo que necesito ahora es ayuda con la proposición, no con la boda —dijo Palomares, que empezaba a arrepentirse de haber acudido a aquel grupo de locas para planear lo que sería uno de los momentos más importantes de su vida.
    —Trae para acá —Estela le quitó el libro de las manos a Sol, que seguía hojeándolo asombrada, y tras buscar unos segundos lo mostró abierto por una página llena de recortes y fotografías. —Sección 6: La pedida. También estoy preparada para eso.
    —Por qué no me sorprenderá ya... —murmuró Ainhoa, negando con la cabeza.
    Sol volvió a quitarle el libro a Estela y observó las páginas por donde la chica lo había abierto.
    —¿En un globo aerostático? ¿En serio? Espera, ¡¿en el túnel del amor?! ¿Se puede ser más moñas?
    —¡Que me devuelvas el libro! —Estela se levantó y le quitó el libro a la fuerza, ya que Sol se resistía a soltarlo, y se volvió a sentar pero esta vez lo más lejos posible de la rubia para que no pudiese volver a quitarle el libro. —A ver, esto no, esto tampoco, esto está muy visto... ¡Ya sé! Una cena en cubierta a la luz de la luna y le metes un anillo en el postre.
    —Claro, como eso no está nada visto...
    Estela dirigió una mirada fulminante a Sol.
    —Muchas gracias por esto, Estela, pero no tengo anillo ni nada por el estilo. Tendré que prescindir de él.
    —¿Una pedida sin anillo? —Estela negó con la cabeza, como si la sola idea fuese inaceptable. —¿Dónde se ha visto eso?
    —Estela —Ainhoa se levantó dejando a Valeria a un lado y se acercó a Palomares, colocando una mano sobre su hombro —si no hay anillo, tendremos que hacerlo sin anillo. Una cena en cubierta, creo que queda alguna botella de champán y seguro que mi padre nos la deja para la ocasión, y ahí se lo dices.
    Sol se levantó de su silla; su cara mostraba un claro desacuerdo con lo que iban a hacer. La chica no se andaba con rodeos, cuando algo no le gustaba lo decía con claridad, sin preocuparse de si podría ofender a alguien con sus palabras. Con paso rápido fue hacia la puerta, pero antes de salir de la habitación se giró para mirar a Palomares.
    —Tú verás lo que haces, pero se supone que conoces a Vilma. Esa cursilada tan típica y tan vista no le va a molar...
    La rubia cerró la puerta sonoramente detrás de ella, como si así sus palabras tuviesen más efecto, y Palomares miró a las otras dos chicas más confuso que nunca, pero ellas negaron con la cabeza.
    —¡No le hagas caso, que es una borde! —Estela asintió ante las palabras de Ainhoa. —Ya verás como a Vilma le encanta, ¡va a ser precioso! Esta misma tarde le pregunto a mi padre y lo empezamos a organizar todo.
    Palomares abandonó el camarote de las chicas dándoles las gracias, mientras ellas seguían hablando aceleradamente sobre el posible menú de la cena, los farolillos improvisados con los que iban a decorar la cubierta e incluso sobre qué se iban a poner el día de la boda. El ex sacerdote cada vez estaba menos seguro de lo que iba a hacer. No por el hecho de que dudase si era una buena idea casarse con Vilma; la quería, se querían, de eso estaba seguro, y no había otra cosa que le apeteciese más que unirse a ella de esa forma. De lo que no estaba tan seguro es de si ella pensaría lo mismo después de ver la parafernalia que Ainhoa y Estela iban a montar para pedírselo...


    El club estaba vacío cuando Sol llegó malhumorada. Se impulsó hacia delante en el borde de la barra para coger uno de los pocos refrescos que quedaban y se sentó en uno de los taburetes, abriendo la tapa. Se suponía que debían guardarlos para ocasiones realmente especiales, pero con lo enfadada que estaba en ese momento le daba igual. Ella sabía que Vilma y Palomares se querían con locura. Desde un principio, la rubia se había dado cuenta de que los sentimientos de Vilma hacia Piti no eran tan fuertes como ella misma pensaba. La forma en que miraba a Palomares cuando se cruzaba con él en los pasillos del barco retrataba los sentimientos de la chica: Vilma estaba enamorada de Andrés, aunque ni ella misma se hubiese dado cuenta todavía. Por eso Sol había intentado abrirle los ojos a Piti cuando Vilma se había empezado a acercar a Palomares. El chico no merecía seguir con una mujer que realmente no estaba enamorada de él, aunque las intenciones de ella no fuesen mezquinas. Sol tenía un cariño especial por Piti, sabía que había algo en él más allá de los chistes y las tonterías. Simplemente no quería que su amigo terminase sufriendo.
    El inicio de la relación de Vilma y Palomares había sido una gran noticia para ella. Merecían estar juntos, y Piti merecía poder olvidar a Vilma y encontrar a alguien más con quien compartir su vida. Por eso le molestaba que ahora las cursis de sus amigas fuesen a estropear la declaración de Palomares. ¿Acaso no se daban cuenta de que a Vilma no la podían impresionar con una escena de película americana? Ellas eran mucho más cercanas a la chica; Sol y Vilma compartían camarote pero tampoco es que hablasen mucho entre ellas. Se suponía que Ainhoa y Estela la conocían lo suficiente, más que ella, para darse cuenta de que era una idea equivocada. Pero su ilusión por la maldita boda les nublaba la vista.
    —¿Qué celebras, rubia?
    Una voz a sus espaldas la sacó de sus pensamientos. Piti se sentó en el taburete que había junto a ella, con una sonrisa en los labios. Sol no lo había oído llegar.
    —¿Celebrar? —preguntó todavía enfadada. Piti miró la botella de refresco que se estaba bebiendo y  por fin ella entendió a qué se refería. —Aquí no hay nada que celebrar, ni lo habrá, ya verás.
    La voz de ella sonó incluso más cortante que antes. Sabía que Piti no tenía la culpa de nada pero no podía evitarlo; cuando estaba enfadada, se enfadaba con el mundo entero. El chico borró la sonrisa con la que había entrado en el club y acercó su taburete más a ella. Poco a poco iba conociendo más a Sol y sabía que la chica no lo hacía adrede.
    —A ver rubia, cuéntame qué te pasa.
    Sol se giró bruscamente a mirarlo antes de hablar.
    —¿Que qué me pasa? Lo que me pasa es que las idiotas de Ainhoa y Estela van a estropear la pedida de mano de Vilma. ¿Por qué tienen que ser tan cursis? Y el idiota de Palomares no lo ve. ¿Es que en este barco todos son idiotas? —Un segundo después de haber terminado de hablar, y por la cara de sorpresa que había puesto Piti, Sol se dio cuenta de que había metido la pata. Se suponía que era un secreto. —Mierda.
    —¡¿QUÉ?! ¿Palomares va a pedirle matrimonio a Vilma? —Sol le indicó que bajara la voz, ya que Piti casi lo había gritado. —¿Palomares va a pedirle matrimonio a Vilma? —repitió, esta vez en un susurro.
    —Se supone que no podía decírselo a nadie, ¡ni se te ocurra contarlo por ahí!
    —Palomares va a pedirle matrimonio a Vilma —volvió a repetir, sin creérselo. —Qué cabrón el cura... ¿Y cuál es el problema?
    Piti había estado muy enamorado de Vilma, y romper su relación con ella había sido un mazazo para él. Había sido todavía peor cuando ella había empezado una relación seria con Palomares, su amigo... ¿Quién podría haber pensado que su amigo, que encima era cura, podría quitarle la novia? Debería haberlo visto venir. Pero cuando se dio cuenta de los verdaderos sentimientos de ella ya era demasiado tarde. Piti había pasado un par de meses bastante duros, pero poco a poco lo iba superando. Había más peces en el mar, ¿no? En el fondo se alegraba de que a sus amigos les fuesen las cosas tan bien. Esta vez fue Sol la que lo sacó a él de sus pensamientos más profundos.
    —El problema es que lo están organizando Estela y Ainhoa, doña Cursi y doña Moñas. Quieren preparar una cena en cubierta a la luz de la luna con champán y farolillos y blablabla, a lo peli americana.
    —¿A Vilma? ¿Una cena bajo las estrellas? —Piti empezó a reír con fuerza. —No le van los clásicos.
    —¡Por fin alguien inteligente en este barco! —exclamó Sol. Estaba empezando a preguntarse si no conocía a Vilma tan bien como creía.
    —Yo he estado con Vilma y la conozco perfectamente. Si le preparan esa cena no va a decir que no y va a poner buena cara, porque es Palomares, pero no le va a hacer tanta ilusión. —Piti frenó en seco sus palabras y se llevó el dedo índice a la sien, como si literalmente se le acabase de encender la bombilla y las neuronas de su cerebro hubiesen empezado a funcionar todas a la vez de repente. —¡Tengo una idea!


    Esa misma tarde, Palomares se encontraba de nuevo en el camarote de las chicas preparando su gran momento. Ainhoa había hablado con Salomé y sin contarle exactamente lo que estaba ocurriendo, la había convencido de que mantuviese ocupada a Vilma toda la tarde para que no sospechase nada. Ahora, ella y Palomares se encontraban sentados a los lados de Estela, que tenía entre sus manos su libro y un cuaderno en el que iba apuntando cosas.
    —Ya que no tenemos vestido blanco, yo creo que Vilma tiene uno de este tono, podemos hacerle unos apaños y...
    —Estela —Palomares pasó la página del libro y volvió a la sección donde estaban las pedidas. —Eso para cuando me diga que sí.
    —¡Pero es que te va a decir que sí!
    —Pues cuando me lo diga, lo hablas con ella, no conmigo —alegó el chico. La morena le estaba empezando a provocar una jaqueca.
    —¡Es verdad! ¡El novio no puede ver el vestido! —exclamó ella, como si de repente hubiese dado en el clavo.
    En realidad Palomares se lo había dicho porque ahora era momento de planear la pedida y la cosa se estaba alargando demasiado, no porque no quisiese saber cómo era el vestido de Vilma... Pero si creyendo eso Estela se centraba, no iba a ser él quien la sacase de su error. A este paso no le pediría matrimonio a su novia nunca... Estela estaba empezando a parlotear de nuevo cuando la puerta del camarote se abrió de golpe, y Palomares rezó mentalmente para que no la hubiese abierto Vilma. Aunque quizá habría sido mejor que la hubiese abierto ella y no la persona que estaba en el umbral en ese momento.
    —Pater, señoritas. Impugno esta pedida de matrimonio. —Piti entró en el camarote con pasos firmes seguido de Ulises, Ramiro y Sol. Palomares miró a esta última con cara acusatoria.
    —Se me escapó, lo siento... —explicó ella con un hilo de voz. Rápidamente fue a sentarse a su cama, como si así se pudiese librar de la reprimenda del rubio.
    Los chicos se acomodaron en las otras camas del camarote, excepto Piti, que cogió una silla del rincón y la colocó junto a Palomares. Miró a su amigo muy serio, como si lo que iba a decirle fuese realmente importante.
    —No puedes pedirle matrimonio a Vilma con una cenita en cubierta. No le van los clasicazos.
    —¡Fuera! —Estela se levantó de su silla y empezó a tirar del brazo de Ramiro para levantarlo de la cama y empujarlo hacia la puerta. —Los tres, ahora mismo, fuera. Aquí estamos planeando algo muy importante y vosotros no tenéis ni idea. ¡Fuera de aquí!
    La chica no había conseguido mover a Ramiro, que tenía mucha más fuerza que ella. El cojo se levantó por propia voluntad y la obligó a sentarse en la cama donde había estado él segundos antes. Estela cruzó los brazos enfurruñada y Ramiro no pudo evitar una sonrisa ante la imagen.
    —Estela... Todos somos amigos de Vilma, ¿no? —El chico esperó en silencio hasta que la morena asintió con la cabeza. —Pues tenemos que preparar algo que le guste a ella, no que te guste a ti.
    —Esto es demasiado —Palomares se levantó de su silla y todas las miradas se centraron en él. —Al final medio barco sabe que me quiero casar con Vilma antes que ella. Se acabó.
    El rubio hizo amago de salir por la puerta del camarote pero Ainhoa y Piti se levantaron rápidamente y se colocaron delante para que no pudiera hacerlo.
    —¡Espera! —Ainhoa tocó ligeramente el hombro de Palomares para hacerlo retroceder. —Te prometo que no te vamos a imponer nada, de verdad. Hazlo de la forma que quieras, nosotros sólo haremos sugerencias y te ayudaremos.
    —A ver tío, yo estuve un tiempo con Vilma, ¿no? —Palomares frunció el ceño ante el recuerdo de una época en la que no lo había pasado precisamente bien. Piti siguió explicándose.—Quiero decir que la conozco bien. Puedo darte algún consejo útil.
    Palomares paseó la mirada por las caras de sus dos amigos, y con un suspiro, volvió a sentarse en la silla que había ocupado antes. Piti y Ainhoa se miraron con una sonrisa y recuperaron sus asientos. Todos los que estaban reunidos en el camarote de las chicas guardaron silencio.
    —Como os volváis locos otra vez me voy y aquí no se casa nadie. —Todos asintieron todavía en silencio. —Venga Piti, ¿cuál es el gran consejo que puedes darme?
    El moreno se aclaró la garganta antes de hablar.
    —Bricomanía.
    —¿Qué?
    —Bricomanía. Yo la conquisté siendo un manitas, tienes que construirle algo.
    —Me voy —Palomares volvió a levantarse pero Ainhoa tiró de su brazo para volver a sentarlo en la silla.
    —Espera —le rogó la hija del capitán. —Sólo era una broma de Piti, ¿verdad?
    La chica le dirigió una mirada asesina a Piti, que había dicho todo totalmente en serio, pero éste terminó asintiendo con la cabeza al comprender que no había sido una buena idea. Ramiro, seguramente el que mejor conocía a Palomares en ese camarote, decidió tomar la palabra antes de que su amigo se cabrease todavía más.
    —A ver Andrés, piensa. ¿Qué es lo que más te gusta a ti de Vilma?
    El rubio se quedó un rato pensativo pero no consiguió encontrar una respuesta.
    —No sé Ramiro... Me gustan muchísimas cosas de ella, creo que no podría elegir.
    —Piénsalo. Algo que te hizo pensar por primera vez que era especial, no sé, con lo que siempre te acelere el corazón, o que te haga reír...
    —Su sonrisa —dijo el rubio automáticamente. Y sus mejillas se tiñeron de rojo con la misma rapidez. —Me gusta cuando sonríe y cuando se ríe a carcajadas.
    —¡Claro! —exclamó Sol levantándose de repente, como si se le hubiese encendido la bombilla. —Tienes que hacerle reír. Y se me está ocurriendo una cosa... —Todos la miraron, expectantes. —Vamos a darle una serenata.
    —¿Pero no decías que a Vilma no le gustaban los clásicos? —contraatacó Estela, que todavía estaba enfadada porque habían tirado su plan por la borda.
    —Pero es que ésta no va a ser una serenata como las de las películas, con una balada romántica... —Se giró hacia Palomares. —Te la llevas a algún sitio, la distraes con algo y salimos nosotros cantándole en plan gracioso. Y luego se lo pides.
    —Hombre —empezó Ainhoa —Sorprenderse se va a sorprender. Y yo creo que le va a gustar, al fin y al cabo nosotros somos su familia, y le encantará que te lo hayas currado tanto.
    —¿Vosotras creéis? —Palomares no parecía muy seguro con la idea, aunque desde luego le gustaba más que la cena en cubierta. —Bueno, ¿y cómo la distraigo hasta que entréis vosotros?
    —¡Yo tengo una idea! —Estela se levantó con una sonrisa triunfal en la cara. Los demás la miraban con miedo de que fuese a coger su libro de nuevo y sugerir fuegos artificiales o algo por el estilo. —¿Por qué cosa se muere Vilma últimamente?
    —Ehh... ¿por los brazos de éste? —Lo intentó Piti, señalando a Palomares. El rubio rodó los ojos.
    —Bueno, también... Pero no me refería a eso. —Estela paseó la mirada por la cara de todos los presentes antes de volver a abrir la boca. —Por el dulce. Vilma tiene antojo de dulce.
    —¡Claro! —exclamó esta vez Ainhoa. —¡Algo dulce!
    —Yo sigo sin pillarlo —Piti seguía igual de confundido que antes.
    —A ver, yo os lo explico a todos—dijo Estela antes de volver a sentarse. —Va a ser genial. Lo que vamos a hacer es...


    Vilma se agarraba con fuerza a la barandilla de la escalera que estaba subiendo en ese momento. Con los ojos vendados no podía ver dónde tenía que apoyar los pies por lo que avanzaba muy lentamente hacia arriba. En realidad no tenía miedo de caerse; Palomares estaba detrás de ella y la sujetaba fuertemente por la cintura con una mano y ella sabía que no la dejaría caer, aunque como la escalera no acabase pronto terminarían cayéndose los dos... Finalmente sus deseos se vieron complacidos y Vilma afirmó sus pies sobre el suelo de la tercera planta del barco. Era lo único que creía saber de su posición, que probablemente estaba en el comedor porque era la superficie más extensa de esa planta.
    —¿Me vas a decir ya a dónde me llevas? —dijo en dirección a donde suponía que se encontraba su novio.
    —Todavía no.
    Vilma dio un respingo al escuchar la voz de Palomares a su espalda, muy cerca de ella; el chico no estaba donde ella suponía. Andrés soltó una risita ante su reacción. Volvió a tomarla de la cintura, esta vez colocando la mano sobre su pronunciado vientre de embarazada de ocho meses y la guió a través de la superficie plana hacia su destino. La rubia no tenía ni idea de lo que su novio había preparado. El chico había llegado a su camarote en medio de la noche y la había despertado con un par de besos en los labios. Cuando ella se había incorporado Palomares le había vendado los ojos y la había sacado de allí en brazos dejando a sus tres compañeras de cuarto atónitas. O aparentemente atónitas... Hasta que habían llegado a unas escaleras no la había bajado al suelo, por eso Vilma sólo podía intuir en qué zona del barco estaba.
    No era la primera vez que su novio le preparaba ese tipo de cosas. En otra ocasión, los dos volvían de la enfermería tras una de las ecografías que Julia le hacía regularmente a la chica, pero aquella había sido más especial: Julia les había dicho que el bebé, su bebé, era un niño. Tiempo atrás Vilma había deseado tener una niña pero Palomares la había convencido de que lo mejor era tener un niño, el chico estaba muy ilusionado con la idea y la forma en la que se le iluminaban los ojos cuando hablaba de su hijo había sido suficiente para hacer cambiar de idea completamente a Vilma. La imagen de un niño tomando como modelo a Palomares también había ayudado a la idea, para qué negarlo. Palomares la condujo a su camarote para, en sus propias palabras, “celebrarlo como Dios manda”, pero al llegar allí la había sorprendido como nunca. Colgado en la litera de encima de la cama de Palomares había un cartel de colores con un mensaje escrito con la inconfundible letra de Palomares: “Felicidades mamá, ¡es un niño!”.
    —¿Tan seguro estabas de que iba a ser un niño? —le había preguntado ella. Él simplemente había sonreído y la había besado con toda la ternura del mundo.
    Y ahora le había preparado una nueva sorpresa. Aquella era una de las cosas que más le gustaban de Palomares, que conseguía sorprenderla sin que ella se lo esperase, con cosas sencillas pero originales. Tras un par de pasos, Palomares detuvo a Vilma y se adelantó a ella para abrir una puerta. Una vez los dos estuvieron dentro de la estancia, el chico se colocó tras ella y, al fin, dejó caer el pañuelo con el que le había vendado los ojos. Vilma miró a su alrededor sorprendida. Desde luego aquello no era lo que esperaba.
    —La cocina —dijo echando un nuevo vistazo para asegurarse otra vez de que no había nada fuera de lo normal. No lo había. —¿Salomé ha hecho reforma y yo no me he enterado?
    Palomares rió ante su comentario y la colocó casi en el centro de la cocina, mirando hacia la puerta que daba al comedor, y él se colocó frente a ella. El chico estiró un brazo hacia ella.
    —Dame la mano. —La chica obedeció sin saber todavía qué pretendía. —Aquí fue donde me dijiste por primera vez que estabas enamorada de mí, a esta misma hora. ¿Lo recuerdas?
    Una sonrisa se dibujó en la cara de Vilma y sus mejillas se tiñeron de rojo momentáneamente. Claro que lo recordaba, a menudo rememoraba lo nerviosa que había estado en ese momento, cómo se le atragantaban las palabras en la garganta y la tranquilidad absoluta que había sentido cuando había pronunciado aquella frase en voz alta. Era uno de los momentos de mayor valentía de su corta vida.
    —Estaba temblando como una hoja. —La mano de la chica se estremeció levemente, volviendo a recordar aquel momento. —¿Recuerdas la hora exacta en la que sucedió?
    —Ajá. —Palomares hizo avanzar su mano por el brazo de ella, exactamente igual que había hecho aquella noche más de cuatro meses atrás. Esta vez terminó atrayendo a su ahora novia hacía él y colocó la mano que le quedaba libre en la parte baja de su cintura, abrazándola. —Es lo más bonito que me han dicho nunca.
    —Estoy enamorada de ti —repitió ella casi en su oído, para acto seguido atrapar sus labios con fuerza.
    A pesar de la diferencia de alturas y de que su barriga se empeñaba mes a mes en dificultarles cada vez más esos momentos, la chica se las arregló para llevar sus manos a la nuca de él y profundizar el beso cada vez más. Palomares se lo devolvió con ganas, atrayéndola hacia sí con la mano que tenía en la parte baja de su cintura, hasta que se separó de ella entre jadeos.
    —No es que me queje de esto —el chico volvió a capturar sus labios por un instante para después separarse de nuevo. —Pero tengo algo para ti.
    La cara de Vilma se iluminó; sabía que no la había llevado en volandas sólo para enseñarle la cocina. Palomares señaló la silla y ella se sentó obediente. Después, el chico se acercó a la despensa y colocó delante de Vilma lo que había sacado de allí: una pequeña tarta.
    —¡Te quiero! —exclamó automáticamente ella ante la risa de Palomares. —¡Me has hecho una tarta de galletas! Pero... ¿cómo has conseguido hacerla? En este maldito barco no queda casi nada dulce.
    —Digamos que Salomé me debía un par de favores, y rebuscando por aquí y por allá, guardando alguna galleta del desayuno de vez en cuando... No sé cómo estará porque no he podido seguir la receta tal cual.
    —Tiene una pinta deliciosa.
    La chica cogió un par de cucharas y le pasó una a su novio. Palomares dejó que fuese ella la que probara primero la tarta y luego atacó él. Para no tener todos los ingredientes y no haber podido seguir la receta la tarta estaba realmente buena, aunque el tiempo que llevaban sin probar algo dulce de verdad estaba influyendo en su percepción con toda probabilidad. Y en el caso de Vilma, el fuerte antojo de dulce que había tenido durante todo su embarazo también estaba ayudando. Los dos comieron en silencio, regalándose sonrisas y miradas y alguna que otra mancha de tarta en la nariz. Los bordes del plato sobre el que estaba la tarta empezaban a verse y pronto se la habrían comido entera, así que Palomares decidió actuar ya.
    —No comía tarta desde el cumpleaños de mi hermano.
    El rubio miró alternativamente a las dos puertas de la cocina pero nada pasó. Volvió a intentarlo.
    —Decía que no comía tarta desde el cumpleaños de mi HERMANO—casi gritó la última palabra, pero allí seguía sin suceder nada. Vilma lo miró extrañado, sin saber por qué gritaba.
    —¿Te pasa algo?
    —No, nada —mintió él. —Es que hace tanto que no comía tarta, está realmente buena...
    “Tendré que prescindir de los demás” pensó Palomares, y los dos siguieron comiendo tarta hasta que el plato quedó casi vacío. La cuchara de Vilma resbaló con el fondo, que estaba cubierto con un plástico, y lo miró curiosa. Tras comerse el último trozo que quedaba se percató de que bajo el plástico había un papel, y rápidamente miró a su novio. Andrés, sonriendo, la invitó con la mirada a cogerlo. Cuando la chica lo sacó de debajo del plástico con cuidado de que no se manchase se dio cuenta de que aquello no era un simple papel: era una pajarita.
    —“Sonreíd por favor” —leyó en voz alta. Miró con una sonrisa en los labios a su novio. —¿En plural?
    —Claro —respondió él colocando una mano en el vientre de ella. —Me gusta cuando sonreís los dos.
    —Pero ésta no te ha quedado tan bien, se le ha quedado una patita dentro. —Vilma empezó a deshacer la figura de papel para poder sacar la patita de la pajarita. —Y tiene otra cosa escrita dentro, a ver... “¿Queréis...?” —La chica no pudo terminar de leer el mensaje y miró con los ojos muy abiertos a Palomares, que intentaba no mostrar lo nervioso que estaba. Pero la verdad era que no había estado tan nervioso en la vida.
    —¿Queréis casaros conmigo? —terminó él. Cogió la mano libre de ella y la colocó entre las suyas. —Sé que puede parecerte una locura, que apenas llevamos juntos unos meses... Pero no sabemos si algún día vamos a salir de aquí ni lo que aguantaremos. Quiero casarme contigo, Vilma. Te quiero, estoy totalmente enamorado de ti, no tengo ninguna duda. Y quiero casarme contigo ahora que todavía estoy a tiempo.
    Las lágrimas empezaron a fluir por las mejillas de la chica, a la que las intenciones de su novio la habían pillado totalmente desprevenida. Vilma siguió llorando en silencio, mirándolo a los ojos sin poder decir nada todavía.
    —Bueno... —Palomares se estaba poniendo todavía más nervioso ante el silencio de la mujer a la que amaba —¿qué me dices?
    —Sí —susurró ella todavía entre sollozos. —Sí, vamos a casarnos. ¡Vamos a casarnos!
    La chica se lanzó a los brazos de él, que la acogió con cuidado y la besó con ternura. Las lágrimas de los dos, ahora que él también había empezado a llorar, se mezclaban mientras sus labios estaban unidos en uno. Los nervios que había sentido Palomares segundos antes se disiparon de golpe y su mente ahora sólo era ocupada por las últimas tres palabras de Vilma. ¡Iban a casarse!
    —Te quiero cariño —volvió a repetirle entre besos. —Siento no tener anillo para este momento...
    —Yo también te quiero Andrés, te quiero... ¡Espera! —La chica se separó de él con una sonrisa y se llevó las manos a la nuca, empezando a desatar el cordón que siempre rodeaba su cuello. —Yo sí tengo anillo.
    Palomares sonrió todavía entre lágrimas, esperando a que consiguiese desatar la cuerda. Cuando tuvo el anillo libre en sus manos, Vilma cogió la mano de su novio y colocó el anillo en su dedo anular con una sonrisa.
    —Ya tenemos anillo de compromiso.—La risa de los dos llenó la estancia.
    —Ahora eres mi prometida —dijo él colocando un mechón de pelo tras su oreja.
    —Y tú eres mi prometido —respondió ella tocando el anillo que ahora estaba en el dedo de él. —Me gusta que tú lo tengas, es un anillo muy especial para mí. Era de mi padre, y luego lo tuvo mi hermano...
    —¿Hermano? —Una voz surgió desde el otro lado de la puerta que daba a los camarotes de los profesores. —¡Ha dicho hermano! ¡Es la señal! ¡Ahora!
    Las dos puertas de la cocina se abrieron a la vez y todos los amigos de Vilma y Palomares entraron de golpe en la cocina. Estaban todavía en pijama, alguno con una cara de sueño que no podía ocultar, pero los chicos se habían engominado el pelo y las chicas llevaban los labios pintados de rojo. Ella se quedó sorprendida y Palomares empezó a negar con la cabeza mirando al suelo... No se podía creer que entrasen ahora y no antes.
    —¡Un, dos, tres y...! —ante la señal de Piti, los chicos empezaron a cantar el tema principal de una famosa película...
    —I got chiiiiiiiiiills, they're multiplying!
    —No me lo puedo creer —exclamó Vilma, todavía sorprendida. Miró a Palomares y por la cara de él supo que era quien lo había preparado.
    Sus amigos le estaban cantando la canción de Grease. Meses atrás, ella y Palomares se habían vestido como Olivia Newton-John y John Travolta para hacer un musical, pero Salomé había querido que cantaran otra canción. Desde entonces los dos habían bromeado varias veces acerca de volver a vestirse así pero para cantar la canción que estaban interpretando sus amigos ahora mismo. Era algo que les había quedado pendiente. Vilma empezó a reír al ver a sus amigos sobreactuando al intentar imitar la pose más chula de Travolta, mientras las chicas los empujaban al suelo poniendo el pie en su pecho. Se notaba a leguas que lo estaban haciendo adrede para hacerla reír, y lo estaban consiguiendo. Se agarró al brazo de su ahora prometido, que también reía ante el numerito de sus amigos, y depositó un beso cariñoso en su hombro. El escándalo había despertado a los adultos que dormían cerca de la cocina, que se habían empezado a agolpar en la puerta para mirar lo que estaba pasando. Los chicos siguieron cantando y bailando hasta que llegó el final de la canción y terminaron todos de rodillas en el suelo.
    —¡Bravo! —Vilma empezó a silbar y a aplaudir a sus amigos todavía entre risas. —¡Bravo!
    Los seis cantantes improvisados sonreían agradecidos, y Piti empezó a mirar a Palomares como apremiándole a hacer algo. El rubio rió con más fuerza.
    —Habéis entrado tarde, Piti. Ya se lo he dicho.
    —¿Qué? —exclamó Estela casi gritando. —¿Y qué te ha dicho?
    —Pues... —Palomares levantó la mano en la que llevaba el anillo de Vilma para mostrárselo a sus amigos. —Creo que el anillo de compromiso que yo llevo os dará la respuesta.
    —¡Dios mío! —Estela empezó a llorar y se abrazó rápidamente a su amiga embarazada, que intentaba separarla con cuidado para poder respirar y asegurarse de que su hijo seguía haciéndolo. Estela susurraba cosas sueltas entre sollozos. —Una proposición no puede hacerse sin anillo, ya lo decía yo.
    Los demás se acercaron a felicitar a los futuros casados, incluidos los adultos que se habían despertado con el numerito musical. Salomé los abrazó a los dos entre lágrimas, no sin regañar a Palomares por liar aquello en su cocina, y el capitán felicitó al chico dándole una palmadita en la espalda. Después de abrazar a Vilma, Piti se acercó a Palomares. Los dos se fundieron en un gran abrazo sincero, como dos hermanos. A pesar de la disputa que habían tenido tiempo atrás por la chica con la que ahora uno de ellos se iba a casar, habían conseguido mantener viva su amistad. Palomares fue el primero en separarse para hablarle, casi con lágrimas en los ojos.
    —Gracias por todo, de verdad. Significa mucho para mí que me hayas ayudado con esto.
    —Ni las des, Pater. —Piti trató de quitarle importancia. —¿Qué tal ha estado el numerito? Yo creo que deberíamos haber apostado por el “Como una ola”...
    —¿Pero no decías que Vilma no era de clásicos?  —preguntó Palomares dubitativo.
    —Pero la Jurado es una apuesta segura, Palomares. Cuanto te queda por aprender, de verdad...
    El moreno se alejó justo en el momento en el que Vilma se abrazaba otra vez a su futuro marido. La gente había empezado a abandonar la cocina, especialmente tras los gritos de Salomé diciendo que ahí no cabía tanta gente, y la parejita se escabulló hacía cubierta en busca de un poco de tranquilidad. Los dos se apoyaron en la barandilla, con los ojos fijos en el mar. Andrés rodeó la cintura de ella con su brazo, colocando la mano sobre su vientre, y Vilma dejó caer la cabeza en el hombro de él.
    —Me ha encantado todo, de verdad. Muchas gracias.
    —Lo mejor para mi prometida.
    —Qué bien suena eso —susurró Vilma con los ojos cerrados. —Repítelo.
    —¿El qué? ¿Que tengo la prometida más guapa del mundo? ¿O que estoy completamente enamorado de mi prometida?
    —Dios, ¡si te quité a uno de los tuyos! —le gritó ella al cielo entre risas. —¿Por qué me das toda esta felicidad?
    —Porque te la mereces —le respondió la voz de Andrés en su oído.
    Los labios de los dos volvieron a encontrarse una vez más aquella noche, pero esa sería sólo una de las muchas veces en las que se encontrarían sus labios de ese momento en adelante. Ahora, más que nunca, tenían la promesa de un futuro juntos. Su para siempre.