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  1. Un para siempre

    domingo, 13 de mayo de 2012


    Esta idea lleva rondando mi cabeza unos meses y desde el primer momento supe que tenía que ser para ti, espero que lo disfrutes al menos un poquito ;) Feliz cumpleaños Deb, es el segundo año que tengo el placer de poder felicitarte y espero que sean muchos más. ¡Te quiero prome!


    Andrés Palomares había embarcado en el Estrella Polar apenas seis meses después de salir del seminario, así que podría decirse que apenas había tenido tiempo de ejercer como sacerdote de verdad. Pero aunque pareciese extraño, en aquellos seis meses le había dado tiempo a oficiar una boda. Había sido algo especial debido a quién era el novio de aquella boda: su hermano Rubén, que se había negado a casarse si la ceremonia no era oficiada por su hermanito pequeño, recién salido del horno. Había sido muy especial y emotivo para Andrés que su hermano fuese la primera persona a la que casase, y al final había terminado convirtiéndose en la única pareja que había unido en matrimonio. Tres meses después de subir al Estrella Polar, Palomares había dejado los hábitos de forma definitiva.
    Ya habían pasado otros cuatro meses desde aquella decisión, cuatro meses que había compartido con la persona que había motivado que abandonase el sacerdocio. Vilma y Andrés llevaban todo ese tiempo disfrutando de la compañía del otro, y él no tenía ninguna duda de que habían sido los meses más maravillosos de su vida a pesar de estar literalmente en un barco a la deriva. Antes nunca hubiera podido imaginar que estar enamorado y ser correspondido pudiese llenarte el alma y hacer que la felicidad rebasase sus bordes. Por eso Palomares había tomado una decisión aquella misma mañana, saltar al otro lado, y en ese momento se dirigía a buscar consejo sobre cómo llevarla a cabo. De lo que no estaba muy seguro era de si acudía al lugar adecuado para ello.
    Golpeó la puerta del camarote con los nudillos, sabiendo que ella no estaría allí en esos momentos, y el “adelante” que se escuchó desde el otro lado le invitó a abrir la puerta. Tras entrar la cerró rápidamente a sus espaldas, antes de que algún curioso se preguntase por qué Andrés Palomares entraba al camarote que su novia compartía con sus amigas cuando la primera tenía turno en la cocina de Salomé. Las otras tres chicas que dormían en esa estancia se encontraban allí; Estela miraba las musarañas tumbada en su cama, Ainhoa jugaba con Valeria sentada en la suya y Sol se encontraba escribiendo algo sentada en la silla del escritorio. Las cuatro féminas se giraron a mirar quién había entrado y lo saludaron con una sonrisa.
    —Vilma está en la cocina, hoy le tocaba con Salomé.
    El chico se acercó y se sentó en la silla libre que quedaba en la habitación, frotándose las manos con nerviosismo ante la atenta mirada de las mujeres.
    —Ya, ya lo sé. Venía... venía a veros a vosotras. Necesito que me ayudéis con algo, pero no podéis decírselo a nadie.
    Estela y Ainhoa cruzaron una mirada interrogante y Sol acercó más su silla a la que ocupaba Palomares, curiosa. Finalmente, las tres chicas que estaban en las camas se acercaron y se sentaron en el suelo delante de él, preparadas para escuchar lo que tenía que decir.
    —Dispara. —dijo Sol. Y él lo hizo. Lo dijo tan rápido que casi se atragantó con las palabras.
    —Quiero pedirle a Vilma que se case conmigo.
    La reacción fue instantánea. Sol abrió la boca en una expresión de sorpresa, sin saber qué decir. Valeria empezó a dar palmadas ilusionada y a pegar saltitos encima de su hermana, que se reía y miraba a Palomares casi sin creerse lo que acaba de escuchar. Estela directamente se levantó y se lanzó encima de Palomares.
    —¡Felicidades, felicidades, felicidades! ¡Vais a ser tan felices! Necesitará un vestido, y un anillo, y Valeria puede llevar las arras y...
    —¡Estela! —Palomares cogió a Estela por los brazos, que había enroscado en torno a su cuello, y la separó con cuidado de él, principalmente porque apenas podía respirar. —Para que todo eso ocurra primero me tiene que decir que sí...
    —¡Claro que te va a decir que sí! ¡Estoy segura!
    —De lo que yo estoy segura es de que si ahora mismo Vilma entrase por la puerta y te viese así te degollaría. —dijo Sol entre risas. Estela se dio cuenta de que estaba sentada encima de Palomares, y de que todavía estaría fuertemente abrazada a él si no la hubiese apartado, y rápidamente se levantó y volvió a ocupar su sitio en el suelo.
    —Perdón... Es que me encantan las bodas.
    —No hace falta que lo jures —añadió Ainhoa entre risas.
    —A ver, un momento. —Sol era la que más seria se había mantenido ante la noticia del chico. —¿Tú estás seguro de lo que vas a hacer? No lleváis tanto tiempo juntos.
    Palomares se colocó bien erguido sobre su silla, y tras mirar unos segundos sus dedos, que se movían inquietos, levantó la mirada hacia Sol.
    —Ya sé que apenas llevamos unos meses saliendo, y probablemente en otra situación no me plantearía hacer esto ahora, pero si de algo estoy seguro es de que la quiero. Estoy enamorado de ella, y sé que ella también me quiere. No sé cuánto tiempo más podremos aguantar en este barco si no encontramos tierra, y no quiero arrepentirme de las cosas que podría haber hecho y no hice en el caso de que se nos acabe el tiempo.—Palomares hizo una pequeña pausa y paseó su mirada por las caras de las cuatro chicas. — Sé que va a funcionar.
    La sonrisa tonta que Estela había tenido todo el tiempo en la cara se hizo todavía más grande, y la morena se limpió una lágrima que había empezado a caer por su mejilla.
    —¡Qué bonito! Me encantan las bodas —repitió.
    Sol rodó los ojos con la reacción de Estela y volvió a dirigirse a Palomares.
    —Bueno, pues si lo tienes tan claro, yo no te voy a decir que no lo hagas. —Ahora una sonrisa cubrió su rostro. —¿Para qué necesitas nuestra ayuda?
    Palomares sonrió y asintió brevemente agradeciendo la predisposición que las chicas estaban mostrando antes de volver a hablar.
    —No sé cómo hacerlo. Quiero que sea algo especial, y aquí, en el barco, no hay muchas posibilidades de hacer algo bonito...
    —¡Un momento! —Estela se levantó de repente y se acercó al armario, lo abrió y tras rebuscar durante un par de minutos volvió a donde estaba con un grueso libro en sus manos. —Este es mi libro para preparar bodas.
    Los presentes se quedaron atónitos durante un momento, y fue Sol la primera en reaccionar cogiendo el libro de las manos de Estela y hojeándolo.
    —¡¿Tienes un libro para preparar bodas?!  Espera, no sólo es eso, ¡¿TE LO TRAJISTE AL BARCO?!
    —Nunca sabes dónde vas a encontrar al amor de tu vida y cuándo te van a proponer matrimonio...
    Todos los que rodeaban a Estela rodaron los ojos, mientras Valeria sonreía contenta con todo lo que estaba pasando.
    —De todos modos, lo que necesito ahora es ayuda con la proposición, no con la boda —dijo Palomares, que empezaba a arrepentirse de haber acudido a aquel grupo de locas para planear lo que sería uno de los momentos más importantes de su vida.
    —Trae para acá —Estela le quitó el libro de las manos a Sol, que seguía hojeándolo asombrada, y tras buscar unos segundos lo mostró abierto por una página llena de recortes y fotografías. —Sección 6: La pedida. También estoy preparada para eso.
    —Por qué no me sorprenderá ya... —murmuró Ainhoa, negando con la cabeza.
    Sol volvió a quitarle el libro a Estela y observó las páginas por donde la chica lo había abierto.
    —¿En un globo aerostático? ¿En serio? Espera, ¡¿en el túnel del amor?! ¿Se puede ser más moñas?
    —¡Que me devuelvas el libro! —Estela se levantó y le quitó el libro a la fuerza, ya que Sol se resistía a soltarlo, y se volvió a sentar pero esta vez lo más lejos posible de la rubia para que no pudiese volver a quitarle el libro. —A ver, esto no, esto tampoco, esto está muy visto... ¡Ya sé! Una cena en cubierta a la luz de la luna y le metes un anillo en el postre.
    —Claro, como eso no está nada visto...
    Estela dirigió una mirada fulminante a Sol.
    —Muchas gracias por esto, Estela, pero no tengo anillo ni nada por el estilo. Tendré que prescindir de él.
    —¿Una pedida sin anillo? —Estela negó con la cabeza, como si la sola idea fuese inaceptable. —¿Dónde se ha visto eso?
    —Estela —Ainhoa se levantó dejando a Valeria a un lado y se acercó a Palomares, colocando una mano sobre su hombro —si no hay anillo, tendremos que hacerlo sin anillo. Una cena en cubierta, creo que queda alguna botella de champán y seguro que mi padre nos la deja para la ocasión, y ahí se lo dices.
    Sol se levantó de su silla; su cara mostraba un claro desacuerdo con lo que iban a hacer. La chica no se andaba con rodeos, cuando algo no le gustaba lo decía con claridad, sin preocuparse de si podría ofender a alguien con sus palabras. Con paso rápido fue hacia la puerta, pero antes de salir de la habitación se giró para mirar a Palomares.
    —Tú verás lo que haces, pero se supone que conoces a Vilma. Esa cursilada tan típica y tan vista no le va a molar...
    La rubia cerró la puerta sonoramente detrás de ella, como si así sus palabras tuviesen más efecto, y Palomares miró a las otras dos chicas más confuso que nunca, pero ellas negaron con la cabeza.
    —¡No le hagas caso, que es una borde! —Estela asintió ante las palabras de Ainhoa. —Ya verás como a Vilma le encanta, ¡va a ser precioso! Esta misma tarde le pregunto a mi padre y lo empezamos a organizar todo.
    Palomares abandonó el camarote de las chicas dándoles las gracias, mientras ellas seguían hablando aceleradamente sobre el posible menú de la cena, los farolillos improvisados con los que iban a decorar la cubierta e incluso sobre qué se iban a poner el día de la boda. El ex sacerdote cada vez estaba menos seguro de lo que iba a hacer. No por el hecho de que dudase si era una buena idea casarse con Vilma; la quería, se querían, de eso estaba seguro, y no había otra cosa que le apeteciese más que unirse a ella de esa forma. De lo que no estaba tan seguro es de si ella pensaría lo mismo después de ver la parafernalia que Ainhoa y Estela iban a montar para pedírselo...


    El club estaba vacío cuando Sol llegó malhumorada. Se impulsó hacia delante en el borde de la barra para coger uno de los pocos refrescos que quedaban y se sentó en uno de los taburetes, abriendo la tapa. Se suponía que debían guardarlos para ocasiones realmente especiales, pero con lo enfadada que estaba en ese momento le daba igual. Ella sabía que Vilma y Palomares se querían con locura. Desde un principio, la rubia se había dado cuenta de que los sentimientos de Vilma hacia Piti no eran tan fuertes como ella misma pensaba. La forma en que miraba a Palomares cuando se cruzaba con él en los pasillos del barco retrataba los sentimientos de la chica: Vilma estaba enamorada de Andrés, aunque ni ella misma se hubiese dado cuenta todavía. Por eso Sol había intentado abrirle los ojos a Piti cuando Vilma se había empezado a acercar a Palomares. El chico no merecía seguir con una mujer que realmente no estaba enamorada de él, aunque las intenciones de ella no fuesen mezquinas. Sol tenía un cariño especial por Piti, sabía que había algo en él más allá de los chistes y las tonterías. Simplemente no quería que su amigo terminase sufriendo.
    El inicio de la relación de Vilma y Palomares había sido una gran noticia para ella. Merecían estar juntos, y Piti merecía poder olvidar a Vilma y encontrar a alguien más con quien compartir su vida. Por eso le molestaba que ahora las cursis de sus amigas fuesen a estropear la declaración de Palomares. ¿Acaso no se daban cuenta de que a Vilma no la podían impresionar con una escena de película americana? Ellas eran mucho más cercanas a la chica; Sol y Vilma compartían camarote pero tampoco es que hablasen mucho entre ellas. Se suponía que Ainhoa y Estela la conocían lo suficiente, más que ella, para darse cuenta de que era una idea equivocada. Pero su ilusión por la maldita boda les nublaba la vista.
    —¿Qué celebras, rubia?
    Una voz a sus espaldas la sacó de sus pensamientos. Piti se sentó en el taburete que había junto a ella, con una sonrisa en los labios. Sol no lo había oído llegar.
    —¿Celebrar? —preguntó todavía enfadada. Piti miró la botella de refresco que se estaba bebiendo y  por fin ella entendió a qué se refería. —Aquí no hay nada que celebrar, ni lo habrá, ya verás.
    La voz de ella sonó incluso más cortante que antes. Sabía que Piti no tenía la culpa de nada pero no podía evitarlo; cuando estaba enfadada, se enfadaba con el mundo entero. El chico borró la sonrisa con la que había entrado en el club y acercó su taburete más a ella. Poco a poco iba conociendo más a Sol y sabía que la chica no lo hacía adrede.
    —A ver rubia, cuéntame qué te pasa.
    Sol se giró bruscamente a mirarlo antes de hablar.
    —¿Que qué me pasa? Lo que me pasa es que las idiotas de Ainhoa y Estela van a estropear la pedida de mano de Vilma. ¿Por qué tienen que ser tan cursis? Y el idiota de Palomares no lo ve. ¿Es que en este barco todos son idiotas? —Un segundo después de haber terminado de hablar, y por la cara de sorpresa que había puesto Piti, Sol se dio cuenta de que había metido la pata. Se suponía que era un secreto. —Mierda.
    —¡¿QUÉ?! ¿Palomares va a pedirle matrimonio a Vilma? —Sol le indicó que bajara la voz, ya que Piti casi lo había gritado. —¿Palomares va a pedirle matrimonio a Vilma? —repitió, esta vez en un susurro.
    —Se supone que no podía decírselo a nadie, ¡ni se te ocurra contarlo por ahí!
    —Palomares va a pedirle matrimonio a Vilma —volvió a repetir, sin creérselo. —Qué cabrón el cura... ¿Y cuál es el problema?
    Piti había estado muy enamorado de Vilma, y romper su relación con ella había sido un mazazo para él. Había sido todavía peor cuando ella había empezado una relación seria con Palomares, su amigo... ¿Quién podría haber pensado que su amigo, que encima era cura, podría quitarle la novia? Debería haberlo visto venir. Pero cuando se dio cuenta de los verdaderos sentimientos de ella ya era demasiado tarde. Piti había pasado un par de meses bastante duros, pero poco a poco lo iba superando. Había más peces en el mar, ¿no? En el fondo se alegraba de que a sus amigos les fuesen las cosas tan bien. Esta vez fue Sol la que lo sacó a él de sus pensamientos más profundos.
    —El problema es que lo están organizando Estela y Ainhoa, doña Cursi y doña Moñas. Quieren preparar una cena en cubierta a la luz de la luna con champán y farolillos y blablabla, a lo peli americana.
    —¿A Vilma? ¿Una cena bajo las estrellas? —Piti empezó a reír con fuerza. —No le van los clásicos.
    —¡Por fin alguien inteligente en este barco! —exclamó Sol. Estaba empezando a preguntarse si no conocía a Vilma tan bien como creía.
    —Yo he estado con Vilma y la conozco perfectamente. Si le preparan esa cena no va a decir que no y va a poner buena cara, porque es Palomares, pero no le va a hacer tanta ilusión. —Piti frenó en seco sus palabras y se llevó el dedo índice a la sien, como si literalmente se le acabase de encender la bombilla y las neuronas de su cerebro hubiesen empezado a funcionar todas a la vez de repente. —¡Tengo una idea!


    Esa misma tarde, Palomares se encontraba de nuevo en el camarote de las chicas preparando su gran momento. Ainhoa había hablado con Salomé y sin contarle exactamente lo que estaba ocurriendo, la había convencido de que mantuviese ocupada a Vilma toda la tarde para que no sospechase nada. Ahora, ella y Palomares se encontraban sentados a los lados de Estela, que tenía entre sus manos su libro y un cuaderno en el que iba apuntando cosas.
    —Ya que no tenemos vestido blanco, yo creo que Vilma tiene uno de este tono, podemos hacerle unos apaños y...
    —Estela —Palomares pasó la página del libro y volvió a la sección donde estaban las pedidas. —Eso para cuando me diga que sí.
    —¡Pero es que te va a decir que sí!
    —Pues cuando me lo diga, lo hablas con ella, no conmigo —alegó el chico. La morena le estaba empezando a provocar una jaqueca.
    —¡Es verdad! ¡El novio no puede ver el vestido! —exclamó ella, como si de repente hubiese dado en el clavo.
    En realidad Palomares se lo había dicho porque ahora era momento de planear la pedida y la cosa se estaba alargando demasiado, no porque no quisiese saber cómo era el vestido de Vilma... Pero si creyendo eso Estela se centraba, no iba a ser él quien la sacase de su error. A este paso no le pediría matrimonio a su novia nunca... Estela estaba empezando a parlotear de nuevo cuando la puerta del camarote se abrió de golpe, y Palomares rezó mentalmente para que no la hubiese abierto Vilma. Aunque quizá habría sido mejor que la hubiese abierto ella y no la persona que estaba en el umbral en ese momento.
    —Pater, señoritas. Impugno esta pedida de matrimonio. —Piti entró en el camarote con pasos firmes seguido de Ulises, Ramiro y Sol. Palomares miró a esta última con cara acusatoria.
    —Se me escapó, lo siento... —explicó ella con un hilo de voz. Rápidamente fue a sentarse a su cama, como si así se pudiese librar de la reprimenda del rubio.
    Los chicos se acomodaron en las otras camas del camarote, excepto Piti, que cogió una silla del rincón y la colocó junto a Palomares. Miró a su amigo muy serio, como si lo que iba a decirle fuese realmente importante.
    —No puedes pedirle matrimonio a Vilma con una cenita en cubierta. No le van los clasicazos.
    —¡Fuera! —Estela se levantó de su silla y empezó a tirar del brazo de Ramiro para levantarlo de la cama y empujarlo hacia la puerta. —Los tres, ahora mismo, fuera. Aquí estamos planeando algo muy importante y vosotros no tenéis ni idea. ¡Fuera de aquí!
    La chica no había conseguido mover a Ramiro, que tenía mucha más fuerza que ella. El cojo se levantó por propia voluntad y la obligó a sentarse en la cama donde había estado él segundos antes. Estela cruzó los brazos enfurruñada y Ramiro no pudo evitar una sonrisa ante la imagen.
    —Estela... Todos somos amigos de Vilma, ¿no? —El chico esperó en silencio hasta que la morena asintió con la cabeza. —Pues tenemos que preparar algo que le guste a ella, no que te guste a ti.
    —Esto es demasiado —Palomares se levantó de su silla y todas las miradas se centraron en él. —Al final medio barco sabe que me quiero casar con Vilma antes que ella. Se acabó.
    El rubio hizo amago de salir por la puerta del camarote pero Ainhoa y Piti se levantaron rápidamente y se colocaron delante para que no pudiera hacerlo.
    —¡Espera! —Ainhoa tocó ligeramente el hombro de Palomares para hacerlo retroceder. —Te prometo que no te vamos a imponer nada, de verdad. Hazlo de la forma que quieras, nosotros sólo haremos sugerencias y te ayudaremos.
    —A ver tío, yo estuve un tiempo con Vilma, ¿no? —Palomares frunció el ceño ante el recuerdo de una época en la que no lo había pasado precisamente bien. Piti siguió explicándose.—Quiero decir que la conozco bien. Puedo darte algún consejo útil.
    Palomares paseó la mirada por las caras de sus dos amigos, y con un suspiro, volvió a sentarse en la silla que había ocupado antes. Piti y Ainhoa se miraron con una sonrisa y recuperaron sus asientos. Todos los que estaban reunidos en el camarote de las chicas guardaron silencio.
    —Como os volváis locos otra vez me voy y aquí no se casa nadie. —Todos asintieron todavía en silencio. —Venga Piti, ¿cuál es el gran consejo que puedes darme?
    El moreno se aclaró la garganta antes de hablar.
    —Bricomanía.
    —¿Qué?
    —Bricomanía. Yo la conquisté siendo un manitas, tienes que construirle algo.
    —Me voy —Palomares volvió a levantarse pero Ainhoa tiró de su brazo para volver a sentarlo en la silla.
    —Espera —le rogó la hija del capitán. —Sólo era una broma de Piti, ¿verdad?
    La chica le dirigió una mirada asesina a Piti, que había dicho todo totalmente en serio, pero éste terminó asintiendo con la cabeza al comprender que no había sido una buena idea. Ramiro, seguramente el que mejor conocía a Palomares en ese camarote, decidió tomar la palabra antes de que su amigo se cabrease todavía más.
    —A ver Andrés, piensa. ¿Qué es lo que más te gusta a ti de Vilma?
    El rubio se quedó un rato pensativo pero no consiguió encontrar una respuesta.
    —No sé Ramiro... Me gustan muchísimas cosas de ella, creo que no podría elegir.
    —Piénsalo. Algo que te hizo pensar por primera vez que era especial, no sé, con lo que siempre te acelere el corazón, o que te haga reír...
    —Su sonrisa —dijo el rubio automáticamente. Y sus mejillas se tiñeron de rojo con la misma rapidez. —Me gusta cuando sonríe y cuando se ríe a carcajadas.
    —¡Claro! —exclamó Sol levantándose de repente, como si se le hubiese encendido la bombilla. —Tienes que hacerle reír. Y se me está ocurriendo una cosa... —Todos la miraron, expectantes. —Vamos a darle una serenata.
    —¿Pero no decías que a Vilma no le gustaban los clásicos? —contraatacó Estela, que todavía estaba enfadada porque habían tirado su plan por la borda.
    —Pero es que ésta no va a ser una serenata como las de las películas, con una balada romántica... —Se giró hacia Palomares. —Te la llevas a algún sitio, la distraes con algo y salimos nosotros cantándole en plan gracioso. Y luego se lo pides.
    —Hombre —empezó Ainhoa —Sorprenderse se va a sorprender. Y yo creo que le va a gustar, al fin y al cabo nosotros somos su familia, y le encantará que te lo hayas currado tanto.
    —¿Vosotras creéis? —Palomares no parecía muy seguro con la idea, aunque desde luego le gustaba más que la cena en cubierta. —Bueno, ¿y cómo la distraigo hasta que entréis vosotros?
    —¡Yo tengo una idea! —Estela se levantó con una sonrisa triunfal en la cara. Los demás la miraban con miedo de que fuese a coger su libro de nuevo y sugerir fuegos artificiales o algo por el estilo. —¿Por qué cosa se muere Vilma últimamente?
    —Ehh... ¿por los brazos de éste? —Lo intentó Piti, señalando a Palomares. El rubio rodó los ojos.
    —Bueno, también... Pero no me refería a eso. —Estela paseó la mirada por la cara de todos los presentes antes de volver a abrir la boca. —Por el dulce. Vilma tiene antojo de dulce.
    —¡Claro! —exclamó esta vez Ainhoa. —¡Algo dulce!
    —Yo sigo sin pillarlo —Piti seguía igual de confundido que antes.
    —A ver, yo os lo explico a todos—dijo Estela antes de volver a sentarse. —Va a ser genial. Lo que vamos a hacer es...


    Vilma se agarraba con fuerza a la barandilla de la escalera que estaba subiendo en ese momento. Con los ojos vendados no podía ver dónde tenía que apoyar los pies por lo que avanzaba muy lentamente hacia arriba. En realidad no tenía miedo de caerse; Palomares estaba detrás de ella y la sujetaba fuertemente por la cintura con una mano y ella sabía que no la dejaría caer, aunque como la escalera no acabase pronto terminarían cayéndose los dos... Finalmente sus deseos se vieron complacidos y Vilma afirmó sus pies sobre el suelo de la tercera planta del barco. Era lo único que creía saber de su posición, que probablemente estaba en el comedor porque era la superficie más extensa de esa planta.
    —¿Me vas a decir ya a dónde me llevas? —dijo en dirección a donde suponía que se encontraba su novio.
    —Todavía no.
    Vilma dio un respingo al escuchar la voz de Palomares a su espalda, muy cerca de ella; el chico no estaba donde ella suponía. Andrés soltó una risita ante su reacción. Volvió a tomarla de la cintura, esta vez colocando la mano sobre su pronunciado vientre de embarazada de ocho meses y la guió a través de la superficie plana hacia su destino. La rubia no tenía ni idea de lo que su novio había preparado. El chico había llegado a su camarote en medio de la noche y la había despertado con un par de besos en los labios. Cuando ella se había incorporado Palomares le había vendado los ojos y la había sacado de allí en brazos dejando a sus tres compañeras de cuarto atónitas. O aparentemente atónitas... Hasta que habían llegado a unas escaleras no la había bajado al suelo, por eso Vilma sólo podía intuir en qué zona del barco estaba.
    No era la primera vez que su novio le preparaba ese tipo de cosas. En otra ocasión, los dos volvían de la enfermería tras una de las ecografías que Julia le hacía regularmente a la chica, pero aquella había sido más especial: Julia les había dicho que el bebé, su bebé, era un niño. Tiempo atrás Vilma había deseado tener una niña pero Palomares la había convencido de que lo mejor era tener un niño, el chico estaba muy ilusionado con la idea y la forma en la que se le iluminaban los ojos cuando hablaba de su hijo había sido suficiente para hacer cambiar de idea completamente a Vilma. La imagen de un niño tomando como modelo a Palomares también había ayudado a la idea, para qué negarlo. Palomares la condujo a su camarote para, en sus propias palabras, “celebrarlo como Dios manda”, pero al llegar allí la había sorprendido como nunca. Colgado en la litera de encima de la cama de Palomares había un cartel de colores con un mensaje escrito con la inconfundible letra de Palomares: “Felicidades mamá, ¡es un niño!”.
    —¿Tan seguro estabas de que iba a ser un niño? —le había preguntado ella. Él simplemente había sonreído y la había besado con toda la ternura del mundo.
    Y ahora le había preparado una nueva sorpresa. Aquella era una de las cosas que más le gustaban de Palomares, que conseguía sorprenderla sin que ella se lo esperase, con cosas sencillas pero originales. Tras un par de pasos, Palomares detuvo a Vilma y se adelantó a ella para abrir una puerta. Una vez los dos estuvieron dentro de la estancia, el chico se colocó tras ella y, al fin, dejó caer el pañuelo con el que le había vendado los ojos. Vilma miró a su alrededor sorprendida. Desde luego aquello no era lo que esperaba.
    —La cocina —dijo echando un nuevo vistazo para asegurarse otra vez de que no había nada fuera de lo normal. No lo había. —¿Salomé ha hecho reforma y yo no me he enterado?
    Palomares rió ante su comentario y la colocó casi en el centro de la cocina, mirando hacia la puerta que daba al comedor, y él se colocó frente a ella. El chico estiró un brazo hacia ella.
    —Dame la mano. —La chica obedeció sin saber todavía qué pretendía. —Aquí fue donde me dijiste por primera vez que estabas enamorada de mí, a esta misma hora. ¿Lo recuerdas?
    Una sonrisa se dibujó en la cara de Vilma y sus mejillas se tiñeron de rojo momentáneamente. Claro que lo recordaba, a menudo rememoraba lo nerviosa que había estado en ese momento, cómo se le atragantaban las palabras en la garganta y la tranquilidad absoluta que había sentido cuando había pronunciado aquella frase en voz alta. Era uno de los momentos de mayor valentía de su corta vida.
    —Estaba temblando como una hoja. —La mano de la chica se estremeció levemente, volviendo a recordar aquel momento. —¿Recuerdas la hora exacta en la que sucedió?
    —Ajá. —Palomares hizo avanzar su mano por el brazo de ella, exactamente igual que había hecho aquella noche más de cuatro meses atrás. Esta vez terminó atrayendo a su ahora novia hacía él y colocó la mano que le quedaba libre en la parte baja de su cintura, abrazándola. —Es lo más bonito que me han dicho nunca.
    —Estoy enamorada de ti —repitió ella casi en su oído, para acto seguido atrapar sus labios con fuerza.
    A pesar de la diferencia de alturas y de que su barriga se empeñaba mes a mes en dificultarles cada vez más esos momentos, la chica se las arregló para llevar sus manos a la nuca de él y profundizar el beso cada vez más. Palomares se lo devolvió con ganas, atrayéndola hacia sí con la mano que tenía en la parte baja de su cintura, hasta que se separó de ella entre jadeos.
    —No es que me queje de esto —el chico volvió a capturar sus labios por un instante para después separarse de nuevo. —Pero tengo algo para ti.
    La cara de Vilma se iluminó; sabía que no la había llevado en volandas sólo para enseñarle la cocina. Palomares señaló la silla y ella se sentó obediente. Después, el chico se acercó a la despensa y colocó delante de Vilma lo que había sacado de allí: una pequeña tarta.
    —¡Te quiero! —exclamó automáticamente ella ante la risa de Palomares. —¡Me has hecho una tarta de galletas! Pero... ¿cómo has conseguido hacerla? En este maldito barco no queda casi nada dulce.
    —Digamos que Salomé me debía un par de favores, y rebuscando por aquí y por allá, guardando alguna galleta del desayuno de vez en cuando... No sé cómo estará porque no he podido seguir la receta tal cual.
    —Tiene una pinta deliciosa.
    La chica cogió un par de cucharas y le pasó una a su novio. Palomares dejó que fuese ella la que probara primero la tarta y luego atacó él. Para no tener todos los ingredientes y no haber podido seguir la receta la tarta estaba realmente buena, aunque el tiempo que llevaban sin probar algo dulce de verdad estaba influyendo en su percepción con toda probabilidad. Y en el caso de Vilma, el fuerte antojo de dulce que había tenido durante todo su embarazo también estaba ayudando. Los dos comieron en silencio, regalándose sonrisas y miradas y alguna que otra mancha de tarta en la nariz. Los bordes del plato sobre el que estaba la tarta empezaban a verse y pronto se la habrían comido entera, así que Palomares decidió actuar ya.
    —No comía tarta desde el cumpleaños de mi hermano.
    El rubio miró alternativamente a las dos puertas de la cocina pero nada pasó. Volvió a intentarlo.
    —Decía que no comía tarta desde el cumpleaños de mi HERMANO—casi gritó la última palabra, pero allí seguía sin suceder nada. Vilma lo miró extrañado, sin saber por qué gritaba.
    —¿Te pasa algo?
    —No, nada —mintió él. —Es que hace tanto que no comía tarta, está realmente buena...
    “Tendré que prescindir de los demás” pensó Palomares, y los dos siguieron comiendo tarta hasta que el plato quedó casi vacío. La cuchara de Vilma resbaló con el fondo, que estaba cubierto con un plástico, y lo miró curiosa. Tras comerse el último trozo que quedaba se percató de que bajo el plástico había un papel, y rápidamente miró a su novio. Andrés, sonriendo, la invitó con la mirada a cogerlo. Cuando la chica lo sacó de debajo del plástico con cuidado de que no se manchase se dio cuenta de que aquello no era un simple papel: era una pajarita.
    —“Sonreíd por favor” —leyó en voz alta. Miró con una sonrisa en los labios a su novio. —¿En plural?
    —Claro —respondió él colocando una mano en el vientre de ella. —Me gusta cuando sonreís los dos.
    —Pero ésta no te ha quedado tan bien, se le ha quedado una patita dentro. —Vilma empezó a deshacer la figura de papel para poder sacar la patita de la pajarita. —Y tiene otra cosa escrita dentro, a ver... “¿Queréis...?” —La chica no pudo terminar de leer el mensaje y miró con los ojos muy abiertos a Palomares, que intentaba no mostrar lo nervioso que estaba. Pero la verdad era que no había estado tan nervioso en la vida.
    —¿Queréis casaros conmigo? —terminó él. Cogió la mano libre de ella y la colocó entre las suyas. —Sé que puede parecerte una locura, que apenas llevamos juntos unos meses... Pero no sabemos si algún día vamos a salir de aquí ni lo que aguantaremos. Quiero casarme contigo, Vilma. Te quiero, estoy totalmente enamorado de ti, no tengo ninguna duda. Y quiero casarme contigo ahora que todavía estoy a tiempo.
    Las lágrimas empezaron a fluir por las mejillas de la chica, a la que las intenciones de su novio la habían pillado totalmente desprevenida. Vilma siguió llorando en silencio, mirándolo a los ojos sin poder decir nada todavía.
    —Bueno... —Palomares se estaba poniendo todavía más nervioso ante el silencio de la mujer a la que amaba —¿qué me dices?
    —Sí —susurró ella todavía entre sollozos. —Sí, vamos a casarnos. ¡Vamos a casarnos!
    La chica se lanzó a los brazos de él, que la acogió con cuidado y la besó con ternura. Las lágrimas de los dos, ahora que él también había empezado a llorar, se mezclaban mientras sus labios estaban unidos en uno. Los nervios que había sentido Palomares segundos antes se disiparon de golpe y su mente ahora sólo era ocupada por las últimas tres palabras de Vilma. ¡Iban a casarse!
    —Te quiero cariño —volvió a repetirle entre besos. —Siento no tener anillo para este momento...
    —Yo también te quiero Andrés, te quiero... ¡Espera! —La chica se separó de él con una sonrisa y se llevó las manos a la nuca, empezando a desatar el cordón que siempre rodeaba su cuello. —Yo sí tengo anillo.
    Palomares sonrió todavía entre lágrimas, esperando a que consiguiese desatar la cuerda. Cuando tuvo el anillo libre en sus manos, Vilma cogió la mano de su novio y colocó el anillo en su dedo anular con una sonrisa.
    —Ya tenemos anillo de compromiso.—La risa de los dos llenó la estancia.
    —Ahora eres mi prometida —dijo él colocando un mechón de pelo tras su oreja.
    —Y tú eres mi prometido —respondió ella tocando el anillo que ahora estaba en el dedo de él. —Me gusta que tú lo tengas, es un anillo muy especial para mí. Era de mi padre, y luego lo tuvo mi hermano...
    —¿Hermano? —Una voz surgió desde el otro lado de la puerta que daba a los camarotes de los profesores. —¡Ha dicho hermano! ¡Es la señal! ¡Ahora!
    Las dos puertas de la cocina se abrieron a la vez y todos los amigos de Vilma y Palomares entraron de golpe en la cocina. Estaban todavía en pijama, alguno con una cara de sueño que no podía ocultar, pero los chicos se habían engominado el pelo y las chicas llevaban los labios pintados de rojo. Ella se quedó sorprendida y Palomares empezó a negar con la cabeza mirando al suelo... No se podía creer que entrasen ahora y no antes.
    —¡Un, dos, tres y...! —ante la señal de Piti, los chicos empezaron a cantar el tema principal de una famosa película...
    —I got chiiiiiiiiiills, they're multiplying!
    —No me lo puedo creer —exclamó Vilma, todavía sorprendida. Miró a Palomares y por la cara de él supo que era quien lo había preparado.
    Sus amigos le estaban cantando la canción de Grease. Meses atrás, ella y Palomares se habían vestido como Olivia Newton-John y John Travolta para hacer un musical, pero Salomé había querido que cantaran otra canción. Desde entonces los dos habían bromeado varias veces acerca de volver a vestirse así pero para cantar la canción que estaban interpretando sus amigos ahora mismo. Era algo que les había quedado pendiente. Vilma empezó a reír al ver a sus amigos sobreactuando al intentar imitar la pose más chula de Travolta, mientras las chicas los empujaban al suelo poniendo el pie en su pecho. Se notaba a leguas que lo estaban haciendo adrede para hacerla reír, y lo estaban consiguiendo. Se agarró al brazo de su ahora prometido, que también reía ante el numerito de sus amigos, y depositó un beso cariñoso en su hombro. El escándalo había despertado a los adultos que dormían cerca de la cocina, que se habían empezado a agolpar en la puerta para mirar lo que estaba pasando. Los chicos siguieron cantando y bailando hasta que llegó el final de la canción y terminaron todos de rodillas en el suelo.
    —¡Bravo! —Vilma empezó a silbar y a aplaudir a sus amigos todavía entre risas. —¡Bravo!
    Los seis cantantes improvisados sonreían agradecidos, y Piti empezó a mirar a Palomares como apremiándole a hacer algo. El rubio rió con más fuerza.
    —Habéis entrado tarde, Piti. Ya se lo he dicho.
    —¿Qué? —exclamó Estela casi gritando. —¿Y qué te ha dicho?
    —Pues... —Palomares levantó la mano en la que llevaba el anillo de Vilma para mostrárselo a sus amigos. —Creo que el anillo de compromiso que yo llevo os dará la respuesta.
    —¡Dios mío! —Estela empezó a llorar y se abrazó rápidamente a su amiga embarazada, que intentaba separarla con cuidado para poder respirar y asegurarse de que su hijo seguía haciéndolo. Estela susurraba cosas sueltas entre sollozos. —Una proposición no puede hacerse sin anillo, ya lo decía yo.
    Los demás se acercaron a felicitar a los futuros casados, incluidos los adultos que se habían despertado con el numerito musical. Salomé los abrazó a los dos entre lágrimas, no sin regañar a Palomares por liar aquello en su cocina, y el capitán felicitó al chico dándole una palmadita en la espalda. Después de abrazar a Vilma, Piti se acercó a Palomares. Los dos se fundieron en un gran abrazo sincero, como dos hermanos. A pesar de la disputa que habían tenido tiempo atrás por la chica con la que ahora uno de ellos se iba a casar, habían conseguido mantener viva su amistad. Palomares fue el primero en separarse para hablarle, casi con lágrimas en los ojos.
    —Gracias por todo, de verdad. Significa mucho para mí que me hayas ayudado con esto.
    —Ni las des, Pater. —Piti trató de quitarle importancia. —¿Qué tal ha estado el numerito? Yo creo que deberíamos haber apostado por el “Como una ola”...
    —¿Pero no decías que Vilma no era de clásicos?  —preguntó Palomares dubitativo.
    —Pero la Jurado es una apuesta segura, Palomares. Cuanto te queda por aprender, de verdad...
    El moreno se alejó justo en el momento en el que Vilma se abrazaba otra vez a su futuro marido. La gente había empezado a abandonar la cocina, especialmente tras los gritos de Salomé diciendo que ahí no cabía tanta gente, y la parejita se escabulló hacía cubierta en busca de un poco de tranquilidad. Los dos se apoyaron en la barandilla, con los ojos fijos en el mar. Andrés rodeó la cintura de ella con su brazo, colocando la mano sobre su vientre, y Vilma dejó caer la cabeza en el hombro de él.
    —Me ha encantado todo, de verdad. Muchas gracias.
    —Lo mejor para mi prometida.
    —Qué bien suena eso —susurró Vilma con los ojos cerrados. —Repítelo.
    —¿El qué? ¿Que tengo la prometida más guapa del mundo? ¿O que estoy completamente enamorado de mi prometida?
    —Dios, ¡si te quité a uno de los tuyos! —le gritó ella al cielo entre risas. —¿Por qué me das toda esta felicidad?
    —Porque te la mereces —le respondió la voz de Andrés en su oído.
    Los labios de los dos volvieron a encontrarse una vez más aquella noche, pero esa sería sólo una de las muchas veces en las que se encontrarían sus labios de ese momento en adelante. Ahora, más que nunca, tenían la promesa de un futuro juntos. Su para siempre.

  2. Saltar al vacío

    martes, 21 de febrero de 2012


    Para Lau, por mantener a flote el sentimiento vilmares. Gracias por estar ahí siempre.

    Andrés Palomares no era de los que se conformaban con algo seguro en vez de arriesgarse a conseguir algo más, de los que se quedaban esperando a ver qué pasaba. Había tomado muchas decisiones difíciles en su vida, de esas de las que te puedes arrepentir y mucho, de esas de las que tu madre te pedía que lo pensaras muy bien cientos de veces. Y no creía haberse equivocado.
    Cuando apenas contaba con diecisiete años dictaminó que en cuanto cumpliese la mayoría de edad ingresaría en el seminario y empezaría su camino hacia el sacerdocio. Siempre había tenido una fe enorme, de esas que mueven montañas, y no creía que dedicando su vida por entero a la religión se estuviese perdiendo nada importante. Nunca había sido bueno en el amor, así que, ¿por qué no? Lo fundamental de vivir es hacerlo por algo que amas, y él amaba su fe con todo su corazón. Parecía el camino perfecto para Andrés Palomares. También le había parecido el camino perfecto embarcarse en el Estrella Polar tres meses atrás y, paradójicamente, esa decisión le había salvado la vida. Subirse a ese barco había hecho que perdiese a su familia pero también le había proporcionado una nueva, compañeros, amigos, prácticamente hermanos. Estaría dispuesto a dar la vida por muchos de ellos. Por eso nunca se había arrepentido de esas decisiones tan duras que había tomado a lo largo de su vida, porque le habían llevado exactamente al punto donde estaba ahora, y había merecido la pena a pesar de todo. Andrés Palomares había sido siempre un hombre valiente... hasta ahora.
    Estaba enamorado. Por primera y única vez en su vida, y se atrevería a añadir que por última, estaba enamorado. No había forma de negar aquello que sentía, negar lo que sentía por Vilma sería la mentira más grande que podía salir de su boca. Y sin embargo lo había hecho. Se lo había dicho a Ramiro, había afirmado sin poder reprimir un par de lágrimas que Vilma no lo llenaba. ¿Un intento de autoconvencerse? No. Un intento de convencer a los demás. Esta vez Andrés Palomares había sido el más cobarde de los mortales, porque había renunciado a algo que amaba sin ni siquiera probarlo, creyendo estar seguro de que no funcionaría. Si ni siquiera lo habían intentado... y habían puesto todo patas arriba. La relación de Piti y Vilma, la rabia de Estela, incluso su propia fe. Había decidido renunciar a ella y refugiarse en lo fácil, en la seguridad que le había proporcionado siempre su alzacuellos. Pero Vilma no se lo había perdonado.
    Apenas le dirigía la palabra, a no ser que fuese para dedicarle un par de dardos envenenados. La rubia parecía culpar de toda la situación a Andrés: del sufrimiento de Piti, del suyo propio, de que ahora su hijo no tenía a nadie a quien llamar papá. Como si para Palomares todo hubiese sido un simple juego, como si él no supiese lo que era tener el corazón en carne viva por alguien a quien no te permites tocar a pesar de que sabes que lo amas con locura, a pesar de que sabes que ese sentimiento es correspondido. Pero no podían estar juntos, no era una opción. Además, pese a sus sentimientos, ella ni siquiera había mostrado que lo quisiera intentar. Había sido Piti el que la había dejado a ella, no ella a él. Vilma había sido incapaz de apostar por los sentimientos que tenía por Andrés. Así pues, quizá todo fuese mejor así, ¿no? Si Vilma lo odiaba él no tenía ninguna razón para plantearse abandonar esa comodidad en la que se había empeñado vivir, no tenía la necesidad de arriesgarse a perder todo lo que su fe le proporcionaba. Ahora que Piti no era un obstáculo entre ellos, que Vilma lo odiase era la forma más fácil de sobrevivir en aquel barco.
    Un carraspeo le hizo recordar que, de hecho, estaban en plena clase de supervivencia y que a Gamboa no parecía gustarle su actitud en el aula.
    —¿Le tengo que repetir la pregunta por tercera vez, Palomares? Parece que lo que sea que está pasando por su cabeza le parece más importante que aprender qué hacer en una situación de emergencia.
    —Estará pensando en el próximo sermón que nos va a dar, como ahora está tan comprometido con su fe... Vete a saber tú si la semana que viene vuelve a quitarse el alzacuellos. —La voz de Vilma atravesó la sala desde el otro lado del aula. Ni siquiera tenía la mirada posada en él, pero su cara mostraba la expresión de fastidio que se había vuelto permanente en los últimos días.
    —Bueno, creo que algunas en este barco necesitan esos sermones urgentemente. —Las palabras salieron de la boca de Andrés sin apenas pensarlas. Ni siquiera las sentía. Pero se había obcecado en conseguir que Vilma lo odiase más y más, era casi un placer masoquista que se había alojado en su corazón. Una forma egoísta de sentirse más seguro de la decisión que había tomado.
    —¿Ah sí? —Esta vez ella sí se giró para mirarlo. —¿Y quién me los va a dar? ¿Tú, precisamente tú? ¿Cómo te atreves...?
    —¡Basta! —La voz de Gamboa hizo que los dos se giraran a mirarlo. Palomares había vuelto a olvidar que estaban en medio de una clase... era el efecto que solía tener Vilma en él. —Ahora mismo, los dos aquí abajo. A ver si demostrándole a la clase cómo se pone un arnés podéis manteneros callados.
    —Pero...—La voz de Vilma volvió a intentar abrirse paso.
    —Ni peros ni nada. Los dos aquí abajo, ahora mismo. Palomares nos va a enseñar cómo colocar un arnés a una compañera.
    Los dos bajaron hasta donde estaba Gamboa sin ni siquiera dirigirse la mirada, cada uno por un lado opuesto de la clase y sin abrir la boca ni un momento. Fue otro compañero el que se atrevió a cuestionar la decisión de Gamboa.
    —Vilma está embarazada, ¿no puede ser peligroso?
    —Si resulta que este barco tiene algún problema ella va a tener que ponerse el arnés con bombo o sin él, Gironés. —El colombiano ni intentó suavizar sus palabras con una media sonrisa, como solía hacer. Se giró hacia donde estaban Vilma y Andrés y le tendió el arnés que tenía en la mano a este último. —Será más fácil si ella se sienta en la mesa.
    Vilma se dirigió hacia el escritorio sin levantar la vista del suelo y con esa cara de fastidio que no había dejado de acompañarla en ningún momento. Palomares se acercó a ella; su caballerosidad fue más fuerte que aquel deseo de hacerse odiar e intentó ayudarla a sentarse en la mesa, pero la cabezonería de la rubia no lo permitió.
    —Ya sé que tú puedes subirme a esta mesa, pero puedo sola, gracias.
    Un escalofrío recorrió la espalda del sacerdote con esas palabras. Sabía que Vilma estaba furiosa, pero no pensaba que pudiese decir algo así, que pudiese referirse al momento que habían compartido en ese mismo aula un par de semanas atrás. Quizá le había hecho más daño del que pensaba. Sacudiendo la cabeza en un intento de serenarse, se fijó en que ella ya estaba sobre la mesa esperando que aquello acabase lo más pronto posible, así que se apresuró a acercarse a la mesa. Despacio, cogió la pierna izquierda de Vilma y la levantó para pasar una de las correas del arnés por ella, intentando minimizar al máximo el roce de su mano con la suave piel de ella. Repitió la operación con la pierna derecha, y cuando lo hubo hecho, comenzó a subir el arnés lentamente. Vilma tenía que incorporarse levemente para que él pudiese subir el arnés por encima de sus caderas, así que apoyó una mano en el hombro de Palomares para hacerlo. Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, retiró la mano con rapidez y la colocó sobre la mesa, sin mirarle a la cara.
    —Muy bien, ahora abrócheselo.
    Las manos de Palomares viajaron hasta la cintura del arnés y rozaron por un momento el estómago de ella. Ninguno de los dos pudo evitar que sus ojos se cruzaran durante unos segundos. Precisamente ese había sido el último roce del que habían disfrutado, cuando la mano de Palomares se había posado sobre su barriga para notar el movimiento del bebé en cubierta. Para ella había sido un acto reflejo, como si su corazón hubiese sentido que lo lógico era que Andrés compartiese con ella el momento en que su bebé se movía por primera vez. Para él, simplemente, había sido la sensación más maravillosa de su vida. Y ahora allí estaban, en la misma posición en la que habían compartido el beso más apasionado que cualquiera pudiese imaginar, a unos pocos centímetros el uno del otro, colgados de una mirada compartida. A punto de dejarse llevar. Daban igual los intentos de odiarlo por parte de ella, los de hacer todo lo posible por no arrepentirse ni un sólo momento de su decisión por parte de él. Iban a besarse, en ese preciso segundo y en el mismo lugar donde lo habían hecho la última vez. Palomares se inclinó un poco más sobre ella, y entonces la cruz que llevaba bajo su camiseta de tirantes se salió y quedó balanceándose suavemente entre los dos.
    La reacción de Vilma fue instantánea. La visión de la cruz, de lo que significaba que esa cruz estuviese colgada del cuello de Andrés y que casi había olvidado por un segundo hizo que se apartara rápidamente de él, llegando a empujarlo hacia atrás apoyando la mano en el pecho de él. La cara de fastidio remplazó a la mirada que habían compartido antes.
    —Puedo abrochármelo yo solita.
    Afortunadamente, la voz de Gamboa anunció el final de la clase en ese momento. Vilma se quitó el arnés rápidamente y lo dejó en la mesa, recogió las cosas de su pupitre y salió por la puerta sin mirar atrás. Andrés se tomó su tiempo en subir a por su libreta y coger su par de bolígrafos, intentando serenarse y asegurándose de que Vilma tendría tiempo para llegar hasta su camarote y que no se la cruzaría accidentalmente por los pasillos. Todos los demás alumnos fueron saliendo del aula, excepto alguien que se quedó esperando a Palomares.
    —¿No crees que ya es hora de que Vilma y tú dejéis esta tontería de fingir que os odiáis?
    Palomares se giró para encontrarse con la mirada del que se había convertido en su mejor amigo, del que le había dado los mejores consejos desde que se había subido a ese barco a pesar de que muchas veces no los había seguido. Quizá Ramiro merecía una explicación que incluyese la verdad, quizá delante de él podría admitir por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo. Pero no se atrevía.
    —Vilma no finge odiarme. Me odia. Es mejor así. —Empezó a bajar los escalones en dirección a la puerta pero Ramiro lo retuvo por el brazo.
    —Mira Andrés, puede que el resto del barco se haya creído que lo que sentías por ella no era tan fuerte como parecía, pero a mí no me engañas. Y a ti mismo tampoco. —Palomares bajó la mirada tragando saliva, sin atreverse a decir una palabra todavía. —Os estáis haciendo daño el uno al otro. No sé qué habrá pasado, por qué este triángulo habrá desembocado en tres personas solteras... Pero no podéis seguir así. Eráis amigos, Palomares, amigos. No podéis perder eso, no podéis seguir causándoos más sufrimiento.
    Es gracioso cómo el ser humano necesita que venga alguien más a esclarecerle lo que tiene que hacer para darse cuenta de ello. Palomares sabía que él mismo sufría con esa situación, que le dolía recibir todas esas palabras de Vilma, pero no se había parado a pensar que ella también estaba sufriendo con las de él. Creía, se había llegado a autoconvencer de que la manera más rápida y efectiva de acabar con el sufrimiento que le había causado volviendo a ser cura era haciendo que lo odiase. Pero, ¿cómo no te va a doler odiar a una persona a la que amabas? ¿Recibir palabras dirigidas a fomentar ese odio? Y Vilma lo amaba, de eso estaba seguro. No sabía si se podía querer a dos personas a la vez, si Vilma había estado realmente enamorada de Piti. Pero la forma en que lo había besado a él en ese mismo aula, la manera en que sus manos temblaban con su roce cuando le confesó en voz alta que estaba enamorada de él no le dejaban ninguna duda de que Vilma estaba enamorada de Andrés Palomares tanto como él lo estaba de ella. Él lo sabía porque esos sentimientos eran un reflejo de los suyos. Así que, al igual que a él se le clavaba cada una de esas palabras de odio en el corazón como dagas ardiendo, a ella debía sucederle lo mismo.
    Palomares se vio obligado a apoyarse en el pupitre más cercano cuando se percató de ello. ¿Qué había hecho? Había condenado a la persona que más había querido en la vida. ¿Esa era su forma de predicar su fe, de ser un buen cristiano? Lo había echado todo a perder. Todavía estaba dispuesto a renunciar a ella, iba a hacerlo, pero no estaba dispuesto a que se perdieran como amigos. Tenían que  hablar y solucionar las cosas. Por fin miró a Ramiro, que lo observaba expectante.
    —Voy a hablar con ella.
    El moreno sonrió, contento de haber ayudado a su amigo, y Palomares lo abrazó fuertemente. No se le daba muy bien expresar sus sentimientos con palabras, pero esperaba que aquel abrazo pudiese demostrar lo agradecido que estaba por todo. Finalmente, se separó de él sonriendo y cruzó la puerta decidido a hablar con la chica.

    Vilma estaba sola en el camarote de las chicas, tumbada boca arriba sobre su cama. Desde que lo había dejado con Piti había recuperado su antiguo lugar en ese camarote que había extrañado tanto. Tenía las manos colocadas sobre su barriga, los ojos abiertos enfocados en el techo y algunas lágrimas corriendo por sus mejillas cuando llamaron a la puerta suavemente. Supuso que sería alguna de las chicas así que se secó las lágrimas y se incorporó murmurando un 'adelante'. Palomares asomó la cabeza por la puerta y, al verlo, el semblante de ella cambió radicalmente.
    —La capilla está en el piso de abajo.
    Volvió a tumbarse en la cama pero esta vez de lado, mirando hacia el lado contrario a la puerta para perderlo de vista cuanto antes. Andrés cerró la puerta tras su espalda y dio unos pasos hacia adelante, aunque no se atrevió a acercarse más a la cama de ella.
    —Quiero hablar contigo.
    Vilma pensó en ignorarle pero estaba demasiado enfadada para hacerlo, así que se dio la vuelta y se sentó en la cama mirándose los pies e intentando hablar con voz calmada.
    —Tú y yo no tenemos nada de que hablar. Ya me lo has dicho todo.
    Aunque intentaba que su voz sonase firme, Palomares podía detectar el titubeo en su voz, prueba de que aquella situación la estaba haciendo sufrir, y volvió a odiarse por ello. La voz de Vilma era demasiado hermosa para mostrar un sentimiento así. Armándose de valor se acercó a ella y le cogió la mano entre las suyas, notando un leve temblor que la chica intentaba disimular sin éxito.
    —No podemos seguir así, Vilma. Éramos amigos.
    Con la última palabra ella se soltó del agarre de él con furia, casi con dolor.
    —Pues quizá no quiera volver a ser tu amiga. No me necesitas, ¿no? Ya tienes tu fe, con eso te es suficiente. —Vilma se dio la vuelta agarrándose los codos, dándole la espalda a Palomares. Y él no lo aguantó más. Se lo había callado todos esos días, por ella, pero ya no podía más, necesitaba preguntárselo. Su voz salió con un volumen mayor del que pretendía, con todo el dolor acumulado que guardaba en su corazón.
    —¿Por qué te ha molestado tanto que volviese a ser cura? Tú misma me pediste unos días antes que volviese a serlo. ¿Por qué te muestras tan dolida? ¡No puedes pedirme que vuelva a ser cura y luego comportarte así cuando lo hago! ¿Qué diferencia había entre el día que me lo pediste y el que decidí hacerlo? ¡Ninguna!
    —La diferencia... —Vilma se giró y él pudo ver las lágrimas que habían empezado a bañar sus mejillas. —¡La diferencia es que la primera vez todavía no te había elegido!
    Aquellas palabras cayeron sobre Palomares como un jarro de agua fría. Sabía que ella estaba enamorada de él, lo sabía, pero también se había convencido a sí mismo de que Vilma seguiría con Piti si él no hubiese roto con ella. El descubrimiento de que ella había estado dispuesta a apostar por su relación con él había sido cuanto menos inesperado. La garganta de Andrés apenas era capaz de pronunciar las palabras que su cerebro quería hacer salir.
    —¿Tú... me habías elegido a mí?
    Vilma trató de sorberse las lágrimas antes de contestar, aunque era inútil ya que una vez que habían empezado a derramarse era imposible frenarlas, así que se colocó un mechón tras la oreja y por primera vez desde que él había entrado en el camarote se atrevió a mirarlo a los ojos. El torrente de palabras, de todo lo que se había callado esas dos semanas empezó a fluir sin poder detenerse.
    —¡Claro que te había elegido a ti! Te quiero, Andrés. Te quise, y por mucho que lo he intentado no he podido dejar de quererte. Pensé que podría afrontarlo, que podría olvidarte y seguir con Piti para no hacerle daño, pero no podía. No después de lo que pasó en el aula... Por eso no podía ni hablar con Piti, Andrés, porque sabía que en cuanto hablásemos todo lo mío con él se acabaría y no podía evitar pensar que toda la culpa era mía, la culpable de todo su sufrimiento iba a ser yo. Pero tú tampoco te merecías aquello, Andrés, no podía seguir viviendo esa mentira. Aposté por lo nuestro. Me tragué todo mi miedo, toda mi indecisión y decidí apostar por lo nuestro... y tú me abandonaste.
    Llegado a ese punto la voz de Vilma se quebró y Palomares se acercó a ella cogiéndole la mano, abriendo la boca para hablar, pero ella colocó un dedo sobre sus labios para que siguiese callado.
    —No, espera, déjame terminar. ­—Inspiró fuertemente para calmarse un poco antes de seguir hablando. —Aceptar lo que sentía por ti y arriesgarme a luchar por ello ha sido la decisión más difícil que he tomado en la vida. Y cuando por fin estaba decidida a decírtelo me saliste con esto. —La mano libre de Vilma se movió hasta la cruz que descansaba en el pecho de Palomares, agarrándola con fuerza. —Dijiste que en el fondo nosotros seguimos siendo lo que somos, ¿no? Que tú eras cura. ¿Y qué soy yo, Andrés? Aquella chica que se lía con un tío y no vuelve a verlo en la vida. Aquella chica que se queda embarazada a los 20 de un capullo. Y ahora, aquella chica que se enamora de un cura y es tan tonta como para creerse que él también se ha enamorado de ella.
    Los sollozos fueron demasiado y Vilma no pudo seguir hablando. Andrés la abrazó con fuerza contra su pecho, sin soltar su mano, dejando que mojase su camiseta con aquellas lágrimas que él mismo había causado.
    —Lo siento... Lo siento tanto, cariño, de verdad. Tú no te mereces todo esto. —Los sollozos de Vilma se volvieron más fuertes. —Escúchame bien. Eres la mujer más maravillosa que he conocido jamás, ¿vale? No lo dudes ni un momento. Mírame, Vilma, mírame. —La separó de su pecho y la obligó a levantar la cabeza colocando un dedo bajo su barbilla. —Te quiero, Vilma. Te quiero más que a nada en este mundo, más que a nada que haya conocido jamás.
    Una pequeña sonrisa asomó al rostro de Vilma, una sonrisa que él no había visto desde hacía mucho tiempo, y lo que había estado a punto de ocurrir momentos antes en el aula esta vez sí sucedió. Los labios de Vilma y Andrés se unieron suavemente, en un beso muy diferente al último que habían compartido. Esta vez la ternura superó a la pasión y los labios de los dos se movieron despacio, acompasados, disfrutando de la sensación. Un beso húmedo, salado debido a las lágrimas de ella. Poco a poco fueron separándose y ella volvió a apoyar la cabeza en su pecho, sin atreverse a mirarlo. Tal vez aquel beso no significase que algo iba a cambiar.
    Pero la situación aparecía ahora clara en la mente de Palomares. ¿Cómo había sido tan tonto de no arriesgarse por ella? La más mínima posibilidad de conseguir tener una relación con Vilma debería haberle bastado para lanzarse al vacío con los ojos cerrados. Ahora lo veía, ahora se daba cuenta de lo tonto que había sido. Había sido un cobarde, y nunca se perdonaría haberle hecho sufrir así.
    —Lo siento. Pensé... me convencí de que esto no era posible, que la manera más fácil de salir del lío en el que nos habíamos metido los tres era quitarme de en medio, tragarme lo que sentía y refugiarme en lo único que conozco, en lo único que había tenido en la vida, mi fe. Lo siento tanto... Voy a apostar por nosotros, Vilma. Voy a hacerlo.
    Ella levantó la cabeza de su pecho con una sonrisa, casi sin poder creer lo que estaba escuchando. Había entrado media hora antes en esa habitación con un sentimiento que devastaba su corazón, y ahora lo que más deseaba en el mundo se hacía realidad. Se puso de puntillas para volver a besarlo pero él la frenó suavemente.
    —No, espera.
    Se llevó las manos al cuello y se desabrochó la cadena en la que llevaba colgada la cruz, y tras mirarla durante un par de segundos se la llevó al bolsillo del pantalón. Sin embargo, en el último momento, antes de metérsela en el bolsillo, cambió de idea y la colocó alrededor del cuello de ella.
    —Ahí está mucho mejor. Y ahora... ¿Todavía estoy a tiempo de pedirte aquella cita de la que me hablaste?
    Ella no pudo reprimir la risa, agarrando la cruz que ahora colgaba de su cuello con fuerza, y se volvió acercar a él susurrando unas palabras antes de besarlo de nuevo.
    —Me puedes pedir todas las citas que quieras.

  3. Noche de Grinchs

    miércoles, 4 de enero de 2012

    No es mucho, pero bueno…nosotras somos las que defendemos los pequeños detalles, los pequeños momentos, las pequeñas cosas.

    Dentro de algo que empezó siendo tan pequeño que era casi diminuto yo encontré a dos grandes personas como vosotras, y esta es mi manera de decíroslo estas Navidades.

    Es cierto que poco a poco lo pequeño se hace grande, pero vosotras ya sois inmensas.

    NOCHE DE GRINCHS

    El Estrella Polar estaba sumido en el más profundo de los silencios, era noche cerrada y solo se escuchaba el sonido de las olas al chocar contra el casco, sonido al que incluso uno de sus más pequeños habitantes estaba más que acostumbrando, tanto, que ya no es que no interrumpiese su sueño, sino que era la mejor de las nanas para dormirlo.

    Arrullado por los sonidos del mar y ovillado en medio de la cama, arropado hasta la nariz como su madre lo había dejado, David dormía tras haber caído rendido; aquella noche le había costado conciliar el sueño, había costado un largo baño caliente, dos cuentos de su padre y uno de su madre, pero al fin había conseguido cerrar los ojos y dormir, y así hubiese seguido durante unas cuantas horas sino fuese por el ruido que escuchó en el pasillo.

    Tras el golpe que resonó el niño se levantó de un salto en la cama, miro al otro lado de la habitación donde dormían sus padres y pudo ver como su madre giraba removiéndose tras el golpe, si sus padres no se levantaban no había nada que temer, así que cogiéndose con más fuerza a se conejito de peluche, solo por si acaso, tiró de las mantas y las subió hasta su cabeza dispuesto a dormir de nuevo, al fin y al cabo el día siguiente sería un día muy importante. Pensando eso el pequeño cerró los ojos dispuesto a conciliar el sueño de nuevo, pero el nuevo golpe que escuchó hizo que se sentase de nuevo con rapidez.

    Tranquilo David, tranquilo, es solo un ruido no hay que asustarse de los ruidos – en ese momento un nuevo golpe seguido de un susurro se escuchó en el pasillo – y una porra solo un ruido. Hay alguien fuera.

    Con mucho cuidado el niño se liberó poco a poco de las mantas, se movió hasta quedar panza abajo y tras agarrar a su conejito por una de las orejas empezó a escurrirse lentamente hasta que sus pies, bien resguardados del frío en unos calcetines de lana, tocaron el suelo del camarote.

    Se giró, y tras comprobar que no había movimiento alguno en la cama de sus padres, comenzó a andar de puntillas hacia la puerta; cuando llegó a su destino pegó la cabeza contra la madera, y lo mismo hizo con la del conejo, para intentar escuchar algo de lo que pasaba en el pasillo.

    - Mierda de Navidades, mierda de regalos, mierda de infancia – protestó una voz.

    Esas palabras no se dicen, si dices esas cosas acabas sin pelo como el Tito Julián.

    - Shhh, vas a despertarlos y como los despiertes vamos a estropearlo todo.

    A mi ya me despertasteis, ¿qué se va a estropear?- el niño miró al conejo intrigado y negó con la cabeza, ninguno sabía aún de que hablaban aquellos señores.

    - Pues que se despierten, venimos a lo que venimos de todas maneras.

    ¿A que vienen? ¿No vendrán aquí?

    - Venimos a lo que venimos, pero hay que hacerlo con cuidado.

    Sí, sí, pero ¿a qué venís?

    - Lo que tiene que hacer uno por los regalos de Navidad.

    ¡Oh no! ¡El Grinch! Estos señores son Grinchs, tengo que hacer algo o van a llevarse todos los regalos de Navidad. No van a llevarse mis regalos de Navidad, yo he sido bueno, me he ganado esos regalos, además hice un collar para mamá con papá, y otro para Espe, y mamá me ayudo a hacer un dibujo mío con papá para enmarcarlo y regalárselo, no vais a robarme los regalos.

    ¡Los regalos de los Reyes! He tenido que comerme toda la papilla de algas para conseguir esos regalos, ¡no vais a llevaros mis regalos!

    Viendo peligrar sus regalos de Navidad, David decidió que aquello era demasiado serio como para manejarlo solo, además el tenía tres años y escuchaba tres voces distintas, Orejudo y él eran dos, pero aún así…necesitaba ayuda, alguien que pudiese enfrentarse a aquellos señores malos, alguien que no tuviese miedo; sin duda alguna, su padre.

    Corriendo, tanto como le permitían sus pequeñas piernas, se acercó a la cama de sus padres y tras coger carrerilla saltó para subirse; lo hizo a los pies de la cama, donde sabía que no tocaría a su madre y así ella seguiría durmiendo tranquila. Lo hacía mucho, cuando tenía frío, o miedo, o no quería despertarlos se subía por allí y escalaba entre los cuerpos de sus padres hasta llegar al medio, aunque siempre acababa despertándolos porque tenía que hacer fuerza para conseguir colarse en medio de su abrazo y que le hiciesen sitio. Había depurado la técnica desde que su madre tenía a su hermana en la tripa, sabía que su madre ahora comía por dos, descansaba por dos y como decía su tío Piti, pesaba por dos; por eso había perfeccionado el arte de subirse a la cama sin despertarla, saltaba a los pies y subía hasta el pecho de su padre que con una sonrisa se movía para hacerle un hueco, a él y a Orejudo.

    Esa era su idea, rodear los pies de su madre y despertar a su padre para que lo ayudase, pero en cuanto subió a la cama se le fue el alma a los pies, su padre no estaba allí.

    ¿Papá? – se giró a mirar si había luz en el baño, pero al ver la puerta abierta y el baño en completa oscuridad se asustó - ¡¿Papá!? ¿Pero dónde estás? Calma David, calma, lo primero es calmarse para saber que hacer, solo tenemos que calmarnos. ¡NO ME MIRES ASÍ OREJUDO! ¡Cálmate! Vale…a ver…solo tenemos que… espera, espera, espera. Cuando el tito Piti nos contó la historia del Grinch dijo que era un señor muy feo, verde, que venía a robar los regalos de Navidad de los niños; entonces mami llegó, le gritó, y nos cogió para llevarme a cenar pero ¿qué acababa de decir el tito? … … … ¡QUE SI NO HABÍAN LLEGADO LOS REGALOS SE LLEVABA A LOS NIÑOS! ¡Y LUEGO DIJO QUE TAMBIÉN SE LLEVABA A LAS MAMÁS RUBIAS E “INTERPINENTES”! No sé que significa “interpinente” pero mami es rubia, ¡¡PAPÁ!!

    ¿Y si se lo han llevado ya? ¿Se habrán llevado a papá para cogernos a mamá y a mí? Aiiii Dios, seguro, porque papá no dejaría que nos cogiesen. Tengo que hacer algo, tengo que hacer algo.

    Se bajó de la cama a todo correr, intentando no mover a su madre con las prisas y dar con alguna idea genial que los sacase de ese lío.

    Piensa Orejudo, piensa… ¿qué podemos hacer? A mamá no la puedo despertar, papá y yo tenemos que cuidarla y protegerla, aunque ella protesté, y ahora que Bebé está a punto de llegar más…Bebé, aún tengo que pensar un nombre para Bebé, mamá y papá están esperando a que dé con uno que me guste, Espe y Vale pueden ayudarme… ¡AHORA NO TENGO TIEMPO DE ESTO! Vamos a ver…a papá se lo han llevado ya, el tito Piti duerme abajo y antes de llegar a las escaleras me pillan seguro… ¿qué hago? ¡OH NO! La tita Salo también es una mamá rubia, van a llevarse a Espe y a la tita Salo. ¿La tita Julia es rubia? ¡Da igual! Se van a llevar a Vale y a Ricky también.

    - Papá – dijo el niño en voz alta ahogando un lloro, estaba solo, estaba asustado y no estaba su padre; quería igual a su padre y a su madre, con los dos se sentía igual de seguro, protegido y querido, pero de la misma manera en que era su madre la que mejor sabía donde hacerle las cosquillas, era su padre quien mejor lo tranquilizaba cuando tenía miedo. Él quería ser como su padre y su madre, valiente, decidido, y consecuente, que no sabía lo que era pero la tita Noa se lo llamaba mucho a los dos, así que se sorbió los mocos y decidió enfrentarse a los señores del pasillo.

    Se acercó a la cama donde su madre dormía de nuevo, y dejó a Orejudo a su lado.

    - Cuídalas – le dijo al conejo con su media lengua y mirándolo con seriedad – te tiero mamá, y ti tamién Bebé – se puso de puntillas todo lo que pudo para conseguir alcanzar la mejilla de su madre y le dio un beso antes de dirigirse al baño para coger su taburete.

    Una vez que volvió y dejó el taburete ya preparado junto a la puerta fue hasta el baúl donde guardaba sus juguetes, necesitaba algo para plantarles cara a aquellos Grinchs malos, mientras rebuscaba los ruidos se seguían repitiendo en el pasillo y cada vez los oía más cerca; ignorando sus temblores y sus ganas de hacer pis, que cada vez eran más grandes, David rebuscó hasta encontrar su espada de madera, había sido un regalo de cumpleaños que le encantaba y además ahora iba a serle útil, buscó también su capa de Superman y se la ató solo lo mejor que pudo; una vez que estuvo preparado suspiró y tras despedirse de Orejudo con la mano para que su madre no lo escuchase, se subió al taburete.

    Pegó de nuevo la cabeza a la puerta y escuchó como los pasos resonaban cada vez más cerca, sin pensarlo mucho más abrió la puerta con toda su fuerza y saltó al pasillo empuñando la espada lo mejor que podía.

    - ¡No vaz a tocar a mi mamá! – chilló al tiempo que cargaba contra las piernas de la primera figura que distinguió en la oscuridad.

    - ¡Aiii! – protestó la persona que recibió el golpe - ¡Que soy un Rey Mago! Para.

    - ¡Mentidoso! Erez el Grinch – protestó el niño golpeando las piernas con la espalda mientras su presa daba saltos intentando apartarse.

    - ¡Que soy un Rey Mago! No sé cual, pero soy uno.

    - ¡No! – insistió el niño sin cesar sus golpes.

    - En buena hora te hice la espadita – murmuró Piti en voz baja - ¡Palomares! Enciende la luz, que tu hijo va a dejarme como al cojo.

    - ¿Papá? – preguntó David esperanzado mientras intentaba apartarse de las manos de su tío, no había reconocido la voz en medio de su ataque y lo único que entendía era que el Grinch estaba intentando cogerlo para llevárselo; cuando el pasillo se iluminó pudo ver a su padre al fondo del pasillo, y sin prestar atención a la ropa que llevaba, a la barba postiza que sostenía en una mano o al saco que estaba su lado echó a correr hacia él llorando - ¡Papá!

    - Ei campeón, ¿qué pasa? – preguntó Andrés apresurándose a agacharse para levantarlo en brazos, David no contestó de entrada, echó los brazos, espada incluida, en torno a su cuello y hundió la cabeza en su hombro llorando con ganas - ¿te hemos asustado? – preguntó el joven padre dejando un beso en la cabeza del niño mientras acariciaba su espalda.

    - Ez el Grinch – explicó el niño controlando las lágrimas para señalar a Piti, que aún con su barba de Melchor puesta se sobaba las pantorrillas con gesto de dolor – ez el grinch y viene por los regalos, y zi no teniemos regalos ze lleva a los ninios, y a las mamás rubias y interpinentes.

    Antes de que Andrés tuviese tiempo de contestarle a su hijo dos voces lo interrumpieron.

    - ¿Pero que barullo estáis montando? Vais a despertar a…- Ramiro dejó la frase a medias, viendo que una de las personas a la que temía despertar estaba en brazos de su padre, fuertemente abrazado a su cuello y congestionado por el llanto.

    - ¿Qué pasa? – preguntó Vilma somnolienta, ahogando un bostezo y con Orejudo bien sujeto en una mano, al ver como se encontraba su hijo despejó de golpe e iba acercarse a él y a su marido cuando Piti le contestó:

    - Pasa que tu hijo se cree Rambo, casi me da una paliza.

    - Algo le harías – contestó dándole un golpe suave con el codo - ¿qué pasa? – le preguntó a Andrés llegando a su lado y poniéndose de puntillas para dejar un beso en la cabeza del niño.

    - Que no sé porqué piensa que somos el Grinch – respondió el chico mirando a Piti acusadoramente.

    - Voy a matarte – amenazó Vilma a su amigo en un susurró mientras acariciaba la cabeza del niño – a ti, al Grinch, y a los malvados árbitros que favorecen al Madrid y vienen a por los niños que no se acaban las sardinas.

    - Intentaba ayudar – se defendió Piti – además el lesionado soy yo.

    - Va a hacer tres años, no tiene tanta fuerza – dijo Ramiro rodando los ojos.

    - A ver, David escucha – le pidió Andrés al niño que finalmente levantó la cabeza de su hombro, y lo miró con los ojos llenos de lágrimas mientras movía una de sus manitos para coger la de su madre – no es el Grinch, es el tío Piti, muy feo y con una barba muy larga, pero es el tío, ¿ves? – le dijo girándolo para que viese a su tío que ya se había quitado la barba para ayudar a tranquilizarlo.

    - ¿No ez el Grinch? – preguntó aún inseguro, aunque si su padre lo decía, él lo creía.

    - No cariño – le aseguró su madre esta vez entregándole su conejo – son igual de listos, pero no es el Grinch.

    - Enonces, ¿qué hacéis azí vestidos? – quiso saber secándose las lágrimas.

    - Ahora te lo contamos enano, pero ¿qué hacías tú? – preguntó Vilma para ganar algo tiempo.

    - No poría dejar que ze os llevasen, ni a ti, ni a Bebé, ni a la tita Salo, ni a Espe, ni a Vale, y no zé zi a la tita Julia, que no zé zi es rubia, ni a Ricky.

    - ¿Si no es rubia no se la llevan? – le preguntó Ramiro con una sonrisa desde las escaleras, Vilma y Andrés estaban casi de espaldas a él, pero David lo veía perfectamente desde los brazos de su padre; el niño negó con la cabeza y un bostezo cortó la respuesta que Vilma iba a dar.

    - Parece que no, porque según cuentan el Grinch solo se lleva a las mamás rubias e impertinentes, ¿no Piti? Pero solo si no hay regalos que llevarse claro – contestó Andrés rodando los ojos y dejando un beso en la cabeza de Vilma, que la había apoyado en su hombro y se había sujetado a su cintura con el brazo del que no se había apropiado David.

    - Ehh sí, sí; pero ya no tienes que preocuparte por el Grinch terremoto – contestó Piti acercándose a ellos e intentando arreglar el disgusto del niño – porque…

    - ¿Nos hemos desecho de él? – ofreció Ramiro al ver la desesperación de la cara su amigo.

    - ¿Le habéis hecho pupa? – preguntó David sorprendido – Porque eztaba junto a la puerta, ze quejó de que costaba mucho hacerce con los regaloz.

    - Sí, sí, le hemos hecho pupa – continuó Piti sabiendo que el niño estaba haciendo alusión a una frase suya, Palomares y Ramiro no dejaban de decirle que no hiciese ruido, pero se había olvidado de coger su linterna y no veía nada, así que había ido golpeándose contra todo lo que aparecía en su camino por culpa de la maldita túnica – le he dado una patada en los dientes y se ha ido – dijo contento ofreciéndole la mano al niño para chocarla, cosa que el pequeño hizo con ganas.

    - Yo sí que te voy a dar una patada en los dientes – siseó Vilma haciendo reír a Andrés y Ramiro.

    - ¿Y eza ropa? ¿Y loz zacos? – preguntó el niño ya con una sonrisa.

    - Es un secreto, ¿nos lo guardas peque? – preguntó Andrés, su hijo asintió con ganas, llevándose la mano al corazón y arrancándole así una sonrisa a todos los presentes. El chico se apartó de su mujer para acuclillarse en el suelo, movió al niño hasta sentarlo sobre su rodilla y con cuidado abrió uno de los sacos para enseñarle los regalos que había dentro – Los Reyes Magos nos mandaron una carta por paloma mensajera el otro día, ellos van en camello y los camellos no saben nadar, así que no sabían como hacer para traernos las cosas. Al tío Ramiro que sabe mucho de estas cosas, se le ocurrió que nos podían mandar los regalos en un águila y así nosotros los podíamos repartir – el niño paseaba la vista entre el saco y su padre con la boca abierta, mientras su madre los miraba con una sonrisa tierna, al tiempo que se acariciaba la barriga y los otros dos sonreían ante la escena- pero claro, nos dijeron que para hacerlo bien del todo nos teníamos que poner la ropa de reyes magos, si íbamos a hacer su trabajo teníamos que hacerlo bien.

    - ¿Zois Reyes Magos ahora?

    - Sí – aseguró Piti con vehemencia – hasta que lleguemos a tierra somos los Reyes Magos. ¿Mola o no mola?

    - Bahh chaval, mola – aseguró el niño pronunciando como podía algo que siempre le oía a su madre, los cuatro adultos se echaron a reír con ganas al oírlo y antes de que nadie pudiese decir nada alguien más se sumó a la escena.

    - ¡Relalos! – chilló Esperanza.

    Los chicos se giraron y vieron como De la Cuadra, todavía mas dormido que despierto, abría la puerta de su camarote y su hija se soltaba de su mano para ir corriendo hasta donde estaban. El grito de la niña puso en pie a medio Estrella Polar y al final todos se trasladaron al comedor para un temprano desayuno de Reyes.

    Había pasado ya casi una hora, y mientras la tripulación acababa de desayunar entre villancicos y risas Valeria, David, Esperanza y Ricky, sentando en el regazo de su madre, jugaban con sus regalos sentados en el suelo del comedor; Vilma tomó el último sorbo de su chocolate y se apoyó contra el hombro de Andrés, que se apresuró a mover el brazo para rodear sus hombros y así abrazarla y dejarla más cómoda contra su pecho.

    - ¿Sabes que tu hijo salió al pasillo armado con la espada y la capa al grito de “no vas a tocar a mi mamá”? – preguntó Andrés dejando un beso en la frente de Vilma.

    - ¿Ah sí? – respondió ella con una sonrisa orgullosa - ¿Qué pasó exactamente?

    - Me lo contó cuando lo llevé al baño; escuchó a Piti protestar por los regalos, y pensó que era el Grinch que venía con sus compinches a llevárselos, y además Piti le había dicho que si no había regalos se llevaban a los niños y…

    - Y a las mamás rubias e impertinentes, lo sé – bufó la chica jugando con sus dedos y los de la mano de Andrés que descansaba en su hombro.

    - No eres impertinente – le aseguró él dándole un beso rápido y llevando la otra mano a su abultada tripa tras terminarse el café – Quiso despertarme, pero claro, yo no estaba, no te quiso llamar porque sabe que tienes que descansar y como supuso que no podría avisar a Piti a tiempo, dejó a Orejudo para protegeros y salió dispuesto a enfrentarse al Grinch; ¿qué te parece?

    - Me parece que mi hijo va ser un gran hombre, y que todo es gracias a que su padre lo es – respondió Vilma girándose lo suficiente como para besarlo en condiciones, Andrés sonrió contra su boca y enterró la mano en su pelo para profundizar el beso, aunque no pudo llegar a hacerlo porque un carraspeo llamó su atención; ambos se separaron y vieron a su hijo mirarlos desde el suelo.

    - Hola – saludó sonriendo y levantando los brazos para que lo subiesen con ellos al banco, Andrés se movió para agacharse y levantarlo y lo dejó sentando en sus rodillas.

    - ¿Te gustan tus regalos peque? – preguntó tras dejar un beso en su coronilla.

    - Mucho, dale las gacias a los reyes de mi pate.

    - ¿Quieres más chocolate? – preguntó Vilma con una sonrisa al tiempo que cogía la taza del niño.

    - No, bueno…sí – pidió con una sonrisa, la chica se inclinó y le dio de beber a pequeños sorbitos mientras sujetaba su barbilla con una mano para ayudarlo – gacias mamá – dijo el pequeño cuando acabó.

    - De nada – respondió su madre riendo – Alaaa, menudo bigote – ante su frase y su risa el niño se puso de pie en el banco con ayuda de su padre, y se acercó a ella para dejar un sonoro beso en su mejilla que dejó un cerco de chocolate; se alejó tapándose la boca para disimular su risa y su madre se apresuró a cogerlo para hacerle cosquillas.

    - ¡Papá! ¡Papá! ¡Papá! – gritó David pidiendo ayuda entre risas al cabo de un instante.

    - Búscate otro niño que torturar – le dijo Andrés a Vilma tras quitarle a David de entre los brazos con una sonrisa.

    - Os encanta que os torture con mis cosquillas- respondió ella dándoles un beso a cada uno, tras poner cara de mala mientras movía las manos, como si fuese a hacerle cosquillas a ambos.

    - ¿Y a que viniste si no es por chocolate? – quiso saber Andrés al ver que el niño se retorcía ya mirando el suelo donde los demás seguían jugando.

    - ¡Ah zí! Como los Reyes me trajeron muchas cozas, quiedo…quiedo…- murmuró nervioso mirando a Julia – quiedo…cedelde la custodia de Orejudo a Bebé.

    - ¿Cederle la custodia de Orejudo? – preguntó Vilma asombrada sin saber si había escuchado bien.

    - Zí, yo zoy mayor ya, Bebé nececita un peluche y zoy su hermano mayor. Teno que cuidarla.

    - ¿Estás seguro peque? – preguntó Andrés – Es tu conejo y lo quieres mucho.

    - Zí, y es muy bueno, pero a Bebé la quiero más – explicó David encogiéndose de hombros como si realmente no le costase desprenderse del conejo, cosa que sus padres sabían que no era cierta, tenía a ese conejo desde el día en que había nacido, y desde aquel mismo día no lo había soltado jamás cuando dormía; emocionados los dos le dieron un beso y el niño los abrazó como pudo con sus pequeños brazos. Una vez que el abrazo acabó bajó del banco de un salto y echó a correr.

    - Enano – lo llamó Vilma - ¿ya tienes nombre para Bebé?

    - Sin preciones mamá – protestó el niño parándose para contestarle y volviendo a su carrera al momento, haciendo que sus padres estallasen en risas.

    - Se parecerá a mi, pero no puede negar quien es su madre – rió Andrés volviendo su brazo en torno a los hombros de Vilma.

    - ¿También vas a llamarme rubia impertinente? – cuestionó ella girándose a mirarlo y fingiendo enfado.

    - Jamás – negó él acercándose a ella – rubia imponente quizás, o rubia de las que deja sin habla, rubia con una sonrisa que para el mundo y me acelera el corazón – enumeró casi en sus labios.

    - Eso ya me gusta más – concedió ella regalándole una sonrisa de esas antes de besarlo, y ahora sí, perderse en el beso.