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  1. Confesiones

    miércoles, 23 de febrero de 2011

    Escuché unos pasos al otro lado de la rejilla, lentos, pausados, como si su dueño pisase el suelo con delicadeza. A esa hora ya no esperaba encontrarme a nadie, pero la curiosidad por saber quién era me empujó a permanecer dentro del cubículo. Al otro lado, la persona que había acudido a mí se colocó de rodillas y su voz me llegó en forma de murmullo.
    Ave María Purísima.
    Era la voz de la persona que menos esperaba: Vilma. Superando la extrañeza inicial me apresuré a contestarle.
    Sin pecado concebida. ¿Qué te trae por aquí?
    He pecado, Padre. —La suavidad con la que lo dijo me hizo tragar saliva. Vilma no solía utilizar ese tono de voz, y cada vez me parecía más extraño que estuviese aquí. A excepción de Gamboa, ella era la única de la tripulación que no había visitado todavía el confesionario.
    Supongo que ha pasado mucho tiempo desde la última vez que te confesaste —le contesté. Intenté que no sonase como un reproche o un sermón. —Adelante, cuéntame el pecado que te ha hecho decidirte a venir.
    Desde el otro lado de la rejilla escuché su respiración levemente agitada, y juraría que podía incluso notar el calor que desprendía su cuerpo. A pesar de que no podía verla, me la imaginé allí de rodillas, con el pelo recogido en un moño y la camiseta blanca del uniforme ciñéndose a su cuerpo. Sacudí la cabeza por lo que estaba pensando. No era apropiado, y menos en aquel lugar. La voz de Vilma, esta vez en un tono mucho más ronco, me sacó de mis pensamientos.
    He tenido sueños húmedos, Padre.
    No estaba seguro de si esperaba esa respuesta o no. De lo que sí estaba seguro era de que no estaba preparado para ella. El calor que percibía aumentó, pero esta vez provenía de mi propio cuerpo. Me estaban sudando las manos y por un momento la mente se me nubló impidiéndome pensar. Necesitaba serenarme para poder seguir hablando con ella, y lo peor era que esto no debía estar pasándome. Recordé lo que me solía decir el Padre Damián mis primeros días en el seminario: “No debes sucumbir a las tentaciones de la carne”. Así sonaba muy fácil... Tragué saliva por segunda vez esa noche y por fin conseguí articular palabra, aunque no fue un gran avance.
    ¿Sueños... húmedos?
    Sí. Pero eso no es lo peor. Lo peor es precisamente con quién los he tenido. —Si no estaba preparado para lo anterior, para esto lo estaba mucho menos. Lo que menos que necesitaba en ese momento era que la chica entrase en detalles sobre el protagonista de sus sueños.
    Vilma, con quien hayas tenido los sueños no es relevante. El pecado está hecho de cualquier modo y...
    He soñado con usted, Padre. —No pude acabar la frase porque me interrumpió. De todas formas, después del último comentario no hubiese podido continuarla. Las mejillas comenzaron a arderme y mi respiración se disparó sin que nadie pudiese controlarlo.
    ¿Con...conmigo? —Mi pregunta fue casi un susurro y la respuesta de ella no aumentó de volumen, por lo que tuvimos que acercarnos más a la rejilla para poder escuchar lo que decía el otro.
    Con usted. Estábamos en la enfermería, y lo hacíamos encima del escritorio de la doctora Wilson. Salvajemente.
    Demasiado. Mi mente no podía soportar lo que me estaba diciendo, y mi cuerpo todavía menos.
    Vilma...
    Ella no contestó. Sólo escuché cómo se levantaba rápidamente y daba la vuelta hacia el otro lado del confesionario. Abrió la puerta de golpe y entró al cubículo donde yo estaba, y nuestros cuerpos se acercaron peligrosamente debido a la estrechez del lugar en el que nos encontrábamos. Con mirarla un momento a los ojos me bastó para ver el fuego que llameaba en ellos.
    Andrés... Esto ahora mismo no lo necesitas. —Me arrancó el alzacuellos de un tirón y lo dejó caer al suelo. Y me gustó. Pero lo que me gustó más aún fue lo que hizo a continuación.
    Vilma me cogió de la nuca y estampó sus labios contra los míos. Los estampó, literalmente, con una fiereza que consiguió encenderme más aún si es que eso era posible. Mi mente estaba nublada por el deseo y respondí a su beso sin pensarlo agarrándola posesivamente de la cintura. Nuestros labios se amoldaban de forma perfecta como si los hubiesen cincelado a medida, igual que cincelaron a medida los labios de Adán y Eva el sexto día de la creación. Sentía el aliento de Vilma dentro de mi boca, dulzón, y pensar en lo que estaba compartiendo con ella me erizaba el vello de la nuca.
    Sin poder controlar lo que hacía mis manos se perdieron bajo la camiseta de ella, acariciando todo a su paso. La suave piel de su espalda. Su columna vertebral. La curva de su cintura. Hacía mucho tiempo que no tocaba así a una mujer, pero sin duda era infinítamente mejor de lo que recordaba. Su olor, los suspiros que salían de su boca cuando nos teníamos que separar para respirar, el tacto de su cuerpo... Definitivamente me estaba volviendo loco. Nuestras respiraciones acompasadas me estaban volviendo loco.
    Vilma dejó mis labios y se lanzó a mi cuello mientras jugueteaba con los botones de mi camisa. Era irónico. Esa camisa había sido diseñada para un sacerdote, para dar la misa con ella, y ahora estaba siendo profanada por los dedos ardientes de una mujer dentro de un confesionario. Lo más extraño era que no me importaba. Deseaba que Vilma siguiese jugando con los botones de mi camisa hasta hacerlos desaparecer. Como si me hubiese leído el pensamiento comenzó a desabotonarlos lentamente, haciéndome sufrir como nunca. Sin poder soportarlo más mis dedos relevaron los suyos y empezaron a soltar cada botón con mayor rapidez.
    Parece que alguien está ansioso...
    Su voz traviesa sonó de una forma tan seductora que no pude evitar que un suspiro escapase de mi boca. La lujuria corría por mis venas y no me importaban ni ella ni los otros seis pecados. No mientras Vilma succionaba mi cuello de esa forma...

    Abrí los ojos y me incorporé rápidamente con un gemido. En la oscuridad de mi camarote, me di cuenta de que todo había sido un sueño. Piti se dio la vuelta en su cama y me lanzó un almohadón.
    Padre, controle lo que sueña, que Dios ve todo lo que hacemos. Hasta lo que soñamos.
    ¿Qué pasa? —La voz soñolienta de Ramiro llegó desde el otro lado de la habitación.
    Aquí el curita, que por los ruidos que hacía estaba soñando algo bastante subidito de tono.
    Piti, vuelve a dormir.
    Claro, Padre. Usted siga con lo que estaba haciendo, mañana me cuenta. —Soltó una pequeña carcajada y se dio la vuelta para seguir durmiendo.
    Todavía no terminaba de entender lo que había soñado. Había sido tan real, tan vívido. Parecía que todavía sentía la respiración de Vilma en mi cuello... Sacudí la cabeza para ahuyentar esos pensamientos de mi mente y me arropé con las sábanas dispuesto a dormir, aunque estaba seguro que esa noche no volvería a conciliar el sueño. En ese barco, yo no tenía con quien confesarme.

  2. 3 comentarios:

    1. Débora dijo...

      Aquí lo único que puedo hacer es hacerte la ola!!!!! Ya lo sabes...eso y el bote que pegue al saber que era un sueño...

    2. Julia dijo...

      Este es uno de los mejoressssssssssssssssss!
      Me encanta jajajajjaa

    3. Argen dijo...

      ajjajajajaj ainssssssss me encantoo!!!! ese sueño....AMEN por el! ojala pasase algo asii! me muero!!!

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