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  1. Cuestión de fe. Capítulo 1

    domingo, 27 de febrero de 2011


    Cerrando los ojos, no pudo evitar recordar todo lo que había ocurrido en los últimos tres meses. Parecía mentira que sólo hubiesen pasado tres meses desde que subió a ese barco. Aquella noche, sentada en ese baño con el predictor en la mano mostrando dos rayas de color rosa, su mundo se vino abajo. No estaba preparada para tener un hijo, para traer un bebé al mundo. No ella sola. Y tampoco estaba dispuesta a pedir ayuda al padre de ese niño. Había conocido a Pablo en una fiesta en la playa, donde la estruendosa música y el alcohol le permitieron olvidarse de todos sus problemas. Estuvieron coqueteando toda la noche y al final terminaron en el coche de él. O al menos eso creía, porque de lo único que se acordaba era de despertar desnuda en el asiento trasero de un Seat azul. Tenía muy claro que había sido un error y que si no hubiese estado borracha nunca habría ocurrido. No sabía cómo él había conseguido su móvil, pero sólo esperaba que lo borrase y se olvidase de ella como ella misma pretendía. Aunque un hijo de él no había entrado en esos planes.
    Lo decidió en ese momento. Tenía dos meses por delante para hacerse a la idea y pensar cómo se lo iba a decir a su familia, y además mantendría alejado a ese cerdo baboso de Pablo. Se había equivocado, había tenido un desliz y ahora le estaba pasando factura. Pero sabía con certeza que no le volvería a ocurrir nada así porque ella misma no lo permitiría. Pensaba crear un sólido muro alrededor de su corazón y no dejar que nadie lo penetrase nunca más. No estaba preparada.
    Sin embargo no había podido evitar las grietas que poco a poco se habían abierto en ese muro gracias a Piti. Tal vez todo empezase porque no se sentía capaz de seguir adelante sola, escondida tras su escudo, y Piti representaba lo que ella quería ser. Él no se había venido abajo cuando les contaron que todo se había acabado, que eran los únicos supervivientes del planeta. Había seguido siendo como siempre y se había lanzado a organizar citas de diez minutos. Vale que puede que fuera una chorrada, pero había servido para levantar los ánimos.
    Cuando él se ofreció a ser el padre de su hijo se aferró a esa idea sin dudarlo. Necesitaba un corcho al que agarrarse en medio del naufragio en el que se había convertido su vida. Piti había demostrado que se preocupaba por ella, llevando aquel kiwi como si de verdad fuese su hijo. No parecía el cerdo baboso que había conocido los primeros días, al que deseaba castrar con unas tenazas oxidadas. Verdaderamente su presencia la estaba ayudando mucho a seguir adelante. Lo natural, pues, era que después de todo aquello empezasen los besos. A todas horas compartían miradas, se rozaban las manos disimuladamente y los comentarios ácidos se fueron tornando más dulces. Había bajado su escudo ante Piti confiando en que él se interesaba por ella de verdad, en que cuando su hijo naciese no sería huérfano de padre. Lo deseaba con tanta fuerza que las grietas avanzaban por el muro de su corazón sorprendentemente rápido y amenazaban con derrumbarlo.
    Hoy, tres meses después de aquella primera noche, estaba sentada en ese mismo lugar, entre esas mismas cuatro paredes. Y el estado en el se encontraba no había cambiado: asustada y sin saber qué hacer. El muro de su corazón todavía seguía en pie, a pesar de que las grietas habían llegado a penetrar en los pilares que lo sostenían. Y si no se había caído aún era por lo que había visto esa tarde. Las lágrimas comenzaron a brotar cuando se dispuso a recordarlo.



    Vilma caminaba distraída por los pasillos del buque escuela con su revista en las manos. Se la sabía de memoria, pero en aquel condenado barco no había nada más que leer sobre su embarazo. Al pasar la página se encontró con algo que la hizo sonreír: a las diez semanas el feto tiene el tamaño de un kiwi. Aquel kiwi que Piti había guardado casi tres meses antes había terminado en una macedonia, y ella no quiso que él lo remplazara por otro. Al pasar por la puerta de uno de los camarotes creyó escuchar la risa de Piti. Se extrañó y frenó en seco. ¿Qué hacía Piti en ese camarote? Cuando abrió la puerta para averiguarlo, la revista se le resbaló de las manos.
    En efecto, Piti estaba en ese camarote, pero no estaba solo. En esos momentos se encontraba pegado a Estela, acorralándola contra una de las literas y besándola en la boca. Más que besándola. Le estaba metiendo la lengua hasta la campanilla.
    El sonido de la revista al caer había hecho que los dos separasen los labios y se girasen para ver quién había entrado en la habitación, pero a Vilma le había dado tiempo a ver perfectamente cómo él mordía ansioso los labios de Estela, como ella enroscaba una pierna alrededor de él y como las manos de Piti se habían colado debajo de la camiseta de la morena. Piti se separó bruscamente de ella, con cara de no haber roto un plato en su vida, y se acercó a Vilma intentando cogerla de la mano.
    Vilma... No es lo que parece...
    Ella dio un paso hacia atrás antes de que él le llegase a rozar la mano, como tantas veces había hecho en las últimas semanas.
    No me vuelvas a hablar en la vida. Nunca.



    Aunque en aquel momento no había derramado una sola lágrima, ahora, encerrada en ese baño, no había podido evitarlo. La revista que solía llevar a todas partes se había quedado en el suelo de ese camarote, y no quería recuperarla. No quería volver a leer nada sobre aquel kiwi en el que había creído una vez.
    Lo cierto es que nunca habían pronunciado la palabra “novios”, ni siquiera la palabra “relación”. ¿Pero lo eran, no? ¿Qué entendía entonces Piti? Los besos que habían compartido, las caricias, las noches que habían pasado juntos. Los “buenos días princesa”. Las tardes sentados en cubierta simplemente mirando al mar sin decir ni una palabra. Las visitas a la enfermería cogidos de la mano para ver a su hijo. Su hijo. El significado de ese “su” había cambiado por completo. Nunca más ese “su” sería de alguien más que de ella. Con esos besos compartidos con otra que no era ella Piti había llenado de cemento las grietas que había abierto esos meses. Porque cuando Vilma salió de aquel baño esa noche, el muro de su corazón volvía a estar en perfecto estado, más reforzado que nunca. Estaba decidida a que nadie podría volver a franquearlo, porque ahora era de acero macizo.

  2. 1 comentarios:

    1. Débora dijo...

      Has clavado a Vilma!! Me encanta!!!!

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