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  1. Cuando algo te falta

    miércoles, 23 de febrero de 2011

    Tras el capítulo 4

    Cuando recuperé la consciencia noté que estaba recostada sobre algo blando, un poco inestable. Sin entender lo que pasaba, tuve la mala idea de abrir los ojos de golpe, y lo único que conseguí fue que la cabeza me diese vueltas. Poco a poco pude enfocar la mirada y me encontré con los ojos de Julia clavados en los míos. Estaba en la enfermería.
    —Julia... ¿Qué me ha pasado?
    —Tranquila. —Se acercó al monitor que tenía enfrente—. Te has desmayado. Has tenido una bajada de tensión, pero no te preocupes, estás bien. Estáis bien.
    Todavía me encontraba mareada, pero poco a poco los últimos recuerdos fueron llegando a mi mente. Había ido al camarote de los chicos para pedirle a Piti un cigarrillo pero estaba vacío, así que me di la vuelta para volver a mi habitación y... todo se volvió negro. Y ahora me encontraba en la enfermería.
    Era extraño. Había pasado mucho tiempo allí desde que embarcamos, demasiado, pero esta vez me sentía peor, como si me faltase algo. Intenté recordar las horas que había estado sobre esa camilla, y entonces lo comprendí. Había algo que había tenido las otras veces y que me había calmado más de lo que me di cuenta en aquel momento. Me faltaba la mano de Palomares sujetando la mía.
    Julia me volvió a mirar, y como si me hubiese leído el pensamiento me habló de nuevo.
    —Te ha traído Palomares. Lo he mandado a por sábanas limpias, pero con lo preocupado que estaba no creo que tarde en volver.
    Me sonrió de forma cómplice y en ese momento un rubio entró por la puerta. Palomares dejó las sábanas en la mesa de Julia y se acercó corriendo a la camilla.
    —¿Estás bien? —Me cogió la mano y la colocó entre las suyas, como si así pudiese protegerme de todo lo malo que se nos venía encima. No pude evitar que una sonrisa saltara a mi rostro.
    —Ahora sí.
    Una sonrisa aún más grande que la mía se formó en sus labios, provocando que mis mejillas comenzasen a arder. Giré la cabeza para buscar a Julia con la mirada, pero se había ido discretamente. Nos había dejado solos. Volví a clavar mis ojos en los de Palomares cuando escuché de nuevo su voz.
    —Me has dado un susto de muerte. Cuando entré en mi camarote te vi ahí, en el suelo, sin moverte. ¿Qué hacías tú sola en nuestra habitación, Vilma?
    Suspiré porque sabía que mi respuesta no le iba a gustar, pero decidí decirle la verdad. Al fin y al cabo se lo merecía.
    —Quería pedirle a Piti un cigarro.
    Frunció el ceño con expresión de disgusto y se pasó la mano por el pelo. Ahora es cuando venía el enésimo sermón... pero su respuesta me sorprendió.
    —No te voy a volver a echar la bronca, Vilma. Sé perfectamente que no vas a ser mi Virgen María ni nada por el estilo. Pero sólo te pido que dejes de lado tus miedos y pienses por una vez con tu corazón. Estamos solos, atrapados en un barco que no sabemos si llegará a tierra alguna vez. Y sé que ésta no es la mejor situación para pensar en traer a un niño al mundo, pero a veces las cosas que no pedimos son las que más felices nos hacen después.
    Sus palabras fueron como un puño que me apretó ligeramente el corazón, y me pregunté cómo un sacerdote podía entender tan bien sentimientos como el amor o el instinto maternal. Sin duda Palomares guardaba más cosas dentro de las que cualquiera de nosotros hubiese imaginado. Le sonreí y asentí levemente dándole las gracias.
    —Andrés... ¿De dónde te viene la vocación de sacerdote? —Parece que la pregunta le pilló por sorpresa, y por la cara que puso me arrepentí de haberla hecho al instante. —Lo siento, no debería meterme en lo que no me llaman. No tienes que contestar.
    —No, tranquila. Si no es nada especial. Hace casi seis años hice un viaje de voluntariado a Honduras con la parroquia que me hizo cuestionarme qué era lo mejor que podía hacer con mi vida. Hasta entonces no había tenido vocación, estaba estudiando ADE y llevaba tres años saliendo con mi chica, María. Pero cuando volví nuestra relación se enfrió y sentí que debía ayudar a los demás. Por eso entré en el seminario.
    Cuando acabó de hablar me sonrió, pero por el brillo de sus ojos supe que no era una sonrisa sincera. Debía haber sido muy duro para él acabar con una relación de tres años. Ahora comprendía por qué Palomares podía entender tan bien el amor, porque sin duda él lo había sentido. Algo se agitó en mi interior. Envidia. Envidia porque yo en mi vida había sentido amor y él, un cura, sí lo había hecho. Y envidia porque nadie me lo había profesado nunca.
    —Eres una gran persona, Palomares. Nunca lo olvides.
    No sé quién se sorprendió más de que unas palabras así saliesen de mis labios, si él o yo. Pero sacudió la cabeza con una sonrisa y cogió una silla que estaba en el rincón para colocarla junto a la camilla.
    —Basta de charlas, es muy tarde y ahora tienes que descansar. Y no voy a aceptar un no por respuesta. —Se acercó a mí y me dio un beso en la frente. —Buenas noches, Vilma.
    —Buenas noches. —Froté levemente mi estómago con una sonrisa en la cara y cerré los ojos. Hoy, por primera vez desde hacía mucho tiempo, me sentía completa.



  2. 2 comentarios:

    1. Débora dijo...

      Me encanta!!!!! Yo quiero que empiecen un acercamiento así!!! Por qué no aprenderan de ti???Por qué??

    2. Argen dijo...

      ainssss podria pasar algo asi en la serie no?? =P

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