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  1. Melodía

    martes, 22 de marzo de 2011


    A pesar de que el despertador había sonado hacía un buen rato, yo seguía tumbado bocabajo en la cama con los ojos cerrados y con la sábana tapándome hasta el cuello. Ese día no tenía ninguna gana de levantarme. Desde que el mundo se había acabado y navegábamos a la deriva había días buenos y días malos, y éste era uno de esos últimos. Aquellos días en que no querías levantarte y preferías autocompadecerte dando vueltas en la cama y pensando en que nada importaba ya, porque estábamos solos y perdidos en un océano inmenso del que probablemente no saldríamos jamás.
    Tras un suspiro, giré sobre mí mismo y abrí los ojos, mirando la litera que tenía encima de mi cabeza. Pensé en mi familia, en mis padres, que siempre habían estado tan orgullosos de mí. Me habían apoyado en todas mis decisiones, incluso cuando me subí a ese barco que paradójicamente me salvó la vida. Pensé en mis hermanos mayores, que siempre me habían mimado por ser el más pequeño de la familia. En las collejas que mi abuela me daba cuando sorbía la sopa. No pude evitar que las lágrimas comenzasen a caer por mis mejillas, y me esforcé por dejar de llorar. No estaba solo en la habitación, Piti seguía adormilado en su cama y pasaba de que me viese llorar... Prefería evitar cualquier comentario absurdo que pudiese soltar, a pesar de que sabía que él no lo hacía con mala intención.
    En ese preciso momento se abrió la puerta y una voz que conocía muy bien resonó por todo el camarote.
    —¡Buenos días chicos!
    La voz de Vilma hizo que me incorporara rápidamente, dándome un fuerte golpe en la cabeza con la litera de arriba. Genial, lo que me hacía falta. Mientras Piti se reía de mí a carcajadas, Vilma acudió rápidamente hacia donde estaba, se sentó en mi cama y comenzó a frotarme la cabeza.
    —¡Ay, pobre! Vaya golpe te has dado.
    Sin duda ella había visto las lágrimas que recorrían mis mejillas, provocadas por los recuerdos de antes, y las había confundido con lágrimas por el golpe. Por eso me frotaba la cabeza de esa forma, casi con ternura. Desde luego que no iba a quejarme; ese día lo que más falta me hacía era un poco de mimos.
    Cuando Piti dejó de reírse le dirigió la palabra a Vilma con cara de pena y ojos de perrito abandonado.
    —Jo, con la de veces que me doy yo con la estantería de la cama y nunca vienes a darme mimos. —Yo rodé los ojos, pero ella se giró riendo y le contestó.
    —Porque tú no te lo mereces, ¡y él sí!
    Por la cara de Piti pude adivinar que Vilma le había sacado la lengua, y me reí con ella, secándome las últimas lágrimas que quedaban en mi cara. Piti se levantó y cogiendo sus cosas se dirigió a la puerta.
    —Como veo que estáis muy chistosos hoy me voy a duchar antes de que os volváis a reír de mí...
    Con una última carcajada, Vilma dejó de frotarme la cabeza y me dio un beso espontáneo en la frente. Yo sonreí, pero volví a dejar caer mi cabeza sobre la almohada y cerré los ojos.
    —¡Ey! Que ya es hora de levantarse.
    Sentí los dedos de Vilma en mis costados y mi cuerpo se arqueó por las cosquillas que me estaba haciendo, y rompí a reír a carcajadas. Para ser tan pequeña tenía mucha fuerza... Entonces la cogí de las muñecas con una mano para que parara y la tumbé sobre la cama, me puse sobre ella y comencé a hacerle cosquillas con mi otra mano. Era el momento de mi venganza. Vilma no podía parar de retorcerse debajo de mí y su risa llenó con fuerza el camarote, hasta que las lágrimas saltaron a sus ojos y me rogó que parara. Entre risas la solté y me tumbé junto a ella, esperando a que recuperase el aliento. Pasamos así unos minutos, hasta que ella volvió a incorporarse y me dio un golpecito en el brazo.
    —¿No piensas levantarte hoy o qué?
    —He decidido que no. Hoy no estoy con ánimos...
    Vilma frunció el ceño y se cruzó de brazos. La verdad es que estaba bastante graciosa con ese gesto y el descuidado moño que llevaba esa mañana.
    —Pues yo hoy me he levantado con más ánimos que nunca, y pienso contagiárselos a todo el barco. ¡Incluido a ti! —Había sonado tan decidida que casi llegué a creerlo, pero nada podría hacerme cambiar de idea aquel día.
    —Conmigo no lo vas a conseguir. —Cerré los ojos antes de seguir hablando. —Tengo el día melancólico, recordando todo lo que echo de menos...
    Noté como se acomodaba mejor en la cama, y tras un minuto sin escuchar palabra abrí los ojos extrañado. Estaba sentada con las piernas cruzadas y mirándome muy seria.
    —Seguro que muchas de esas cosas que echas de menos también las puedes tener en este barco.
    —No creo... —dije. Dejé de mirarla para fijar mi vista en la litera de arriba. —Aquí no puedo tener a las personas que se quedaron en tierra.
    Vilma se quedó callada por mi respuesta. Sabía que ante eso no podría hacer nada para contentarme, pero tras unos segundos volvió a hablar.
    —Dime algo que eches de menos, algo que no sea una persona.
    —No te vas a dar por vencida, ¿eh? —Negó con la cabeza sonriendo, y me apresuré a pensar en algo... —Los conciertos de rock.
    Con eso tampoco podría hacer nada... Vilma se quedó pensando unos minutos, y entonces una gran sonrisa cubrió su cara. Me miró y saltó de la cama para ponerse en pie.
    —No te muevas de aquí, ahora vuelvo.

    Salió corriendo de la habitación dejándome allí, tumbado en la cama con mi propia melancolía y preguntándome a dónde habría ido. Unos minutos después, cuando yo había vuelto a cerrar los ojos,  la puerta volvió a abrirse y Vilma entró con un radiocassete en la mano y dos palos de escoba. Ahora sí que me había dejado desconcertado. Me levanté esta vez con cuidado de no golpearme la cabeza y la ayudé cogiendo los palos de escoba, porque venía muy cargada.
    —¿Para qué es todo esto? —Ella simplemente sonrió.
    —Espera y verás.
    Ella se giró para conectar el radiocassete en el enchufe más cercano, sacó una cinta de su bolsillo y le dio al play. Unas notas de música comenzaron a bailar por la estancia, unas notas que yo conocía muy bien. Era Highway to hell, de AC/DC. Vilma se acercó a mí y cogió uno de los palos de escoba que tenía en mis manos, y entonces empezó a cantar usando la escoba como si fuese una guitarra. No pude evitar reír a carcajadas y cantar junto a ella a voz en grito aquella canción que había cantado tantas veces a lo largo de mi vida, usando la escoba a modo de micrófono. Los dos nos movíamos dando brincos y moviendo la cabeza al ritmo de la melodía. Ella se soltó el moño que llevaba y agitó el pelo, cerrando los ojos y subiendo el brazo mientras su dedo apuntaba hacia el cielo. Verla así, tan desinhibida y tan feliz a pesar de todo, hizo desaparecer los pensamientos oscuros que rondaban mi mente aquel día. Con los últimos acordes de la canción nos fuimos acercando hasta terminar saltando abrazados, y cuando la música cesó nos sentamos de nuevo en la cama riendo a carcajadas. Nos miramos, y ella me apretó la rodilla cariñosamente.
    —¿Ves cómo puedes seguir disfrutando de cosas que echabas de menos?
    Le di un beso en la sien como respuesta, preguntándome cómo una persona podía cambiar mis ánimos con tanta facilidad...

  2. 1 comentarios:

    1. Argen dijo...

      ainsssssssss me encantooo!!!!, pero como pueden ser taaaaaaaaaan monoooos!!!!!! =D

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